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TRIBUNA / El torreznillo

Ángel Coronado reflexiona en este artículo de opinión de la calma que ha llegado después de las elecciones generales, la belleza de Soria y el signicado de un regalo diferente.

TRIBUNA / El torreznillo

Después del rebuzno electoral se diría que vuelve la calma, pero no es así. Se dejará de oír a los burros, pero las hienas ríen y ladran. De cualquier forma también es cierto que no todos callan con el mismo tipo de silencio. Tanto calla el que duerme como quien jugando al tute no habla, sin contar con que los pajaritos trinan porque no croan como los sapos y las ranas. Cuando el tenor coge aire tampoco canta, ni tampoco el burro rebuzna mientras come, ni el santo dice nada cuando piensa en hacer algo todavía mejor. Incluso el mentiroso se afana en superar su mentira.

En cualquier momento se puede seguir con lo mismo aunque parezca que no, pero seguramente hay momentos de calma en los que lo mejor, siempre, es seguir lo mejor que, dentro de uno esa calma nos dicta, porque de otra forma no podríamos contar con ella, con la calma. Dentro de uno, porque de fuera solo se nos ocurre decir lo de los burros y las hienas y los santos y los pajaritos, sapos y ranas.

Siendo algo borrico como al final es cada uno en alguna proporción complementaria con respecto al pajarito que cada uno es, se me ocurre pensar que este momento de calma, para el político que en alguna medida mayor o menor llevamos dentro, y reconociendo que a esta calma contribuye ver el toro desde la barrera, puesto que no somos senadores ni diputados ni lo queremos ser ni lo hemos sido nunca, se me ocurre pensar que de ser alcalde de alguna ciudadita tranquila, calmosa y pequeña como Soria por ejemplo, solo por ejemplo, vale Cuenca, o saliendo fuera de nuestro país y contando con las enormes ciudades que se pueden ver por ahí, añadiremos también que Madrid o Barcelona por ejemplo, siendo alcalde de los que repiten alcaldía, claro (estamos en plena calma post electoral), de Soria por ejemplo, se me ocurre pensar, decía, que de ser alcalde de Soria por ejemplo, dejaría de decir y de hacer en el futuro todo lo dicho y hecho antes de las elecciones sin pensar en todo lo mal dicho y mal hecho en ese mismo tiempo, cosa que nuestro amigo Perogrullo nos repite siempre una y otra vez.

Le acabamos de encargar a Perogrullo que nos lo repita de nuevo después de haber supuesto que nosotros fuésemos alcaldes de alguna ciudadita tranquila, calmosa y pequeña como Soria por ejemplo, solo por ejemplo, valdría Cuenca  (nunca nos podríamos referir a Hong Kong). Nunca dejaríamos de pensárnoslo mucho cuando nos ocurriese lo de repetir horrores pasados, nunca dejaríamos de pensárnoslo mucho antes de seguir haciéndolo en una ciudad tan reducida de tamaño como esa que tengo clavada en la cabeza desde que un día se nos ocurrió visitarla. Creo recordar que fuese Soria. Y lo decimos porque nos tomamos unos torreznillos y eso no puede ocurrir sino en Soria, después de lo cual ese saborcillo desaparecía y hubo de seguir en ello en otros bares con otros vinos y con otras raciones de lo mismo.

Nunca nadie de nosotros pudo saber si la desaparición del intenso sabor del torreznillo era por causa de un deseo (el de repetir ese lance) o por la superposición de otro deseo encima del anterior, porque no había manera de mirar a otra cosa diferente a la crujiente y sabrosísima delicia en funciones de nueva elección de otra pieza o seguir en lo del turismo, esto es, visitando monumentos uno tras otro. Al fin y al cabo la misma cosa, dada la monumentalidad de la crujiente delicia. Es una buena idea esa del turismo selectivo, por ejemplo, visitando solo el barroco, o escalando paredes rocosas de trescientos metros de altura, o incluso comiendo carnes, pescados, hortalizas o helados italianos. Buen pretexto para conocer de paso Roma, Buenos Aires, La Coruña o Murcia. Y si de Soria se tratase, a nadie nos parecía mal iniciar una escalada en busca del torreznillo mejor.

El caso es que, enredados entre los hilos de nuestros paracaídas y parapentes dimos con nuestros huesos en Soria. Recogidos ya en nuestro albergue al final de la jornada estuvimos de acuerdo todos en comentar el vano intento, por otra parte tan frecuente, de hermosear lo ya hermoso de por sí. A Soria, ya hermosísima de por sí en la modestísima sencillez de su cara simplemente lavada, se la quería hermosear todavía más. Alguien les quería regalar a los sorianos, gente de siempre sencilla y tradicional (y eso a cuenta de su propia pasta, que todo hay que decirlo) una Soria todavía más hermosa, mucho más.

Nosotros tenemos una idea del regalo diferente. Siempre gratuito, todo regalo bien entendido según esa idea, la nuestra, se rige por pocas normas, pero inviolables a más no poder. La primera esa, ser gratuito. Y la segunda y última, porque no hay más normas que observar aparte de una idea de reciprocidad sobreentendida, que guste a todo el mundo, tanto al dadivoso como a los regalados. El gusto del dadivoso nunca ofrece problema. Es franco. Se ve quieras que no. El otro día el propio alcalde les recordaba a los regalados la lista completa de sus “regalitos”. El gusto de los regalados es siempre un barullo. Suele hacerse lo siguiente, según nos decía Perogrullo después de haber supuesto que nosotros fuésemos alcaldes de alguna ciudadita tranquila, calmosa y pequeña como Soria por ejemplo, solo por ejemplo, valdría Cuenca. Organizaríamos un concurso público y trasparente como debe ser.  

¿A cuenta de nuestra pasta? ¿Un regalito a cuenta de nuestra pasta?

Toma, claro, ¿O es que piensa usted que le vamos a regalar el torreznillo?

Fdo: Angel Coronado

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