La calle es mía
hay frases que van asociadas a determinadas personas y, más allá de que sean o no ciertas, no hay manera de que dejen de estarlo porque ya forman parte del acervo popular. Es el caso de "La calle es mía", pronunciada o adjudicada a Manuel Fraga en 1976. Ángel Coronado recupera la frase para enmarcarla en el poder decisorio del alcalde de Soria, a la hora de planificar la ciudad, con sus travesías y rotondas.
La calle es mía
Ya lo dijo Don Manuel. Y luego se fué al Mediterráneo para bañarse en la playa de Palomares entre bombas atómicas. Y es que Don Manuel se conformaba con la callecita de una ciudad cualquiera (Don Manuel era así). Decía, sin reparo, que la calle era suya, sin darse cuenta o dándosela de más, de que el “Tío Sam” era el dueño del país entero sobre el que sobrevolaba con bombas atómicas y aterrizaba en Rota y Torrejón entre vítores de ¡¡Bienvenido, M. Marshall!!, en cuyas manos, de alguna que otra manera, seguimos estando.
Las calles de Soria son mías, parece que dice Carlitos, nuestro alcalde, a juzgar por lo que hace, sin darse cuenta de lo que dice o dándosela de más, a saber.
No quisiera que nadie creyese que estoy comparando a Carlitos con Don Manuel, pero tanto uno como otro. o como cualquiera de nosotros mismos, decimos cosas parecidas en cuanto la ocasión nos lo brinda. Y es que todos hemos de conformarnos con lo que tenemos, sin darnos cuenta, o dándonosla de más, de que, guste o no, solo tenemos cinco dedos en cada mano. Y otra cosa:
tenemos un alcalde al que le gusta hacer con las calles lo que le da la gana, pero resulta que cada uno de nosotros, como Don Manuel, como don Carlitos, el tío Sam, o el presidente que se tercie, le gusta eso. Gustamos hacer lo que nos da la gana, pero Don Manuel, digo Don Carlitos, ni es usted dueño de las calles de Soria ni siga usted haciéndonos rotondas.
A nosotros, personalmente, nos encantan, lo que no quita que a todos nos ocurra el pasar por alto ciertas cosas. Hay otros que también de una forma personalísima las odian sin darse cuenta de que las rotondas nunca están encantadas ni tampoco chillando furiosas, pero hay quienes por no hacerlas, solo por no hacerlas, hacen cosas peores, como, por ejemplo, y a nuestro mejor y más leal saber y entender hizo quien hiciese un paso inferior para la importante vía de Don Eduardo Saavedra obligándola a hincar la rodilla ante una señora calle pero de menor importancia, como si a un emperador se le obligase a saludar a su ministro así, ya digo, haciendo genuflexión. Así. Porque sí. ¡Hombre, no! ¡Eso no!
Me refiero a la calle que desde la plaza de Odón Alonso (antes Plaza de Jode Antonio) sube hacia la citada avenida de Don Eduardo Saavedra dejando a su derecha las instalaciones deportivas de San Andrés y, sin despeinarse un pelo, hundiese bajo tierra a la imponente avenida que ya está bien de repetir sin recordar que Don Eduardo Saavedra era un señor que bla, bla, bla y bla y que nada de nada. Soria no es Numancia sino que Numancia es eso, Numancia. Y está en un cerro pegadito a Garray. Y va el Marqués, el Marqués de Cerralbo (me refiero a la calle que lleva su nombre), un señor que gracias a Don Eduardo se puso a excavar en Numancia), y va el marqués (o mejor dicho su nombre) y a fuerza de su esplendorosísima labor de coleccionista y arqueólogo e historiador,da lugar a que una callecita de Soria lleve su nombre y suba y suba hacia Don Eduardo Saavedra (Avenida) y la hunda para pasar por encima.
Ni cruces ni humillaciones. Una rotonda y bien redonda según todos los cánones que rigen esa forma de hacer esa cosa, porque para hacer una tuerca, por ejemplo, o para fabricar una rueda, no se olvide, siempre según circunstancias hágalas usted de la misma forma. Redonda (rotonda) o con esquinas (tuerca), según convenga.
Lo digo porque hay quien conserva el cruce dentro de la nueva rotonda. No se le ocurra. En una cosa tal, cerca de Berlanga de Duero y hace ya un buen montón de años, perdió la vida Don Juan Sala de Pablo, un señor que, sin serlo (siendo señor pero no dueño), parecía dueño de la Diputación de Soria como ahora Carlitos que, sin ser dueño del ayuntamiento, lo parece, pero no porque se lo gane a fuerza de votos (que se lo gana) sino porque hace con las calles del ayuntamiento lo que haría cualquiera que pensase que las calles eran suyas, como decía Don Manuel que en paz descanse, para irse luego a Palomares entre bombas atómicas. Usted tranquilo, Don Miguel, como seguía diciendo también el señor Hernández Mancha Mancha veinte años después de que Don Manuel se bañase en Palomares.
Me gusta esa rotonda, pero acerca de otra, la única rotonda que hay en el mundo que no es redonda sino cuadrangular redondeada y que además tiene dentro algo peor que un cruce como es un cambio de rasante que impide ver a los usuarios lo único que tienen que ver al entrar en cualquier rotonda, como es el ver lo que hacen otros usuarios en el justo momento en el que uno entra en ella, acerca de esta otra rotonda, no digo nada, porque si digo que prefiero olvidarla me acuerdo de que no hay mejor manera de recordar una cosa como querer olvidarla, a juicio de Montaigne, el inolvidable. Léanlo. Se lo recomiendo.
Bueno, y qué. Qué me dice usted de las mesitas de los bares.
¡Hombre! ¡Qué bueno que me lo recuerde! ¡Esa es otra! Tengo un local de ciento cincuenta metros para sillitas y mesas sin contar la barra ni parroquianos de a pie a una media de metro cuadrado por parroquiano. Y no me caben, pero aparte tengo otros setenta y cinco metros cuadrados de acera.
La calle es mía, ya lo dijo Don Manuel.
Fdo: Ángel Coronado