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TRIBUNA/ Sobre los lobos

Ángel Coronado reflexiona en este artículo de opinión sobre los lobos, a raiz de haber devorado a treinta ovejas en Zamora.

TRIBUNA/ Sobre los lobos

Vaya por delante lo primero, que de no ser así, nada de lo que sigue vale. Y esto es, puesto que de lobos va, que nadie odia tanto al lobo como aquél que, pudiendo, no repara el daño que alguien (un ganadero), sufra del lobo. “Treinta ovejas devoradas por el lobo en Zamora”. Parecerá una noticia, pero solo es media. La otra media sería la que diese aquél que, para mejor conocimiento y, pudiendo, lo hubiese reparado.

Y vaya por delante también que hay otro enemigo temible del lobo. Se trata de aquél que dice, y diciendo hace porque puede hacerlo, que no hay incendio si se tala el bosque, y va y lo tala.

¡Oiga, oiga! ¡Dos por el precio de uno!

¡Oiga, oiga! Puede ser, pero no siempre.

¡Oiga, oiga! Podrá ser, pero sin el primero el segundo no cuenta porque sin aquél, éste no puede. Tale Ud. el bosque, ande, tale Ud. el bosque y verá.

Y dicho lo cual se puso a escribir esto: Menos cuatro, al lobo todos le odian. Y a esos cuatro, de tan pocos, todos olvidan

El juego está en que todos (menos esos cuatro) lo hacen de manera distinta, y la manera que domina es ignorarlo pero no del todo. Se le ignora pero de muy diferentes maneras o de muy diferentes medio maneras distintas. Y luego encontró lo mismo pero mucho mejor escrito en un artículo de Santiago Alba Rico. Para que ustedes comprueben la diferencia se le ocurrió exponer las dos. Vamos, hacerle la pelota de paso.

Primero expuso la suya y se puso a escribir esto: el juego que se traen entre sí los enemigos del lobo está en que todos menos cuatro le odian pero de forma distinta porque le odian olvidándose del lobo según diferentes o medio diferentes maneras. La primera tiene un número enorme de seguidores. Consiste en decirle a los niños que viene el lobo cuando son malos. Se involucran uno y medio: el padre  (o la madre) y el niño, medio según veremos. Las dos siguientes se la reparten entre ganaderos y agricultores, y en esto me remito a lo expuesto en primer lugar. De la media cosa que me falta dar cuenta, la más compleja, me ahorro trabajo resumiendo y todo lo resumo en un solo nombre que representa a tantos y tantos niños buenos a los que su mamá cuenta un cuento: Walt Disney. Y hablo de media cosa porque ni hay niños malos y aparte otros buenos, sino que el mismo niño es malo y dentro de un rato bueno. Walt Disney odiaba lobo, pero sin lobo Caperucita fuera, y como a Walt Disney  sin Caperucita no, detrás de Caperucita lobo con ella tampoco.

Y luego cita a Santiago Alba Rico:  

En uno de sus libros, la bióloga y antropóloga Barbara Ehrenreich recoge un dato inesperado. Según nos cuenta, cuando se pregunta a los habitantes de New York sobre sus temores más profundos -en una ciudad con accidentes de tráfico, alta criminalidad e incluso terrorismo- la mayor parte de los neoyorquinos asegura sentirse amenazada por ¡los animales salvajes! La percepción de muchos urbanitas estadounidenses, en efecto, es la de que el peligro que los acecha cuando salen a la calle tiene más que ver con lobos y serpientes que con balazos y atropellos. Ehreinrech lo interpreta como un atavismo. Llevamos el bosque dentro desde aquellos días lejanos en que, balbucientes homínidos, no éramos todavía depredadores sino presas expuestas a las mandíbulas de las bestias voraces. Llevamos los bosques dentro, sí, mientras los talamos fuera; y vemos el mundo desde ellos: desde un lugar, por tanto, desaparecido o a punto de desaparecer. Nuestros miedos prolongan el de Caperucita Roja, el de Pulgarcito y Hansel y Gretel, el de todos esos personajes de los cuentos tradicionales que se internaban en la selva con el corazón palpitante, a sabiendas de que podían ser devorados. Los pobres lobos, en peligro de extinción, y los pobres bosques, cada vez más ralos y encogidos, nos atemorizan más que nuestras máquinas, nuestros gobernantes y nuestros banqueros. […] Podríamos imaginar así, en hipérbole caricaturesca, un político neoyorquino que alcanzase la alcaldía de la ciudad tras prometer a sus votantes la contratación de cazadores de lobos y la adquisición de trampas para osos y cocodrilos. (Alba Rico, S. ”La Ciudad y los Lobos” en Diario Público del 11/11/2021).

En resumen, para estos dos señores el problema del lobo no existe. Existe un problema en el que un animal, el lobo, es concernido, dicen. El problema no es el lobo, el problema es el político. Y es el político el responsable, el que debe responder, pero responder en dos idiomas diferentes. Uno, el primero, en el idioma que sabe y entiende la víctima (el ganadero “a”, el ganadero “b” y el ganadero “c”). Y otro, en el idioma que todo el mundo entiende, el de la Ley, el mismo en el que los políticos se mueven, el Parlamento, dicen.

Y si no responde… Sería una pena, porque Ud. no puede talar el bosque. Caperucita si.

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