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TRIBUNA/ Problemas en el Cerro

Ángel Coronado reivindica en este artículo de opinión el valor de los machadianos en su defensa del Cerro de los Moros, Y siguiendo a Marcel Duchamp, el artista más influyente del siglo XX. asegura que “no hay solución porque no hay problema”.

TRIBUNA/ Problemas en el Cerro

De un tiempo a esta parte vengo en darle vueltas a una cosa que llamo “frase o frases capicúa”. Pasarán por ser un juego de pasatiempo o así, un trabajo de vagos. Pero no. Se podrán prestar a eso pero no son eso. Eso es una parte infinitesimal de lo que pueden dar de sí. En primer lugar cogen a la gramática y la ponen en un aprieto. Porque le dan la vuelta como si se tratase de un calcetín. A la sintaxis la vuelven literalmente del revés. Extraen con pinzas al sujeto de la frase en cuestión y la insertan en otro lugar de la misma, el destinado al complemento directo. Y lo pueden hacer porque precisamente, o mejor, inmediatamente después y con las mismas pinzas, cogen a ese complemento directo inicial y lo insertan en el lugar, a esto vacante, del sujeto. El resultado de todo ello es una frase capicúa. Ejemplo: La cara se opone a la cruz (de una moneda) como la cruz se opone a la cara (de la misma u otra moneda, eso da igual)

Decía que vengo en darle vueltas a las frases capicúas. De inmediato rechazo algunas por sosas. Por obvias. Por ser de las que siempre usan los que asan la manteca. Yo no quiero asar la manteca. Es curioso. Algunos la asan. Cuando ese sujeto/complemento se hace un todo gramaticalmente indistinguible, pasa eso. Y eso pasa cuando ese sujeto/complemento es una cosa real. Una moneda, la hoja de un árbol, y la luna, que solo por eso puede ocultarnos eternamente una de sus redondas carotas. Lo real es algo que disuelve todo el encanto y la totalidad del misterio de las frases capicúa. Y prosigo.

Lo bonito es opuesto a lo feo como lo feo se opone a lo bonito. Y con lo bueno y lo malo pasa igual y con lo listo y lo bobo también. Son pares de oposición semántica que se prestan muy bien para esto de las frases capicúa. Se hacen con ellos frases capicúas de manual. Yo creo que porque todas esas cosas no son reales. No se pueden tocar. Ejemplo: Lo bueno se opone a lo malo como lo malo se opone a lo bueno. Aprovecho la ocasión antes de que se largue para decir que a estas frases capicúa no rechazo como a la citada en primer lugar, la de la moneda con su cara y con su cruz. No son tan obvias. Parecerán algo tontas, pero no tan obvias ni muchísimo menos (aunque debiera decir ni muchísimo más, porque no son obvias en absoluto.

¿Cómo, qué me dice Ud.?

Que no. Que ni Ud. ni yo ni nadie somos ninguna moneda capaz de acoger como una moneda lo hace, y al mismo tiempo, su cara y su cruz. Que no. Que ni Ud. ni yo somos cosas reales entiéndamelo. Córtese Ud. el pelo y las uñas y seguirá siendo Ud. Que Ud. y yo y cualquiera puede ser, pasado un rato, bueno, regular o malo cuando antes malo regular o bueno, y ya está. Y repito lo de “pasado un rato” porque ahí, precisamente ahí, se aloja la quintaesencia del tiempo, que no solo pasa para ser lo que suele decirse de su ser sino que, pasando, ha de arrastrar consigo cosas como el aire para que parezca viento y todo lo demás, hojas caídas, que de todo hace hojas caídas el viento, digo el tiempo… Pasado un rato puede Ud., o yo, pasar por otra cosa (listo/imbécil o simplemente malo cuando antes bueno o al revés), puede pasar por otra cosa de lo que fue, que ya no se trata de Ud. o de mí o de cualquier otra persona, que hasta para decir esto encuentra la gramática, o mejor, la lengua, dificultades. Que la moneda permanece siempre con su cara y con su cruz pero ni Ud. ni yo ni nadie permanecemos de la forma y manera que de ordinario se dice, sino de otra manera que, por lo visto, no se dice nunca. Y eso es lo que digo.

Y ya termino. Espero que sabrán perdonarme los lectores que hayan conseguido llegar aquí. A ellos dedico este último término:

Nosotros, los machadianos, permanecemos. Unidos en nuestro empeño permanecemos. Nos une considerar al Cerro de los Moros intocable. Y como todo eso ya se ha dicho por activa y por pasiva, y como no cabe ni procede decirlo más, lo que decimos ahora es que permanecemos unidos de la forma citada más arriba, esto es, de la forma que nunca se dice. No permanecemos, es que nos permanecemos, nos permanecemos unidos sin más. Ocupamos ese lugar arcano al que de manera un tanto alegre y despreocupada llamamos el lugar de lo común. Ese limbo de los Justos por decir algo que no digo, porque no se trata del limbo de los justos. Y no hago sino buscar la forma de decirlo. Y no la encuentro. No encuentro la solución. Se trataría de algo así como disolver el estricto significado del “nosotros” y extenderlo al “vosotros y al “ellos” después de haber suprimido el “yo, mí, me”, y el “tú, ti, te” sin olvidarte del “él” y del “le”. Porque ¿qué problema encuentra la intelectualidad de medio mundo ante un vulgar especulador? ¿A qué viene todo el alboroto del gallinero ante una patita negra y peluda que asoma una uña por la rendija de abajo de la puerta del gallinero? La verdad, no encuentro la solución. No acabo de ver el problema.

Y ahora cito una frase lapidaria. Aunque no estoy seguro, creo que de Duchamp. Hablando de las vicisitudes y dificultades por las que atraviesa el arte actual (la poesía es arte y el arte poesía, y no se la quites al Cerro, que a ti te la quitarías, redondilla, cancioncilla), dice Duchamp, Marcel Duchamp, el artista más influyente del siglo XX. No lo hago textualmente. No encuentro la página exacta. Digo que dice esto: “No hay solución porque no hay problema” (Tomkins, Calvin. 2.019. “Duchamp”. Barcelona. Editorial Anagrama)

Fdo: Ángel Coronado

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