Monseñor Martínez Varea: "Europa no debe ser una fortaleza que eche a las personas"
El 11 de marzo de 2017, en la S. I. Catedral de El Burgo de Osma, Mons. Abilio Martínez Varea era ordenado Obispo de Osma-Soria. Un año después de su ordenación y toma de posesión de la Sede oxomense-soriana, la Delegación episcopal de MCS ha entrevistado al 112º obispo de la Diócesis castellana. Éstas son sus respuestas.
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Confesaba en su primera entrevista al ser nombrado Obispo que sentía miedo a no hacerlo bien, un sentido de la responsabilidad muy fuerte. ¿Cómo se siente ahora, un año después?
Soy consciente de mi responsabilidad y siempre hay, por así decir, un cierto temor pero me descansa saber que en nuestra Diócesis hay mucha gente dispuesta a trabajar, a ser corresponsables con el Obispo: un buen presbiterio con ganas de trabajar, un buen grupo de seglares, etc. Esto me ayuda a descansar y ver que me he sumado a una Diócesis en marcha.
¿Cuál fue su primera impresión de Soria? ¿Cuál es ahora después de la visita que ha hecho durante estos meses y que acaba de concluir?
La verdad es que la primera impresión -y más que una impresión es una realidad- es que se me hacía una Diócesis muy grande. Yo veía que había muchas distancias, que había que estar continuamente en el coche, y que, por lo tanto, podría ser un poco más difícil de pastorear. Pero ahora, con la realidad, veo que me he hecho perfectamente a las diversas parroquias, a las diversas comunidades parroquiales. ¿Mi impresión después de haber estado durante estos meses recorriendo nuestras parroquias? Tengo que decir que la gente, como decía Antonio Machado, es de corazón de roble, de corazón noble, de corazón bueno, gente muy honrada que me ha recibido muy bien.
La verdad es que ha sido una maravilla ir a tantos lugares porque me han acogido muy bien; para mí, estar con la gente de Soria, con las comunidades parroquiales que me han sido confiadas como Obispo, es un regalo.
¿Cómo es un día en su vida?
La verdad es que no hay un día estándar. Cada día es distinto, lo cual le da una riqueza y una alegría a la vida del Obispo muy grandes. Evidentemente tengo una serie de actos, digamos, litúrgicos; junto a esto dedico tiempo a hablar con los sacerdotes, a los sacerdotes de la Casa diocesana, a los que se ponen enfermos, etc. Y, claro está, a visitar las comunidades parroquiales: no puedo ir a todos los sitios pero sí me gusta ir a todos los sitios donde me invitan (fiestas de los pueblos o romerías, por ejemplo). Ahora he visitado muchos pueblos en su realidad de invierno, una realidad pequeña, con mucho frío y poca gente pero ha sido una maravilla, como decía antes, un regalo de Dios compartir tiempo con ellos.
¿Sus padres se han adaptado bien a su vida en la residencia episcopal
Sí, mis padres están encantados de estar en El Burgo de Osma. No están todo el tiempo conmigo, están a temporadas, pero ahora en concreto están conmigo. Ellos no salen de la residencia episcopal porque no tienen mucha movilidad pero están encantados. Incluso el grupo de pastoral de la salud de El Burgo de Osma viene a verlos; están contentos conmigo, con las personas que intervienen en sus cuidados… Están encantados, muy felices, la verdad.
¿Qué es lo que más le preocupa de la vida de la Diócesis?
Hay dos temas que me preocupan especialmente:
Por un lado el desánimo en muchos pueblos por la despoblación, un tema que, no por hablar de él, se corrige: “Quedamos pocos, somos mayores, el pueblo lo vamos a cerrar, etc.”. Frente a este desánimo yo siempre propongo la esperanza, virtud cristiana que no podemos olvidar.
Por otro, la pastoral vocacional, particularmente al presbiterado. No significa esto infravalorar al bautizado pero una Diócesis sin presbíteros es una Diócesis muy pobre. Lo mismo que si tuviéramos una Diócesis sin laicos comprometidos que viven realmente su bautismo, sería una enorme pobreza. En nuestra Iglesia particular hay sacerdotes muy entregados, la mayoría; una entrega impresionante pues no se jubilan hasta que no pueden más, están en la carretera, etc. Pero necesitamos relevo ya que los sacerdotes jóvenes son pocos y esto supondrá, en cinco o diez años, un serio problema de atención a las comunidades cristianas. Por eso, la pastoral vocacional para mí es fundamental. ¿En qué lo podemos traducir? Hay que hacer una toma de conciencia de toda la Diócesis pues éste no es un problema sólo del Obispo; hay que ponernos manos a la obra y rezar, rezar mucho. De corazón doy las gracias, especialmente, a las comunidades de vida consagrada por su oración por las vocaciones sacerdotales.
