Herrera homenajea al torero segoviano Víctor Barrio
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El presidente de la Junta de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, ha entregado hoy a la familia del torero segoviano fallecido el pasado mes de julio en la plaza de toros de Teruel, Víctor Barrio, el II Premio de la Tauromaquia de Castilla y León.
Se trata de un premio creado para defender el vínculo de los castellanos y leoneses con el toro, preservar su valor social, cultural, económico y ecológico, reivindicar el respeto a la historia y la cultura relacionada con la tauromaquia y procurar la transmisión del conocimiento de sus valores a las generaciones futuras.
Durante el acto de entrega de este premio, el presidente de la Junta de Castilla y León ha destacado la responsabilidad, rigor y exigencia de Víctor Barrio que, a pesar de su juventud, logró convertirse en un auténtico referente del toreo.
Tras realizar un amplio repaso por su vocación y trayectoria profesional, Juan Vicente Herrera también ha tenido palabras para su faceta más personal, su familia, su pasión por su tierra segoviana y sus amigos, elaborando un completo retrato en homenaje al torero fallecido.
El jurado de este año del Premio Tauromaquia de Castilla y León, que estuvo presidido por el maestro salmantino Santiago Martín ‘El Viti’, I Premio Tauromaquia de Castilla y León, acordó por unanimidad concederlo al torero Víctor Barrio, teniendo en cuenta “su trayectoria como matador de toros, cuya trágica muerte en la plaza de toros de Teruel, encarna la esencia más profunda y dramática, pero a la vez más real, de la fiesta, así como por su trayectoria humana, ejemplo de joven que hizo del toreo su pasión y su profesión y en reconocimiento a su actividad de promoción de la tauromaquia entre los más jóvenes”.
El jurado reivindica con este premio “la profesionalidad del torero y de todos los profesionales del mundo del toro, frente a la ofensa, la deshumanización y la falta de calidad moral de algunos comentarios públicos”.
INTERVENCIÓN DEL PRESIDENTE DE LA JUNTA EN LA ENTREGA DEL PREMIO TAUROMAQUIA DE CASTILLA Y LEÓN
Queridos Raquel, Esther y Joaquín. Queridas amigas y amigos.
Acabamos de entregar el Premio de Tauromaquia de Castilla y León, en su edición 2016. Un Premio que nació para destacar los vínculos históricos y culturales que nuestra tierra tiene con el mundo del toro. Para defender su importancia popular, social, económica y ecológica. Para favorecer el conocimiento de los valores de la tauromaquia, especialmente entre las generaciones más jóvenes. Y en fin, para distinguir los méritos de aquellas personas que más han contribuido a la promoción de todo ello.
Cuando este Premio se creó, hace dos años, nadie pensaba, y menos quería, que una tragedia, como la sucedida el pasado 9 de julio en la plaza de toros de Teruel, nos iba a colocar cara a cara una tarde como hoy frente a los más profundos y contradictorios sentimientos y valores del toreo, merecedores de esta distinción. Unos sentimientos y valores condensados en la vida y en la muerte de un joven torero segoviano, Víctor Barrio, paisano de Grajera, y sepulvedano de adopción.
Pero el toreo es, al fin, un símbolo de la propia vida. Ese rito de “la suerte o la muerte” del que hablaba Gerardo Diego, tal vez el mayor y mejor aficionado taurino entre los escritores y poetas de la Generación del 27. Una de las cumbres de toda la historia de la cultura española, en la que nombres como el mismo Gerardo Diego, Lorca, Alberti, Villalón o Bergamín, a los que cabe unir sin duda la secuela sublime de Miguel Hernández, supieron convertir su gran amor a la Fiesta en poesía y en prosa ya inmortal, que interpreta su sentido, y recrea su gracia y variedad, y el triunfo y tragedia de algunos de sus más grandes protagonistas: Joselito, Belmonte o Sánchez Mejías.
