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CARTA AL DIRECTOR / Machado en el Cerro de los Moros

Regino Paramo remite esta carta al director en la que resalta que ha encontrado la único mención expresa de Antonio Machado al Cerro de los Moros. Fue en borrador privado que ve hoy la luz en Soria y que resalta el valor de este paisaje cultural amenazado por una posible promoción de viviendas.

CARTA AL DIRECTOR / Machado en el Cerro de los Moros

Sr. Director de El Mirón de Soria.

 Por la importante dedicación de ese medio al conflictivo tema del Cerro de los Moros, le envío esta carta con un descubrimiento, no sé si pequeño o grande, cuya difusión alegrará a muchos de sus lectores.

 Y es que, a veces, la vida nos sorprende con inesperadas emociones en los días en que parece que las necesitemos para no caer en el abandono de aquellas empresas que movilizaron nuestros corazones. Este es el caso.

Mis orígenes sorianos conviven con la hermosa frescura de los campos andaluces de Úbeda y Baeza, donde disfruto de la amistad de buenas gentes, despreocupadas, como yo, de la indeseable modernidad del ruido y los desmanes del masificado y agresivo turismo que todo lo invade. De modo que aproveché la suave primavera de junio para pasar unos días en Úbeda, dedicado al paseo y la charla con esos queridos amigos. Con uno de ellos, Ángel Moreno Campos, sincero enamorado de la poesía de Antonio Machado, comenté el conflicto que se vive en Soria a propósito del Cerro de los Moros,  y cuál no sería mi sorpresa al descubrir algo que puede ser determinante para la salvación del Cerro: la prueba de que formó parte de las vivencias y recuerdos sorianos de Antonio Machado. 

Resultó que Ángel, entrado ya en esa edad en que, alimentados por los buenos recuerdos, comenzamos a pensar en la definitiva despedida, había estado revolviendo enseres, papeles y documentos, acumulados por él mismo y por sus familiares ya fallecidos, en la casa en que nació y reside actualmente. Al hablarle yo de Machado se le encendió la mirada y me hizo seguirle hasta su casa con el anuncio de una sorpresa que quizás, pensaba él, podría añadir leña al litigio del Cerro de los Moros del que yo le había hablado. Por descontado que no era la primera vez que Ángel tenía noticia de ese Cerro, como ahora se verá.

Sobre una notable mesa de madera maciza, que en tiempos sería el centro de  reuniones familiares, Ángel había extendido legajos y carpetas que él mismo había fabricado, perfectamente numerados y con pegatinas en que se describían  fechas,  contenidos y procedencia familiar. Buscó directamente una carpeta con las tapas muy dañadas y la apartó con exquisito cuidado para mostrarme su contenido. La pegatina resumía: “1910-1930. Abuelo Miguel”.

Me aclaró que se refería a su abuelo, Miguel Campos Ruiz, y que los papeles que encerraba esa carpeta eran sus notas o escritos personales sobre los acontecimientos de aquellos años que le parecieron más importantes. Había allí fotografías amarillentas por el paso de los años, contratos de obras en el colegio y el convento de las Carmelitas,  recortes de periódicos de entonces (varios con poemas o noticias sobre Antonio Machado) y cartas o notas sobre conversaciones con sus amistades o sobre sus particulares ideas filosóficas y políticas. Y, allí estaba la sorpresa, una especie de poemita que Antonio Machado dedicó a su abuelo.

Me informó de que su abuelo mantuvo una buena relación amistosa con Antonio Machado durante los años que el poeta vivió en Baeza y fue profesor de francés en el Instituto de aquella ciudad. Efectivamente, Machado residió allí desde 1912, cuando abatido por la muerte de Leonor pidió su traslado al Instituto baezano, hasta 1919 en que de nuevo se trasladó, esta vez a Segovia, más cerca de Madrid. Y fruto de aquella amistad fueron unas cuartillas manuscritas de Machado en que, no dice con qué motivo, regala “a su buen amigo Miguel” un pequeño poema, sin fecha, con la advertencia clara de que se trata de parte de un borrador desechado de un poema pensado para su inclusión en futuras ediciones de Campos de Castilla, pero que se lo dedica “con gusto a su buen amigo Miguel ante su insistencia en valorarlo con inmerecidos elogios”.

Ángel no conoció a su abuelo, pero, según le contaban sus padres, debió ser un personaje ilustrado, muy conocido y respetado (querido, decían a Ángel sus padres) en Úbeda por su amor a la ciudad y por sus ideas liberales –las que ahora llamamos progresistas- y luego republicanas. Su vida transcurrió entre Úbeda y Baeza, con la fortuna de conocer allí a Antonio Machado y disfrutar de su compañía en largos paseos por ambas ciudades y por la campiña jienense. Fue director del Museo Municipal de Úbeda y constructor del colegio  e las Hermanas Carmelitas de Úbeda y del mercado de la ciudad. Falleció en 1940, muy afectado por la barbarie que en Andalucía supuso la guerra civil.

Cuando leí aquellas cuartillas, una especie de carta de Machado a su amigo, insistí a Ángel para que me relatara cuantos datos sobre la relación de su abuelo con Machado pudiera tener guardados en los recuerdos de su niñez, porque era seguro que su abuelo contaría en familia algo de sus conversaciones con Machado, ya entonces un personaje famoso en los medios intelectuales. Quizás le relatara algún posible paseo por el Cerro de los Moros.

“Regino, me dijo, como excusándose por ello, mis padres me contaban que Machado hablaba mucho con el abuelo de sus años en Soria, del gran amor que sintió y sentía por su esposa, del descubrimiento de sus raíces intelectuales y emocionales en aquellas tierras, de los buenos amigos que allí dejó; que también le hablaba del enorme daño moral que sufrió por los ataques personales de una parte de la población de aquella ciudad, especialmente el día de su boda, pero que siempre mostraba una gran bondad, como si cada palabra suya fuera de perdón. Que en aquellos paseos mi abuelo disfrutaba escuchando sus emocionados recuerdos, a veces con largos silencios, de cada rincón de Soria, y en especial del río Duero en los bordes de la ciudad. Creo que para mis padres esas conversaciones eran un auténtico acontecimiento. Y fueron ellos quienes recogieron y guardaron todos los escritos de mi abuelo”.

Naturalmente le pedí, y obtuve de buen grado, su consentimiento para copiar los versos de Machado y publicarlos en algún medio soriano con mis propios comentarios. Helos aquí:

En estos campos de mi Andalucía

vaga mi corazón en sueños

hacia las altas tierras numantinas

azuladas por la breve Primavera.

¡Verdes chopos de las márgenes del Duero,

cárdenas roquedas frente a la ermita,

cerro de los Moros, camino del Castillo

allá en el alto Espino donde está su tierra!

Que yo sepa es la única mención expresa del Cerro de los Moros en la poesía de Machado, lo que, aunque se trate de un borrador privado y desechado para su publicación, reviste un gran valor  como reconocimiento de la importancia que el poeta atribuía a ese paisaje que tantos quebraderos de cabeza provoca en la población soriana y en el equipo que gobierna de su Ayuntamiento.

Y que por sí solos esos versos constituyen, en mi opinión, un importantísimo dato para reclamar que nunca se permita la urbanización de tan sagrado paraje. Los publico ahora con la intención de que puedan servir de freno a los afanes especuladores en el Cerro y de acicate para la correcta actuación municipal. Se lo debemos a Machado. Y a mi querido amigo Ángel Moreno.

Fdo: Regino Páramo

 

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