Hay una crisis vocacional, en ello influye la crisis de la familia en general; pero ¿ve también algún peligro en que el individualismo o el relativismo, por ejemplo, se filtren también en la Iglesia?
Ciertamente hay una cosa clara: los cristianos del S. XXI y los sacerdotes del S. XXI son hijos del S. XXI; eso es así y aunque haya habido unos años de formación para los seminaristas, sacerdotes, para los seglares, etc. el mundo se nos pega, se nos va filtrando. Tenemos que estar en guardia ante el individualismo, muy propio del S. XXI, y el relativismo, también muy propio del S. XXI, del todo vale, todo sirve, no hay verdades, la famosa post-verdad.
También nos entra en la Iglesia. El Papa Francisco en Evangelii Gaudium, cuando habla de los agentes de pastoral -y ahí entramos todos, los Obispos, los presbíteros, los catequistas, los seglares, etc.- muestra los peligros del individualismo, del relativismo, del ser funcionarios; eso sería lo peor que se pudiera meter en el corazón de los sacerdotes: yo tengo mis horas y ya está.
A veces nuestra vida de fe y nuestra vida cotidiana van por caminos separados ¿cómo podemos integrarlas?
La coherencia entre la fe y la vida es esencial. Ya el Papa Pablo VI, que será canonizado dentro de poco, en Evangelii Nuntiandi afirmaba que el mayor drama del S. XX era la incoherencia entre la fe y la vida, la ruptura entre la fe y la cultura. Han pasado cuatro décadas y esta incoherencia se ha oficializado en muchos. Es uno de nuestros grandes problemas en esta sociedad de la post-verdad, de la post-modernidad: vivir en la incoherencia tranquilamente.
En la primera entrevista que nos concedió Ud. recordaba cómo los sacerdotes habían sido muy importantes para su vocación. ¿Cuál es el valor del testimonio?
Dios puede llamar de muchísimas formas, eso está claro. Puede llamar a través de un maestro, de un catequista, de los padres, pero yo creo que el papel de los sacerdotes es primordial en la pastoral vocacional. De mi pueblo, Autol, de La Rioja baja, han salido bastantes sacerdotes recientemente. Sinceramente pienso que el Espíritu Santo se sirvió de dos curas que había en aquellos años en mi parroquia. Uno ya murió, hace un año, y el otro vive, con más de ochenta años pero está en activo. Fueron unos sacerdotes que se ganaron al pueblo. Vimos en ellos personas coherentes, que no buscaban ambiciones, ni dinero, ni gloria, muy entregados al pueblo, muy trabajadores, de una vida ejemplar. Y, aunque es Dios es el que llama, también se sirve de nosotros. En este caso se sirvió de estos curas. Yo insisto en que el ejemplo de los presbíteros sigue siendo fundamental, además de la familia que es donde se tiene que dar ese caldo de cultivo de la vocación y de valorar la figura del presbítero. Pero unos párrocos entregados siempre serán camino por el que Dios llama.
En su Diócesis de origen Ud. fue Vicario episcopal de enseñanza; ahora, en la Conferencia Episcopal Española, pertenece a la Comisión de enseñanza y catequesis. ¿Cómo podemos reforzar el mensaje cristiano desde la educación? ¿Cuál ha de ser el papel de la Escuela católica?
En La Rioja, más de una década, fui Vicario episcopal de enseñanza y me tocó, en esos años, afrontar algunos retos no sencillos en la educación católica; conecté mucho con la Escuela católica. Ahora, en la Diócesis, me alegra mucho poder visitar los Colegios concertados, estar con sus claustros de profesores, con las comunidades religiosas que ostentan la titularidad de los Centros, etc.
La Escuela católica o mantiene su identidad católica o desaparecerá. Si es una Escuela como las demás (no digo que per se sea mejor ni peor) desaparecerá porque ya tenemos muchas. La Escuela católica tiene que aportar algo diferente, además de calidad, de buenos canales pedagógicos, innovaciones tecnológicas, valores humanos, etc. ¿El qué? Tiene que aportar a Jesucristo o, de lo contrario, pierde su identidad. Tiene que tener una clara identidad católica; si la pierde, se diluye y no habrá quien quiera cursar los estudios en sus aulas. Debe evangelizar educando. No hablo de hacer proselitismo pero lógicamente se transmiten los valores cristianos en un marco educativo. No desde la imposición sino desde el diálogo fe-cultura.
De los niños a los ancianos… Percibimos una barrera que parece dificultar hoy la interacción entre las distintas generaciones. ¿No cree que es una pérdida que la gran experiencia de los mayores no llegue adecuadamente a los niños?