Si el pasado año este Premio de Tauromaquia reconocía el saber, la trayectoria y el magisterio de Santiago Martín “El Viti”, uno de los grandes de toda la historia del toreo, felizmente entre nosotros, este año recreamos la figura de Víctor Barrio. De su corta y apasionada vida de torero, tan llena de esfuerzo, sacrificio y sana ambición. Y de su trágica y temprana muerte en el ruedo. Un camino fugaz hacia la gloria. Para el que parece estar hecha la leyenda que figura en la entrada de una de las Escuelas de Tauromaquia más importantes de España: “Llegar a ser figura del toreo es casi un milagro. Al que lo logra, podrá el toro quitarle la vida, pero la gloria jamás”.
La vida de Víctor Barrio es sobre todo la vida de un torero. De cada torero. En este caso un torero de valor, oficio y arte. Es el fruto de unos primeros juegos infantiles. Y de la pasión que sin duda brotó de las sólidas raíces que le proporcionaron sus padres, Esther y Joaquín, al inculcarle una educación y un respeto por una tradición tan nuestra como la tauromaquia.
Desde su responsabilidad, rigor y exigencia, toda la vida de Víctor nos muestra el único camino que tenemos para superar los innumerables retos personales y colectivos que se nos presentan a todos: hacer cada uno lo mejor posible lo que tiene que hacer, esperar paciente y silenciosamente el éxito, y no rendirse ante la adversidad.
Su debut como novillero sin picadores en 2008 presagiaba la figura que nacía para el mundo del toro. Allí comenzaron años de crecimiento como persona y como profesional. Y de reconocimiento en tantos y tantos lugares de España. Pero sobre todo en su tierra de Segovia, donde puede decirse que fue profeta y dio lo mejor de su arte y su pasión.
Y si el año 2010 eran ya 26 las novilladas que toreaba, en el año 2011 toreó 42. Nadie dudaba de su categoría y madurez. La única duda acerca del mejor novillero de España durante aquellas temporadas era la del momento de su salto definitivo.
Y ese momento llegó. Se doctoró el Domingo de Resurrección de 2012 en la primera plaza de toros del mundo: Las Ventas, en el aniversario de la muerte de Juan Belmonte, con El Fundi como padrino y el salmantino Juan del Álamo como testigo.
Así continuó su duro trabajo. Plaza a plaza. Toro a toro. El año 2015 logró abrir ocho puertas grandes, siete de forma consecutiva. Había alcanzado la joven madurez de un toreo serio, ordenado, con personalidad propia, con decisión y con mucho valor.
En su vida como persona y en su carrera como torero fue fundamental el equilibrio y la fortaleza que supo aportarle Raquel, con quien se casó en octubre de 2014. En los momentos de entusiasmo pero también en los de desilusión. En los de éxito y también en los de decaimiento. En los momentos de intranquilidad ante lo que él mismo llamó «la sombra negra de una cornada». O en la inseguridad de la víspera de una corrida. En los días de intenso entrenamiento y preparación. Y sobre todo, en tantas tardes de éxito y triunfo en la arena.
La muerte de Víctor Barrio es también sobre todo la muerte de un torero. No cabe decir que “de cada torero”, pues por fortuna se trata de un suceso excepcionalmente fatal y trágico, a pesar de esa real convivencia que, volviendo a Gerardo Diego, “la suerte y la muerte” tienen en la Fiesta. Una convivencia que es una muy delgada línea que en la plaza separa la vida de la muerte. Algo en lo que en demasiadas ocasiones no reparan quienes por acción u omisión, de palabra o de obra, faltan el respeto a los protagonistas de ese encuentro: al valor inmenso, técnica y arte de cada torero, y a la integridad de raza y tipo que debe tener cada toro bravo. Un respeto que nunca debería perderse. Y un equilibrio que nunca debería romperse.
Hay quien dice que el arte empieza en aquel punto en que vivir no basta para expresar la propia vida, la propia pasión. Y Federico García Lorca llegó a afirmar que: “La corrida es el único sitio adonde se va con la seguridad de ver la muerte rodeada de la más deslumbradora belleza”.
