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TRIBUNA / Los tres cerditos

Ángel Coronado reflexiona, al hijo de una imagen sobre tres cerdos que ilustra una información sobre la recuperación económica del sector porcino, del significado de "hacer la pelota".

TRIBUNA / Los tres cerditos

Hacer la pelota no es fabricarla. Es algo más complejo. Fabricar la pelota tiene también sus problemas, pero entre fabricar y hacer se abre un espacio muy grande. A los niños con catarro, eficaces fábricas de mocos, solo hacen pelotillas con ellos, que luego, chuches naturales y con mucho más sanas que las otras, comen. ¡Cochino! ¡Cerdo! (Cerda nunca. A las niñas nunca se les llama cerdas. ¡No seas mal educada, niña! Eso todo lo más). Y uno mismo, al andar, qué hace sino  echar un pie delante del otro. Nunca fabricas tus pasos. Los das, se hacen para uno mismo. A ti mismo te los das. Nunca se los das a otro. Ni puedes.

Hacer la pelota es decirle a otro que sí, pero hacerlo de alguna manera especial, como queriendo evitar esa hermosa palabra del “sí”, del “no”, tan hermosa de decir o de oír que la dice otro/a en los propios oídos, en algunas ocasiones, tan clara, tan desoladora otras veces, siempre inapelable y final, siempre enseñanza de alguien o de algo superior. Te digo que sí. Te digo que no

Qué interesante. Qué interesante lo que está usted diciendo, dice por el contrario y de forma invariable el pelota. Y lo dice como diciendo (que no solo a los tuyos) que al tiempo y también a otros, a otros oídos, a otras instancias, como haciendo alguna suerte de teatro, como si actor en el escenario ignorase la existencia del telón e hiciese del patio de butacas su escenario.

El telón. Esa cosa que no ves para que veas. Nada en la obra es tan elocuente como ese telón que baja lento sobre la tragedia. O veloz como una guillotina que la corta, que apenas brilla la corta bajando bajo el sol. El pelota es ese que lo ignora, pero no para ver otra cosa, que también, sino para tú no veas, de verdad, lo que te quiere decir: que la vida será un teatro, un sueño, eso da igual, pero algo dictado, dicho, escrito por él.

Nosotros somos esos otros, esos otros que andamos por ahí, en el cine, en el teatro, en el metro, paseando o leyendo, leyendo en casa El Mirón, mira tú qué casualidad. El pelota. Nunca dices “la pelota”. Podría parecer que te refieres al balón, Ni que decir tiene, sin embargo, que “el pelota” puede ser una mujer. El pelota es unisex, diga lo que quiera la gramática, como si nos dirigiésemos hacia un universo unisex pese los avisos gramaticales que dirían unos, gracias a la gramática que dirían otros, interesados en la cuestión que diría un resto, resto en el que por fin habríamos de meter a los despreocupados/as, inclusivos/as, excluyentes/as y demás hasta completar todo el censo electoral. Porque al fondo, digas lo que digas, en estos tiempos tan acusadamente preelectorales, todo es propaganda electoral.

Propaganda o no, lo que necesitaría justo ahora sería la cara de un cerdito. Justo la cara del cerdito de la izquierda que, de tan solo tres, ilustra un artículo del Mirón de Soria fechado en el día 13/07/2023 bajo el título “El sector porcino se recupera de pérdidas de 2922”.

Se podrá ser partidario de cualquier modelo de ganadería o de agricultura. Pero con la que está cayendo, lo que ha caído y lo que caerá, la cara de ese cerdito es algo para lo cual no bastan palabras. Puesto a ellas, no sé ni lo que decir. Empezando por las orejas, no existen nubes con angelotes retozando ni paraguas o sombrillas contra los rigores del cielo mejores que ellas, y eso sin contar con su papel de viseras para ver mejor y con mejores ojos todo lo que pasa a su alrededor. Decimos ojos a pesar de que tan solo podemos ver uno y además cerrado.

¿Cerrado?

Y bien cerrado según dice usted tan acertadamente, nos vuelve a soltar el pelota.

Déjeme seguir, caramba. Cerrado pero viéndolo todo como si estuviese contemplando el paraíso. Y además ordenando al hocico y a las puntas de las orejas a mirar hacia esa delicia celestial. Altivo, el hocico cede su puesto a la boca Aparte la boca. Nunca desde que Leonardo guardase los pinceles en su caja después de la Mona Lisa, una boca sonriese sin sonreír como lo hace la boca de este cerdito. Diríamos que tan solo la boca, sin olvidar el ojo y todo lo demás, gobierna ese conjunto portentoso sin dejar de decirnos más de lo que es, tres cerditos como de cuento sin abandonar por eso la cruda realidad, cochinetes de barro hasta el rabo sin que tan gracioso detalle se les pueda ver.

Hablamos de los tres pero solo uno, el de la izquierda, es el que necesitamos para pensar, con la que está cayendo. Y sin querer, nos acordamos de las fotos que los macro granjeros llevan siempre tan cerca del corazón. Una vaca (lejos más) sola en el prado, sola con su ternerito que la mama mientras come y se deja mamar. Un pastorcito y una casita más lejos. Y caperucita que le lleva lechita, pobre vieja, dejando lo de las fresas a un lado para otro rato, y los tres cerditos de los que ahora nos venimos ocupando, sobre todo el de la izquierda, ese que ahora se nos ha hecho viral. Se nos ha hecho viral esa cara de cerdito. Ese cerdito nos quiere hacer la pelota, pero el pelota no es él. Me acuerdo de Casado de cuando haciendo la pelota, con vaquitas, es cierto, pero en la cara de este cerdito le veo entre vaquitas por lo verde de los prados con la casita en la cuesta, tan empinada, tan lejos y tan cerquita.

El pelota deja de pelotear. Le arrea una patada en el culo al cerdito y arreando para el zulo. El cerdito guarrea, protesta, chilla.  

Fdo: Ángel Coronado

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