Buena pregunta
Ángel Coronado se hace la pregunta, y se contesta, sobre si algún primer ministro en Europa puede traicionar y acabar con su propia nación.
Humanidad con los MENAS
¿Algún primer ministro en Europa puede permitirse traicionar y acabar con su nación?
Buena pregunta
¿Algún primer ministro en Europa puede permitirse traicionar y acabar con su nación? (El Mirón, 9_02_2025)
Creemos que no. Por lo menos no se ha dado en la historia de Europa ningún caso similar, y eso que hubo ministros, la verdad, poco recomendables. A bote pronto, y sin seguir ningún orden cronológico sino libre asociación de ideas, dejando a éstas colarse en la cabeza sin importarnos un pimiento el alboroto del pelo, se nos vienen a la cabeza un montón de primeros ministros poco recomendables.
Nos apresuramos a precisar que, poco entendidos en política, y sobre todo en política de hoy, nos vamos a refugiar en la de ayer, en la política hecha y derecha ya por la historia, sancionada de alguna manera por el historiador y a sabiendas de que la historia nunca es inocente, siempre está llena de leyendas negras, azules y blancas, pero al menos libre de pasiones palpitando ahora, por no hablar de bulos palpitando también. Qué digo palpitando, correteando como colegiales y colegialas llenas de vitalidad y alegría en el patio del cole, por la calle o por cualquier sitio.
De otro lado, los políticos de hoy, y por eso mismo, palpitan. Hombres y mujeres de carne y hueso, seres palpitando. Palpitar o no palpitar, he ahí la cuestión. Consecuentemente, y acercándonos a la pregunta esencial sobre si algún primer ministro en Europa puede permitirse traicionar y acabar con su nación, diríamos que no. Nadie, ni siquiera un primer ministro, puede permitirse optar ante algo tan esencial: palpitar o no palpitar, vivir o no vivir. Si optase por no vivir, acaba y vámonos, pero si optase por palpitar, y palpitando acabar con su nación, vámonos de nuevo. Se trataría de un verdadero suicidio. Suicidio administrativo pero suicidio al fin.. Algo así como si estando sentado le dieses una patada a tu silla (difícil), o le dijeses a cualquier Director General de tu gabinete que lo hiciese. O mejor, como si viajando en globo a gran altura cortases con unas tijeras de podar las cuerdas sustentantes de la barquilla.
Por otra parte una cosa es la Nación y otra es el Estado. Poco entendidos en política teórica no vamos a entrar en definiciones, pero al menos podemos decir, por ejemplo, que lo del Jefe del Estado nos suena bien pero no lo del jefe de la Nación. La Nación, a nuestro corto entender, va de pueblo, todo lo más de Imperio, aunque tampoco. Va de montón de personas, de grey, de pueblo unido jamás será vencido, de religión, de ideales, mitos, historias, cosas así. Por el otro lado el Estado, que va de papeles. De cuatrocientos millones de papeles más uno que acaba de nacer y menos otro que acaba de morir, pero vete sumando dos, que ¡Aló! ¡Aló!, Corto y cambio. Me comunican de una patera con doscientas tres unidades. Resta doscientos uno devueltos en caliente a pelotazos de goma. Así que vete sumando dos. Ah, se nos olvidaba, y de siete millones de kilómetros cuadrados contando ese pico de playa que aparece cuando baja la marea. Y ya está. Fronteras y ya está. Este pie lo tengo en el Estado español y este otro en el Estado portugués.
Y además, no queremos que por nuestra gana, lo que se dice por nuestra real gana, solo por eso, nos pongamos a decir cosas feas de nadie, ni siquiera de ningún emperador y menos de ningún jefe de ningún Estado. Quita, quita.
Lo dicho. Nos vamos a refugiar en la historia. Y avasallando se nos pone delante de la nariz la nuestra, nuestra historia, y con ella la lista de los validos de nuestros Austrias menores entre otros muchos ejemplos de gente revuelta y principal. Y resulta que con eso estamos haciendo el caldo gordo. Por tapar vergüenzas vivitas y coleando, palpitando como alegres criaturas, esto es, por salir de Málaga, nos metemos en Malagón, como quien dice de forma coloquial lo que podría decir tan ricamente de cualquier otra manera.
La lista de los validos es verdaderamente tentadora. Pero de forma inmediata retiramos la mano del fuego. Que si el valido no es un primer ministro, que si es menos, que si es más. Quita, quita, quita ya. Vamos a dejarnos de historias, y el que no se consuela es porque no quiere. Y nosotros queremos consolarnos.
¿Y qué consuelo cabe ante una situación así?, nos pregunta una persona curiosa y deseosa de saber.
Y sin dudarlo sacamos del sombrero un libro gordo que se llama El Refranero. Bajo el título de los capítulos que empiezan por la “G” hay uno que reza: Gato por Liebre. Puede usted escoger el refrán que más le guste.
Cito de memoria, pero hay uno que dice esto: ¿Qué quiere usted. Ande, dígamelo ¿Que quiere un Felipe III? ¡Pues tenga un Duque de Lerma y calle!. Y así todo el siglo XVII. Luego un descanso y el XIX nos lo llenan Carlistas e Isabelinos dándose al pelo.
Y dale que dale con la Historia, nos decimos. Somos incorregibles y nos vamos a corregir. Se acabó la Historia. A estas alturas del XXI no creemos posible que ningún primer ministro traicione o acabe con su nación.
Y con estas palabras, va y se abre un silencio sepulcral. Jaimito no existiría de no darse de vez en cuando esta clase de silencios. Los atraviesa como una especie de relámpago. Jaimito es así. Sin tronar aturde. Luego se marcha sin esconderse pero no preguntes por él. Sentenciado el asunto, simplemente desaparece. Ni gato ni liebre, dejó dicho. Aquí la baraja española, no hay otra, y el as de bastos lo tengo yo. ¡Viva el Rey de Copas!
Fdo: Ángel Coronado