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TRIBUNA / La letanía del Cerro

Ángel Coronado plantea, con buenas dosis de ironía, en este artículo de opinión, una letanía para el Cerro de los Moros.

TRIBUNA / La letanía del Cerro

En un texto reciente de Alba Rico he leído eso de que si repites lo que fuere un número suficiente de veces, ese lo que fuere acaba siendo verdad con independencia de que la realidad dijese lo que dijese. Ahora ya, y aquí, por mi parte, me parece que lo dicho, sin pretenderlo en principio, es la más escrupulosa, definitiva y verdadera (sobre todo verdadera) definición de fe.

¿Qué es la fe?

La fe es una cosa que se tiene, porque si no la tienes, deja de forma automática de existir. Esto es, que siempre sirve. Para tenerla si la tienes y para nada si no. Puestos a definirla me remito a lo dicho. Y como a pesar de todo sigue sin saberse bien lo que pueda ser fe, se confunde sin querer la verdadera fe con la llamada “fe del carbonero”.

Recuerdo haber oído, perplejo, a un periquito decir con voz humana, firme y clara: “Ave María Purísima”. Corrían entonces los felices años cincuenta del siglo pasado, al tiempo que corría también en paralelo la niñez y primera juventud de mis amigos y la mía. De forma rigurosamente igual repito yo ahora ese pensamiento de Alba Rico. Sería pedante si añadiese que Chomsky dice lo mismo, con perdón.

Nunca pregunté, sin embargo, al periquito aquél. Nunca. Nada. Y ahora me pregunto acerca de la diferencia entre realidad y verdad.

Como Santo Tomás, yo creo que lo primero es tocar la realidad. Y después de haberla tocado un número suficiente de veces, entonces amigo mío, es entonces cuando, mi amigo, yo te diré. Te diré que aparece, pero no de pronto, nunca de pronto aunque algunas veces lo parezca, es entonces cuando poco a poco amanece. Un segundo detrás de otro, todos iguales, todos iguales… Anochece igual, amigos y enemigos míos, idénticamente igual.

Oye, carbonero. Lávate un poco que manchas. Vale también que esperes, me mancharé yo también, ¿vale?. Y además que me lo piense. Bajaré a la mina contigo, carbonero. Y en esas se nos pasa poco a poco la vida, Jorge Manrique, coplero. Y en eso se nos va quedando la verdad, se te olvidó decir, me parece a mí, Jorge Manrique, coplero.

Yo creo que hay que repetir un número suficiente de veces que al Cerro de los Moros hay que dejarlo como está. Propongo de forma completamente cerril y cabezona una especie de letanía que podrá parecer, en principio, aburrida. Y lo es. Peor todavía. Contraproducente. Peor aún. Letal. La verdad, la mayúscula verdad, la Verdad con mayúscula, es siempre letal. Tanto como esa cosa nueva, el amanecer que quieras que no amanece. Te puedes jugar la vida, te puedes jugar la muerte, pero amanece quieras que no. Y es allí, precisamente allí, donde la verdad y la realidad se cruzan, dice Alba Rico. Y Chomsky. Y yo con ellos también. Y ahora vamos a rezar, dice un cura:

En el Cerro de los Moros hay conejos

Y el coro de fieles responde: Hay que dejarlo igual

Tengo el PGOU de Soria en la mano

Y el coro de fieles: Hay que dejarlo igual

 

Una herencia envenenada.

Y el coro de fieles: Hay que dejarlo igual

 

Antonio y Gerardo y Gustavo Adolfo dijeron eso

Y el coro de fieles: Hay que dejarlo igual

 

El Cerro se está erosionando y desaparecerá

Y el coro de fieles: Hay que dejarlo igual.

 

Y así sucesivamente. También advierto que las letanías, de pronto, no bien su poder narcótico te ha dejado para allá, cambian de son y te administran susto. He aquí un ejemplo:

 

El Cerro sigue dale que te dale

Y el coro de fieles te suelta esto: Toma, claro, y tiene conejos.

 

Y otro salta con esto:

 

El Cerro dice que ya termino de marear la perdiz

Y el coro de fieles dale que te dale: Tiene conejos

 

Y en estas ocurre que por fin amaneció. El tiempo punto. es dice para hoy que sol y sombra, temperatura sin cambios y brisa suave del oeste. No hay moraleja. Solo un temor reverencial y acaso trazas de algo de no sé qué, acaso restos de frutos secos o de un desprecio descomunal, qué leches, a los que no cuentan a su mano derecha lo que hacen con la izquierda.

Y todos felices, se pusieron hasta las trancas comiendo perdices.

Fdo: Ángel Coronado

 

 

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