A Víctor Barrio la muerte le asaltó por sorpresa. Por la traicionera alianza entre el hambre de gloria del torero que perseguía su sueño, una desleal racha de viento, y la acometividad del toro que hasta ese momento estaba siendo dominado por el diestro.
En muchas ocasiones, nuestra sociedad actual pretende ocultar la dura y fría realidad de la muerte. Proscribirla. Sacarla de nuestras vidas. Olvidarla con la esperanza de que así ella se olvide de nosotros. Con la ilusión de que esté más lejos.
Sin embargo, en la plaza de toros todo es real. Todo es posible. Y todo puede llegar a ser irremediable en algunas ocasiones de tanto dolor como grandeza. Al fin, ese es el verdadero carácter de la Fiesta. En la que cada tarde el torero se encuentra frente a la muerte. Un encuentro en el que su valentía y su arte logran transformar el peligro y el miedo en una verdadera expresión que nos emociona y que queda en nuestra memoria.
Decía Ignacio Sánchez Mejías que Joselito estaba vivo, porque murió valientemente en la plaza, y por ello hacía de continúo acto de presencia en todas las corridas. Hoy todavía, los 16 de mayo le recuerda un minuto de silencio. A él, y a todos los toreros que antes y después murieron en la plaza.
De la misma manera, Víctor Barrio, torero de corazón y de cabeza, dejó su vida en Teruel toreando: que es lo que más feliz le hacía. Perdió su vida y llenó de dolor a los suyos. Pero ganó la
gloria del recuerdo. La gloria de la eternidad. Incorporando su nombre ya para siempre a los carteles de leyenda que hay en el corazón y la memoria de los buenos aficionados, junto a maestros como Pepe Illo, Joselito o Manolete.
Queridas amigas y amigos: no llegué a conocer personalmente a Víctor Barrio. Pero era un joven de 29 años. Un hombre de esta tierra y de este tiempo. Capaz de vivir con pasión una profesión de torero de tanto arraigo popular entre nosotros. Y de utilizar y comunicarse habitualmente a través de internet y las redes sociales.
Gracias a ello, y a la voluntad de su familia, he podido acercarme para preparar estas palabras a ese registro de su presencia. A la que puede llamarse su “huella digital”. Una cuenta de twitter abierta en mayo de 2011. Que utilizó justo hasta las vísperas del 9 de julio de 2016. Y en la que desde luego se destacan todos los hitos fundamentales de su carrera, como su alternativa en mayo de 2012, y las demás ocasiones en las que toreó en Madrid.
Esa cuenta nos muestra el retrato íntimo de un hombre volcado con su profesión. A la que en multitud de ocasiones denomina “mi vida”, que reconoce le hace “profundamente feliz”. Feliz de vivir en el campo, en su tierra segoviana. Un diario y hoja de ruta de sus temporadas taurinas, sus entrenamientos, sus constantes viajes, sus apariciones en los medios de comunicación, y sus numerosas muestras de apoyo al mundo del toro y a sus compañeros de profesión.
Víctor se manifiesta entusiasmado preparándose para sus compromisos en las plazas, para los que se entrena en numerosos tentaderos. Su relato nos permite seguir cómo recorre media España acudiendo a ellos, compartiendo entrenamientos con amigos, ganaderos y compañeros. Siempre agradecido por la hospitalidad de quien le abre las puertas de su casa. Otras veces esos entrenamientos son en soledad. Algunas de las “etiquetas” que utiliza para definir su estado de ánimo, voluntad y objetivos son #ilusión, #constancia, #paciencia, #sacrificio… En sus últimos tuits repetía #seguimosAvanzando, #seguimosSumando. Una actitud positiva y de gran confianza en su carrera.
Este retrato de Víctor Barrio nos muestra también cómo vivía con su familia una vocación que requiere de toda la entrega posible, y que era especialmente exigente con los que compartía su vida. Nos recuerda orgulloso una conversación con su madre a la que pregunta qué le gustaría que fuera de mayor y ella le contesta: “Algo que te guste de verdad y te haga feliz”. Recuerda cuando empezó a verle torear y le decía: “Yo de toros no sé pero me gusta cuando te quedas quieto y el toro corre a tu alrededor”. También rememora episodios divertidos, como cuando su familia vuelve a casa de madrugada, y allí le encuentran a él, toreando de salón. Y tantos mensajes de cariño a su mujer, Raquel.
