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TRIBUNA / Ventoleras

Ángel Coronado incide en este artículo de opinión en los posibles efectos de las plantas de biogás, que transforma los residuos en energía, pero necesita evitar cualquier fuga.

TRIBUNA / Ventoleras

Mire usted por donde, todo se reduce a una ventolera. Para que lo entienda todo el mundo, una ventosidad. Cualitativamente hablando, eso es todo. El ser o no ser del príncipe Hamlet, pura metafísica en rigor, la pondremos ahora en contexto biológico, apartado digestivo, artículo intestino grueso, recto y final. Ventosidad.

Pero desde un punto de vista cuantitativo el problema se complica. Frente a las pequeñas ventosidades domésticas para todo el mundo conocidas y familiares, se alzan las imponentes erupciones volcánicas y las enormes presiones de los yacimientos gaseosos del planeta Tierra. En resumen, desde un punto de vista metafísico, problema resuelto. Pero en la práctica no. La diferencia entre un pequeño descuido casero y la enormidad descomunal de un planeta en pleno proceso de enfriamiento ineluctable y eterno, como quien dice eterno, porque a pesar del calentamiento que se produce a causa del efecto invernadero (cosa nostra, mafia humana, ,la famiglia, sapiens, neandertales, homos, antropoides del Antropoceno…), total un millón de años no más o acaso menos, un pequeño calentón, a pesar del calentón, nuestro planeta se dirige impávido a enfriarse del todo en unas pocas decenas de miles de millones de años, esa eternidad que decía cuatro líneas atrás, hace un momento, otro momento parecido al del calentamiento global en comparación al disparate de tiempo que falta para que la Tierra, qué digo la Tierra, para que todo el sistema solar, incluso el sol, se convierta en una ceniza fría, la diferencia entre un pequeño descuido y esa ceniza fría, decía, es descomunal. Solo que para entonces, todos calvos. Tú me dirás si merece la pena meterse por ahí. Lo que merece la pena, o por lo menos a mí me lo parece, es considerar que una planta de biogás es, en resumidas cuentas, una enorme ventosidad.

Y mire usted por donde, me topo de nuevo con la metafísica, porque de la misma forma que un pequeño escape doméstico puede ser descomunalmente inconveniente, una imponente planta de biogás puede ser un bendito y franciscano laboratorio en el que una caca se trasforma en alimento para que un alimento se trasforme en caca. Y en esto ya se viene perfilando algo que a todos interesa y en la que deseo insistir porque a mí me interesa también.

Al buen sentido de papá y de mamá dejamos el problema de la buena educación, que desde tiempos inmemoriales se viene ocupando de los pequeños descuidos caseros. Pero cuando papá se descuida de los descuidos caseros y mamá se descuida de lo mismo y el niño se descuida de lo mismo también porque se va o le llevan de curro a la guardería o a la escuela, es entonces, amigo mío, cuando los pequeños descuidos de una planta de Biogás cobran su impresionante valor, un valor que a todos interesa y en lo que deseo insistir por la razón que justo más arriba, hace un momento, decía.

Soluciones hay. Una, vieja conocida, es la de AlpARTEgata. A ésta he dado en llamar la vía estética. De su propio nombre se adivina. El arte, además con mayúsculas, se nos ha introducido a través del nombre y hasta las trancas. AlpARTEgata te sacude un latigazo de pura estética tan intenso que adormece otras facultades corporales de la percepción e incluso de la imaginación. Y aún más. Sin explorar de momento, al menos sin exploración alguna de la que sepa, está la vía que bautizo con el nombre del camino ético. Todo sufrimiento que nos pudiese ocasionar una planta de biogás a la puerta de casa, se trasforma de inmediato en buena leña o combustible sostenible para la vida del más allá, ida sin retorno, rumbo directo al paraíso.

¡Venga ya!

Nada de venga ya, porque ya vendrá, te lo aseguro. Y prosigo no sin apuntar que no corren buenos tiempos, eso es verdad, para las llamadas tradicionalmente “virtudes cardinales”, fe, esperanza y caridad. Ahora se lleva un tipo de vida como más desenfadado, hedonista, placentero, aunque allá en el fondo de cada uno siempre aliente un corazoncito tibio y tradicional, eso sí. Siempre habrá quien desconfíe de la planta imponente de biogás que se acaba de inaugurar en Ólvega, pero también habrá quien se apunte a otras vías perfectamente transitables como las descritas hace tan solo un momento, que de aquí a poco dejaré de recordarles a ustedes, porque no tardando mucho voy a terminar.

Por mi parte ya lo tengo decidido. Voy a esperar. Pero a cualquier descuido me van a oír a poco que sepan abrir las orejas. Doméstico, comarcal, provincial, nacional, universal, cósmico incluso, me da igual. Espero. Dejé de fumar nace tiempo, pero espero. Recuerdo ahora ese tango, chotis, bolero, copla, yo qué sé, esa letra inmortal y arrastrada en la voz, qué voz aquélla, de Sara, la Montiel mientras fumaba fumando espero, fumando espero al hombre que yo quiero. O el desespero suplicante y drogado del universal “Happy birthday tou you…” elevado como una ofrenda de altar al dúo canalla de los Robert and Jack peloteándose, canallas, peloteándose a la diva… Y ahora La Rosalía, de la que solo entiendo que toda la juventud la entienda, que me conformo con eso.

Esperemos. Voy a esperar, que me conformo con eso.

Fdo: Ángel Coronado

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