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TRIBUNA / Amigos del enemigo 

Ángel Coronado reflexiona en este artículo de opinión sobre el brote de gastroenteris en Tarazona, las opiniónes diversas que se ponen sobre la mesa y la falta de acuerdo cuando se plantea quién tiene que pagar.

TRIBUNA / Amigos del enemigo 

Combatir al enemigo. Eso lo tenemos todos claro. Los cien mil hijos de San Luis cruzaron los Pirineos un buen día del siglo XIX como el siete de abril de 1823, según nos dice la Wiki, que de historia y geografía lo sabe todo. Y a otra cosa.

Combatir al enemigo. Eso lo tenemos todos claro. Las legiones de César cruzaron el río Rubicón un buen día que ni la Wiki conoce. Y a otra cosa, mariposa.

Combatir al enemigo. Eso lo tenemos todos claro. Los Crystosporidium cruzaron la laringe de cuatrocientos o quinientos ciudadanos de Tarazona en días y momentos desconocidos del otoño en curso que ni la Wiki conoce tampoco. Y punto pelota.

Combatir al enemigo. Eso lo tenemos todos claro. Tan claro como que nuestro amigo no lo es de todos ni todos son nuestros amigos. Ni sabemos a quién combatir ni podemos dejar de hacerlo, y esto no puede quedar así. Alguien, varios, han dicho que por eso necesitamos crearlo. Y lo han dicho de tan diferentes maneras que no queremos inventarnos otra.  

¿Amigos del enemigo?

A eso precisamente vamos. Uno dijo que si el enemigo es un bicho no es una persona y que según eso, habrá diferentes clases de enemigos. Y todos agitaron sus pañuelos como diciendo que sí, porque de acuerdo en eso agito mi pañuelo. Otro dijo que vale, pero que da igual. Enemigos ambos al fin y al cabo. Al fin y al cabo hay que combatirlos. Y los pañuelos volvieron a verse agitados aunque nadie sabe si se agitaron todos. Y otro, el sabio (como los enanitos leñadores del cuento de Blancanieves tenían también entre ellos al sabio, en esta reunión a la que nos estamos refiriendo ocurría lo mismo, también contábamos con ese, con el sabio), el sabio veníamos nosotros diciendo, dijo que se puede combatir de muchas maneras. Con espadas, con bombas o con medicamentos)

Y viéndolas venir con que si hay muchas clases de espadas, de bombas e incluso de medicamentos, que las hay, como también acabábamos de oír acerca de las diferentes clases de enemigos, viéndolas venir por ese lado, cogemos, nos levantamos y nos vamos todos fuera de la sala cerrando después la puerta como es debido, con el afán de hacer bien las cosas y también con la intención de que nadie de los que se quedaban dentro tuviese que recordarlo, evitando de nuevo esa incertidumbre de no saber y atenernos siempre a la norma de hacer bien las cosas, agitando ese pañuelo, el de hacer bien las cosas.

El caso es que aquél día era crudo, frío. Ya fuera de la sala nos refugiamos en otra. Y fue en esta segunda sala donde y cuando se armó la marimorena, como suele decirse. En principio, y para despejar dudas, todos convinimos en considerar a Crystosporidium nuestro enemigo. Al fin y al cabo se trataba de alguien (otros decían que a los protozoos, casi ni bichos, no se podía aludir con la voz ”alguien”, pronombre reservado tan solo a las personas). Se pudo superar esta dificultad a trancas y barrancas. Sobrevinieron unos minutos, bastantes, diríamos que más o menos como una hora o así, de calma, entendimiento mutuo y sosiego. Todos sabios, habló el científico, el político, el médico, el sano, el enfermo, el de Tarazona, otro de Murcia, un señor al que nosotros no conocíamos, y más, todos a su turno sin camarillas ni chiringuitos aparte. Pero lo más gordo vino luego.

Por lo visto, derrotar al enemigo tenía un coste cierto, científicamente comprobado según el sabio (biólogo), asumible desde un punto de vista económico según el economista, satisfactorio a tope según el médico al que secundaban multitud de enfermeras y enfermeros y demás clases de personal sanitario. Y todo auguraba que aquélla hora memorable de entendimiento duraría más, y más, y mucho más. Pero no. Hubo un momento en que la mitad de los pañuelos no se agitaron. Permanecieron en sus correspondientes bolsillos y después de levantarse, más o menos ordenadamente, abandonaron la sala de nuevo, puesto que ahora se trataba de otra sala (otros dicen que de viejo, porque viejo era eso de abandonarla o de asaltarla o de interrumpirla a tiros o de ilegitimarla).

Me tocó en aquélla ocasión ser fiel de hechos. Y anoté en el acta, literalmente, lo que sigue:

Unos dicen que paguen contaminados. Otros que no, que pague quien contamina. Los primeros han abandonado la sala. Los segundos permanecen sentados. Se levanta la sesión

Fdo: Ángel Coronado

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