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TRIBUNA / La fuerza de la Ley, pero no la del más fuerte

Ángel Coronado resalta en este artículo de opinión la importancia de seguir siempre el imperio de la Ley y, en concreto, en el expediente urbanístico del Cerro de los Moros, con el alcalde ejerciendo de árbitro.

TRIBUNA/ La fuerza de la Ley, pero no la del más fuerte 

Absolutamente de acuerdo con Saturio Hernández de Marco. Pero no sólo en lo que se refiere a la propia Ley. Absolutamente de acuerdo con muchas otras cosas también. Diría que de acuerdo con todas las cosas que dice.

Una de sus virtudes, en mi opinión, es la precisión con que dibuja, no ya la propia Ley, que también y sobre todo, sino además los vericuetos que a su paso va dibujando. Porque la Ley, cosa que el Sr. Hernández de Marco sabe, no es un tejido impermeable y continuo. Antes parece arte de pesca o red de mayor o menor espacio entre sus hilos. Hay redes para las sardinas y también para los tiburones. En el asunto del Cerro la Ley, me parece, es de ojo pequeño. No es no. Un vaso es un vaso. La ley es la ley. Otra cosa diferente es que alguien se la salte a la torera o sea tan fino que se cuele. Absolutamente de acuerdo con Saturio Hernández de Marco, porque ante alguien que se salta la ley a la torera o que se cuela, no hay otra que agarrarse a ella, que por otra parte, si nadie se la saltase o se colase, la propia Ley desaparecería improcedente y en desuso. Mil veces de acuerdo con que la ley es la ley, único asidero. Ahí está el Cerro, pero no es al Cerro al que agarrarse. La ley, único asidero que tenemos.

Pese a todo, permítame, Sr. Hernández de Marco, una corta digresión. Si el árbitro (la ley) dice gol, ya pueden las cámaras, puestas al efecto en su lugar, decirnos que no. Hay gol… Es gol… Gol “habemus”… Ahí está el Cerro, pero no es a eso a lo que hay que agarrarse. A la Ley, único asidero que tenemos.

¿Agarrarse al árbitro? ¿A las cámaras? ¿Agarrarse a las solapas de quien se salta la ley a la torera o se cuela? ¿Agarrarse a D. Antonio Machado? ¿A sus libros? ¿Agarrarse, según Ud. mismo bien dice, a los riscos de La Monjía protegida por ese mismo árbitro, cámaras, o saltarines, y estoy seguro que por el señor Machado, si viviese, también? De acuerdo con Ud. Hay que agarrarse a la Ley. Pero permítame que le diga que la ley, esa estatua con una espada vertical en la mano haciendo como que hace, no es la ley a la que poderse agarrar. La ley, en ese partido virtual al que aludo, es un señor en calzón corto y vestido de negro (que no él en acto de presunción sino nosotros, en acto de investidura, de representación, embajada, heraldo de la Ley, de una ley que no lo es por ser de piedra, estatua inmóvil) lo que no quita ni punto ni coma al acuerdo que sostengo con respecto a Ud. En el partido real que se juega con El Cerro, el árbitro que nos ha tocado es el actual alcalde de Soria. Una cosa le digo, en el césped dicta el señor de los calzones negros. Pero fuera, en el asfalto por ejemplo y ante los saltarines de la Ley, ésta es la misma, que no su heraldo, la misma siempre, nunca su heraldo.  

Absolutamente de acuerdo con el Sr. Hernández de Marco. Absolutamente de acuerdo con todo aquél que opine como tantos de nosotros, quienes decimos y pedimos respeto a la Ley, cada uno a nuestra manera y haciendo de tales diferencias motivo de unión, que aquí también caben, además de los citados y en virtud de la propia Ley, caben también, decía, propietarios o desheredados. Y que no somos nosotros directamente responsables de nuestra única voz. Es la Ley la que nos une, nunca su heraldo. Por eso digo y repito otra vez más y tantas veces como fuere necesario, que de acuerdo con la Ley y siempre de acuerdo con ella. Y que pague quien la viole. 

 Y ahora un último comentario. Más que comentario confesión: cuando en El Cerro me viene un pensamiento a la cabeza (es imposible vaciarla en absoluto de ellos, sea en El Cerro, más acá o más allá. Podremos pensar en la nada, pero pensar nada es imposible.), y ese pensamiento se refiere al árbitro pitando gol (o a nuestro alcalde pitando las cosas que pita de vez en cuando o a cualquier otro pitando lo mismo), que al punto de oir el pitido me viene a la cabeza la Ética, lo que pienso se debe o no se debe hacer. Pero cuando ese pensamiento se va para que otro venga, y el que viene se refiere al poeta, cualquier poeta, vale también al pintor. Y al músico, que no hay nada como una buena cancioncilla, entonces viene la Estética y no se va. No me hace caso. Y eso es lo que me pasa, Sr. Hernández de Marco. Pienso que a Ud. le pasará igual. Y lo peor de todo, según se vea o se pueda mirar, es esto: que ni hago ni puedo hacer nada por evitarlo. A ver si nos vemos un día y charlamos de todo esto.

 Fdo: Ángel Coronado

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