Podemos apreciar un Víctor Barrio profundamente solidario. Siempre generoso con los triunfos de sus compañeros de profesión, a los que felicita constantemente por sus éxitos. Y el primero en tener un recuerdo y buenos deseos para el que se lesiona y tiene que estar apartado de las plazas. Lo hace así con las figuras consagradas, y más aún con los compañeros que empiezan.
Llama la atención su especial dedicación a los niños. Precisamente a raíz de un debate social sobre la presencia de menores en los espectáculos taurinos, usa la etiqueta #síalosniñosenlostoros. Y son muy numerosas las imágenes en las que podemos verle disfrutar enseñando a los más pequeños a jugar al toro y torear de salón. Él mismo organizaba encuentros con niños para enseñarles a trastear, e incluso llevarles de tentadero. Y nos ofrece sus propios recuerdos de niño, acercándose a la Fiesta a través de las corridas televisadas que veía junto a su abuelo.
Agradecido siempre a los aficionados y a su tierra, con Segovia muy presente en su pensamiento y en su corazón. Y en sus ganas de torear y de triunfar allí. Especialmente activo en las redes para defender el mundo del toro ante colectivos contrarios a él, a los que siempre se dirige con respeto y sin ningún miedo al debate público. Le podemos leer intentando explicar el último sentido del toro de lidia criado en el campo, y de toda la Fiesta, llegando a invitar a los detractores a acompañarle para mostrarles el mundo taurino desde dentro.
Una defensa de la tauromaquia que le hace reivindicativo, cuando por ejemplo, una tarde se planta junto a otros toreros y decide no actuar, pese a desearlo tanto, mientras no se garantizan los pagos debidos a otros compañeros. Y en las numerosas ocasiones en las que llama a la unidad de su colectivo en defensa de la Tauromaquia. Hasta llegar a preguntarse: “¿Cuándo vamos a crear un organismo que represente a todos los profesionales taurinos y que se dedique a promocionar y a defender la tauromaquia?”.
Queridas amigas y amigos: finalizo. Me parecía hermoso compartir con vosotros este acercamiento tan especial a la persona y la trayectoria del torero Víctor Barrio, Premio de Tauromaquia de Castilla y León 2016, por dos principales razones.
La primera y más importante, por humanizar una intervención que os puedo asegurar no ha sido fácil para mí, incluso después de tantos años de vida pública. Pues debía producirse delante de una esposa y unos padres que sin duda alguna están viviendo este acto con una compleja mezcla de dolor por la ausencia de Víctor, de melancolía por el tiempo tan breve y feliz que convivieron con él, y de legítimo orgullo por su testimonio y su legado.
Y la segunda, por resumir las razones que creo justifican plenamente el acierto del Jurado al conceder este Premio a un joven torero como Víctor, que vivió de forma tan intensa su vocación y su profesión, truncadas tan tempranamente en la plaza el pasado mes de julio. Pero que sin duda es para nosotros una superior representación de los sentimientos y los valores que se encierran en el hecho de la Tauromaquia: nuestros vínculos con su mundo, su importancia cultural y material, su proyección en los jóvenes, y el ejemplo del esfuerzo y constancia de sus protagonistas.
Pedí consejo hace unos días a Santiago Martín “El Viti” sobre cómo enfocar estas palabras. Con su sabiduría y sobriedad me dijo: “Deja hablar a tu corazón. Porque mira: cuando un torero muere en el ruedo, se muere también algo en el corazón de todos sus compañeros y los buenos aficionados. Pero esos corazones son tan fuertes que, al mismo tiempo, ese torero va a seguir siempre viviendo en ellos”.
Raquel, Esther y Joaquín: todos queremos que este Premio ayude a mantener viva y orgullosa la memoria de Víctor Barrio, torero.
Muchas gracias.