Sí, es una pena que a las generaciones pasadas no se les dé el valor que hay que darles. Estamos en un momento en que pensamos que lo de antes no vale para nada. Es cierto que no todo lo anterior ha sido mejor que ahora, esa idea hay que desecharla. Ahora hay muchos valores también pero nuestros mayores, nuestros abuelos, han tenido grandes valores: trabajadores, honrados, etc. ¡La honradez ha sido para ellos tan importante! Y ahora descubrimos, por ejemplo, tremendas faltas de honradez en la política, en la cuestión económica. Aquellos valores de nuestros abuelos tienen que seguir imperando en nuestra sociedad porque son valores eternos, que sirven para siempre. En esto y en otras cosas no debería darse una ruptura entre una generación y otra.
¿Están bien integrados en la Iglesia los diferentes dones y carismas?
Que en la Iglesia haya diferentes dones y carismas es una maravilla porque esto es fruto del Espíritu Santo. Que haya una pluralidad legítima, una sana diversidad es un regalo de Dios. En la Iglesia hay libertad a pesar de lo que muchos puedan decir. Es esencial que todos los carismas estén unidos. El Obispo, como pastor, es garante de la unidad de los carismas. A veces nos cuesta entender que nuestro carisma es bueno, porque viene del Espíritu Santo, pero no es toda la Iglesia, es parte de la Iglesia. Todo carisma debe estar en comunión con el resto de los carismas y juntos unidos al Obispo, pastor de la Iglesia particular.
¿Cuál es su visión de la parroquia?
Yo tengo una visión de la parroquia tremendamente positiva porque la parroquia es la casa de todos, ahí entran todos. Entran los que van a Misa todos los días y los domingos, los que se confiesan y tienen una tradición cristiana muy arraigada, pero es también la casa de aquél que se ha alejado de la Iglesia pero que, un día, desea bautizar al hijo. Es la casa común, la casa donde entramos todos. El Cardenal Omella, en unas recientes jornadas sobre la parroquia, decía: “Bendita parroquia ya que gracias a la parroquia seguimos evangelizando”. Es una plataforma que hay que renovar, que hay que dinamizar, pero la parroquia sigue siendo válida para la evangelización. San Juan XXIII tiene un pensamiento muy hermoso sobre la parroquia: “La parroquia es la fuente de la aldea a la que todos acuden para calmar su sed”.
Después ya, dentro de la parroquia, habrá catequistas, grupos que vivan la fe de otra forma, etc. pero la parroquia acoge a todos.
¿Y sobre los laicos? ¿Cómo percibe Ud. su papel en la Iglesia particular de Osma-Soria?
Ojala que en nuestra Diócesis no se quede en meras palabras el papel real de los laicos en la vida de la Iglesia. Que los seglares tengan la responsabilidad que el Concilio les recuerda… pero atención: a los seglares no hay que darles nada porque tienen, por el bautismo, un papel propio, esencial. ¿Cómo concretar este papel? Los Consejos parroquiales en las parroquias, especialmente en aquellas con una cierta entidad. Desde esta plataforma, junto al párroco, van viendo cómo evangelizar la porción confiada por el Obispo a un sacerdote o un grupo de ellos. No podemos olvidar que los seglares no son sujetos pasivos sino activos de la evangelización. Con el párroco son el motor evangelizador de una parroquia.
A nivel diocesano tenemos el Consejo diocesano de pastoral; allí los laicos, que son la mayoría, junto a un grupo de sacerdotes, van indicando los caminos que debe recorrer la Diócesis a nivel pastoral. Yo ya me he reunido con este Consejo en varias ocasiones durante este año que llevo en la Diócesis; y no lo he hecho, permitidme la expresión, “para pasar aguja sin hilo” sino para escuchar cómo ven ellos por dónde caminar. Se trata de una escucha desde el corazón y desde la verdad; no es una escucha para luego no tomar en cuenta sus consideraciones.
En este año como obispo de Osma-Soria ¿cómo valora su relación con las Instituciones políticas sorianas?
Está siendo realmente buena, tanto con los ayuntamientos, los alcaldes -además aquí no quisiera señalar a ninguno en concreto porque en mi visita por las diversas parroquias de la Diócesis han sido muchísimos los alcaldes que, aun no siendo una visita oficial, han querido venir a saludarme personalmente-; con lo cual, la relación con los alcaldes es magnífica; la relación con la Diputación, muy buena; y la relación con la Junta a través de la Delegación territorial en Soria es también muy buena; con la Subdelegación del Gobierno o con la Subdelegación de Defensa, entre otras, también existe una relación muy cercana. Soria nos permite tener esa relación de tú a tú puesto que, al no ser una provincia numéricamente de mucha población, nos regala la posibilidad de la cercanía.
A Ud. le nombró Obispo el Papa Francisco el 5 de enero de 2017. ¿Qué cree que está aportando a la Iglesia Católica el Pontificado de Francisco?
