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"En nombre del progreso", reflexión de Carmelo Romero

El historiador Carmelo Romero es una de las firmas que han colaborado en el último número de la revista "Sarnago", editada por la asociación cultural de este pueblo de Tierras Altas. Romero aporta una reflexión, en un artículo de opinión, sobre lo que se está haciendo en "nombre del progreso" en Soria. Lo puede leer a continuación.

OPINIÓN/ En nombre del progreso

Pertenezco a una generación que en su juventud más joven asistió al hundimiento de un mundo forjado durante siglos y escasamente cambiante: el mundo de los pequeños pueblos de cereal y ovejas; de mulas y de asnos; de hoces y de trillos; de esquileos y vedijas; de boinas, sayas, alpargatas y remiendos; de hogares de leña y de trasnochos; de piedra y adobe; de pegujales, de lavaderos, de taínas, de corrales y de huertos.

Un mundo secular de subsistencia que en las décadas de los sesenta y setenta del siglo XX se derrumbó con la misma rapidez con la que se vienen abajo los castillos de arena ante el vaivén de las olas. De aquel mundo apenas si quedan los recuerdos en quienes por haber nacido en él, seguimos conservando, ya en la ciudad, su raíz y su entraña. Los recuerdos, muchas veces hechos literatura, quedan. Y también los restos. Los restos, como después de una batalla, multiplicados en paredes derrumbadas, en casas desvencijadas y en vacíos y soledades de lo que un día, no hace tanto, fueron pueblos y vida.

Nunca volverá lo que fue, ni tampoco es deseable, pero hace tiempo que asistimos a un riesgo nuevo que yo me permito identificar asi: sacrificar todo ante el altar de un supuesto Progreso.

El "todo" no es solo la poca y anciana población que queda en los pueblos. El todo es la naturaleza: la tierra, el aire, el agua y el árbol; es decir, las fuentes de la vida. Se equivocaría quien creyese -lo escribí hace ya tiempo- que el gran capital se iba a permitir mantener estos grandes espacios vacíos, generados por sus políticas e intereses, sin explotar ni rentabilizar en su beneficio. Demasiado goloso tanto desierto demográfico como para no meter en él su gran cuchara. Demasiado inermes estos vacíos de población como para no actuar sobre ellos enarbolando como reclamo la bandera del progreso.

Es obligado preguntarse, ¿del progreso de quiénes? Y también ¿a costa de quiénes y de qué?

El progreso, cierto es, siempre se cobra su precio, su elevado precio. No es menos cierto, sin embargo, que sin progreso solo hay languidez, decadencia y, a medio plazo, la nada. Se trata, es obligado que tratemos, de trabajar progreso y futuro. Pero ese progreso y ese futuro no pueden sacrificarse a los intereses económicos del gran capital sea, como se pretendía en Aragón, con casinos de juego o, como se pretende en Soria, con macrovaquerías o macrogranjas.

En los años sesenta y setenta del siglo XX acabamos con buena parte de la población de muchos pueblos. En las próximas décadas podemos acabar con buena parte de su naturaleza. No siento nostalgia por el pasado, sino preocupación por un futuro en el que, o asumimos colectivamente como reto de la sociedad y de los gobiernos, equilibrar demográficamente los territorios y económicamente las personas, o fomentaremos todavía más las desigualdades y miserias sociales y las dentelladas irreversibles a la Naturaleza en nombre de un supuesto progreso.

Fdo: Carmelo Romero

 

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