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Opinión

El fin moral de la escritura

Juana Largo reflexiona en este artículo de opinión sobre un mundo convulso y lleno de megalomanias de algunos gobernantes, frente a la humildad del pueblo.

El fin moral de la escritura

Precisamente la escritura que pretende ser artística nos sirve para seguir el camino de la humildad en un mundo convulso y con tantas megalomanías de algunos gobernantes.

La gente sencilla es otra cosa. La gente sencilla no se deja llevar por esa vorágine de enormes megaproyectos, de enormes voluntades de poder, de enormes ansiedades, de enormes narcisismos. Ahora, por ejemplo, podría darse la cuestión de preguntarse por el narcisismo y los gobernantes, hasta qué punto llegan en su aspiración de una figura para una gran estatua de una ciudad y su creciente en ellos egotismo que les lleva a considerarse grandes y llenos de miradas por la gente.

Las estatuas de estos gobernantes deberían estar prohibidas, deberían hacérselas a las gentes populares o que hayan tenido una trayectoria ejemplar y comunitaria pero no ese desorden urbanístico de decisiones de comisiones políticas para hacer monumentos de los grandes narcisos que, con frecuencia o por sistema, han hecho sufrir al pueblo para que, luego, encima, el pueblo los tenga que ver en una estatua de una plaza central.

Pues he aquí lo que pasa: el poder, para ejercerlo, consiste muchas veces o casi siempre en administrar el mal o hacer del mal algo que el que rige una comunidad, emplea para satisfacer su complejo de Narciso.

Precisamente, sobre todo esto, y mucho más, las artes varias tienen un componente de acendramiento de las personas en el curso de la humildad por la vida. Aunque algunos autores o artistas gocen o quieran gozar de grandísimas propiedades materiales, como que ellos también participan de la depredación de los brutales mandamases o gentes de lo alto de los edificios de negocios y empresas y economía del mundo, aunque quieran gozar del mundo de los altos sibaritismos de la Tierra, o crean incluso que pueden ser dueños del futuro, como que, en una guerra nuclear, ellos dignaran ser protegidos de la catástrofe en sus búnkeres, sin embargo, se dice desde aquí, demuestran ser menos artistas de lo que creen, y más negociantes, y menos entonces personas de fiar para el común de las gentes, aunque no exista el comunismo o aunque un sistema comunista fuera utópico, pero demuestran un gran resentimiento con respecto al vulgo noble que suele ser mucha gente…

No han aprendido nada en la vida y la vida no les da permiso para que con su naturaleza hagan lo que quieran, pues la naturaleza humana es común. No son altos sino mezquinos y demuestran, de todas formas, que una persona artista o creativa sabe que el camino de la humildad es lo único que enseña el arte. Aunque se sea muy experto en cuestiones digamos técnicas de lo artístico, si no son personas –como decía la gente de antes en comunidades como las nuestras-, si no son personas, no son nada de nada, más que una bolsa de dólares a enterrar en cualquier parte.

Contra todo lo que pudiera parecer, el dinero y su amasamiento no resuelven el problema de la grandeza del humán, sino que la deterioran. Y pertenece al antiguo sistema de vida eso de que haya que vivir o medir por el vil metal.

El camino de la humanidad es el de las preguntas constantes y el del estudio, aunque a uno le hayan dado un Premio importante que precisamente, da pomada a su individualidad, cuando, todo, pero que todo el mundo vive rodeado de sus semejantes.

Fdo: Juana Largo 

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