Es cierto que a los Papas se les atribuyen muchas cosas que ellos ni las dicen ni las piensan. ¿Qué aporta de específico, pero real, este Papa? Porque cada Papa tiene su especificidad… Si Benedicto XVI era un Papa maestro, que escribía divinamente, cuyos escritos son sabrosísimos, el Papa Francisco aporta dos cosas:
En primer lugar un dinamismo pastoral impresionante desde Evangelii Gaudium, que quiere que sea la programación pastoral para su Pontificado. Él venía de Buenos Aires donde trabajó muchísimo por llevar el Evangelio a todos; quiere eso para toda la Iglesia: dediquémonos a evangelizar. Dejémonos de chismorreos y otras cosas, y pongámonos a trabajar.
En segundo lugar, la misericordia, que en la pastoral ejerzamos la misericordia. La primera vez que me encontré con él en Roma me dijo: “Quiera mucho a los cristianos de Osma-Soria”. Quiera, esté cerca, sea pastor cercano; es verdad que luego entran las limitaciones, deficiencias o pecados pero el Papa nos quiere pastores cercanos.
Con motivo del Día Internacional de la mujer, recientemente celebrado, la Diócesis emitió un comunicado que ha sido muy bien acogido. ¿Cómo ve el papel de la mujer en la Iglesia?
Sobre el papel de la mujer, respecto a la cuestión laboral, yo creo que esa igualdad salarial, a igual trabajo igual salario, es algo evidente; hay que trabajar para que el salario de la mujer sea el mismo que el del hombre. Creo también que hay que progresar muchísimo en la mentalidad de que las labores de la casa son también del varón, no solamente de la mujer, han de ser compartidas.
Con respecto al papel de la mujer en la Iglesia me voy a mojar un poco. Sinceramente pienso que el papel de la mujer en la Iglesia debe ser tenido más en cuenta, ser más valorado, que vaya ocupando puestos de organización y de dirección en la Iglesia que son perfectamente compatibles tanto para el hombre como para la mujer. En este sentido no hay porqué discriminar porque sea una mujer. Si ese cargo, esa labor, esa tarea la puede realizar una mujer, no hay ningún problema para que sea una mujer la que ocupe ese puesto en una parroquia, en la Diócesis o en la Iglesia universal.
Las guerras, las persecuciones o el hambre están provocando movimientos ingentes de migrantes y refugiados. Al mismo tiempo, Europa parece estar renunciando a los principios cristianos sobre la que fue construida ¿cómo ve esta situación?
Junto al Papa debemos hacer una apuesta por aceptar a las personas que se ven obligadas a emigrar, que sufren el exilio, a los refugiados. Europa no debe ser una fortaleza que eche a las personas. No podemos permitir ni vivir con paz sabiendo que hay hermanos nuestros muriendo en las pateras por huir del infierno y buscar una vida mejor. No podemos ver la inmigración como una amenaza en sí misma; acojamos, promovamos, integremos en nuestras sociedades y en la Iglesia a estos hermanos.
Europa está renunciando a sus raíces cristianas. Recuerdo a San Juan Pablo II pidiendo a Europa que no olvidase sino que recuperase estas raíces. Un presente sin pasado es un presente con poca entidad. Allí donde no se reconocen las raíces, el presente se convierte en arenas movedizas.
Antes hablábamos de preocupaciones; díganos ahora algo por lo que dé gracias de todo corazón de una manera especial.
En estos momentos doy gracias por algo muy simple y tal vez reiterativo en mis palabras: Aunque han sido meses de muchísimo trabajo, doy gracias por haber pasado por tantas comunidades parroquiales. Han sido más de cien, lo cual en Soria no es decir mucho porque son 543 comunidades parroquiales aunque algunos pueblos estén deshabitados y otros tengan dos o tres personas. Para mí esto ha sido una gracia durante estos meses porque me ha ayudado a conocer a la gente directamente. Y, aunque suene a tópico, debo decir que he recibido más de lo que he dado: cariño de la gente, cercanía, cómo me han abierto el corazón para comentarme sus preocupaciones, transmitirme sus necesidades o animarme. Ha sido una gracia de Dios. Doy gracias por haber tomado esta opción de hacer una visita por la Diócesis, no solamente a los sacerdotes, que también lo he hecho, sino a la gente, al pueblo de Dios para conocer a este santo pueblo fiel.
“El que os llamó es fiel” es su lema episcopal. ¿Qué aporta a su ministerio?
Esta frase de San Pablo que elegí como lema episcopal sirve para todo cristiano pero a mí me hace bien recordármela cada día. Nuestra fidelidad es fruto de la fidelidad de Dios. Aquí está nuestra alegría: el que nos ama y no nos olvida nunca es fiel a pesar de nuestros fallos y pecados.