TRIBUNA / ¡Dé usted cuenta de lo dicho, hombre!
Ángel Coronado incide en este artículo de opinión en una cuestión fundamental de la gestión política que es dar cuenta de los proyectos e iniciativas y cómo evolucionan en el tiempo. Pone ejemplos.
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TRIBUNA / ¡Dé usted cuenta de lo dicho, hombre!
Desde que se piensa y propone hacer algo hasta que ese algo se realiza (o se interpone a ello otro algo que lo impida), pasa un tiempo precioso. Digo precioso, precisamente precioso, porque sin él sería imposible que ocurriese otro algo (y ya van tres “algos”) al que directamente aludo. Es el siguiente: en ese tiempo que se instala entre una propuesta y su realización, lo que pasa es que se diluye y se desdibuja o esconde una cosa esencial: la que obliga, a quien propone, dar cuenta de su propuesta. Sin ese tiempo precioso no podría ser que algo tan esencial como dar cuenta de la propuesta por parte de quien propone, se nos obviase. Y sin embargo esto es lo que ocurre. Y aunque alguien lo denunciase parece ser que sigue ocurriendo. Para que no se diga que por mi parte no hay denuncia, sirvan estas letras para denunciarlo.
No se trata de calificar si una propuesta determinada, u otra, es buena o mala. Se trata simplemente de denunciar, o mejor, de dar cuenta de lo que debiendo darse, esto es, cuenta del resultado de tu propuesta, no lo das.
¿Hablas de propuestas o de promesas?
Me da igual. El dar cuenta concierne por igual a una cosa u otra. Hablo de la rendición de cuentas, y me gustaría precisar que a ésta da igual también el cuándo, que siempre hay un cuándo al que la cuenta conviene, porque siempre hay un tiempo en que algo, siquiera parcial, se realiza o cumple. El tiempo será universal, infinito, pero ahí están los relojes: tic, tac, tic, tac. Se hace camino al andar, pero ahí está este paso, un, y el siguiente, dos. Y es justamente a ese tic o tac al que me refiero llamándolo precioso, maravilloso, milagroso. Rendir cuentas: la propuesta o la promesa se ha realizado hasta aquí o allá. Amigo mío, nada concluye definitivamente ni ninguna cuenta se cierra para siempre jamás. Esto es todo lo que quería decir. Solo me falta ilustrarlo con algunos dibujos. Aquí los dibujos son ejemplos.
¿Puedo hacer una observación?
Todas las que Ud. quiera.
Quiero decir que siempre habrá un tic a su disposición para reprochar, y también un tac a la mía para contestar.
Formidable, milagroso, siempre tenemos ese tic. Siempre tenemos ese tac, pero tenga Ud. en cuenta que no me refiero a cualquier tic sino exclusivamente al que me refiero y solo espero que Ud. no se refiera a cualquier tac sino al que Ud. se debe referir.
La tarea de los ejemplos es penosa, porque citarlos todos, con ser tantos, no es posible, y escogerlos, entre tantos, siempre parecen pocos. Otra solución sería escoger tan solo uno, pero gordo, y me parece que tal es lo que haré, no sin antes merodear un poco según los diferentes campos o regiones que frecuentan.
Despoblación: llamo las cuatro “P” al conjunto de promesas, proyectos, peticiones y porvenires de que Presura (es un ejemplo tan solo) está tan lleno y el Hueco tan vacío de algún espesor que lo avale y provea de contenido que, sencillamente, asombra.
Descarbonización: llamo las cuatro “P” al conjunto de promesas, proyectos, peticiones y porvenires de que alcaldía de Soria está tan lleno y al tiempo tan abandonado de aval que, sencillamente, asombra.
Renovación energética y revolución climática: llamo las cuatro “P” al conjunto de promesas, proyectos, peticiones y porvenires de que todo el mundo mundial habla sin decir nada excepto esa niña sueca que, por decirlo todo, tiran con bala y que por eso asombra.
Y ahora el ejemplo gordo
Urbanización, ese asunto milenario y por eso tan conocido según el cual las ciudades comen campo: Llamo “P” al conjunto de cosas que aunque no empiecen por “p” no queremos repetir porque ya están no solo dichas sino redichas, y entre las cuales destaca una serie tan larga de silencios administrativos que desde lejos llega hasta hoy, serie tan gorda que no cabe más, tan vergonzosa como gorda y tan reciente que asombra, esto es, que quitándole la sombra va y arroja tanta luz, que te hace buscar uno algo de sombra para que asombre menos. Unas gafas de sol. Y esto es lo que busco y con ello me asombro menos.
No voy a disculpar al alcalde. No hay quien lo haga. Y si lo hubiese, no tendría disculpa el hacerlo. No sé si se refugia en un silencio administrativo mal entendido, porque el silencio administrativo versa sobre iniciativas o peticiones del administrado pero nunca sobre las propias obligaciones del administrador. ¿Sería preciso recordar a nuestro alcalde que su silencio no le redime obligaciones?
Bueno, pues entre la larga lista de silenciadas obligaciones de nuestro alcalde hay tres que me gustaría recordar y repetir. Me gustaría que una voz hablase por él cuando, debiendo hablar, callase. Poco airoso para un alcalde, pero mejor que verlo acurrucado en su rincón sin saber lo que decir sabiendo bien lo que calla. Y no digo lo que presuntamente calla, porque de su propia boca lo hemos oído. Escuchen esto: Todo lo que se pueda decir sobre cierto asunto (dice Carlos), de cuyo nombre no quiero ni acordarme (digo yo), es justamente lo que nos dice que piensa el alcalde, y atender a lo que él piensa no sería democrático, remacha.
¿Entendieron ustedes? Lo volveré a repetir: mire Ud., nos dice el alcalde, todo lo que me pueda decir Ud. me sobra y huelga escucharlo. Coincide con lo que yo pienso, aunque luego haga otra cosa, ¿vale? Y siendo esto así no sería democrático resolver la cuestión según lo que pienso. No soy dictador, ¿vale?. ¿Lo entienden ustedes? Es grandioso, es inaudito, como una especie de rugido. No. De rebuzno. No. De alarido. No. De trueno, eso, trueno de los que chascan de rompe y rasga. Y lo repito por tercera vez: Primero te roba el pensamiento, y cuando ya lo tiene en su bolsillo, va y lo tira.
Y esto, tanto como el canto del gallo de madrugada, nos lo ha repetido muchas veces entre las cuales escojo tres cualesquiera, estas tres, las tres que anunciaba, tres silencios a voces, voces tan altas y repetidas que parecen diferentes. Luego, por entre los cerros de los Judíos, de los Moros y de los Cristianos, Cebollera, Los Montes Claros y El Moncayo, el eco las multiplica y poco a poco se las va tragando.
Fdo: Ángel Coronado