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TRIBUNA / El tullido, la fuente y el niñito juguetón

Ángel Coronado incide en este artículo de opinión en el peligro que entraña para las personas con movilidad reducida transitar por la ciudad. Y pone ejemplos de espacios urbanos que, lejos de estar humanizados, parecen diseñados para generar accidentes.

TRIBUNA / El tullido, la fuente y el niñito juguetón

Eran otros tiempos. La calle de Nicolás Rabal acogía un tráfico considerable, como siempre, pero en dirección única hacia Mariano Granados pasando por la puerta policial del antiguo hotel Florida en la que, tanto entonces como ahora, algún policía suele vigilar y tomar el fresco

Pasé por allí al tiempo en que la sillita de ruedas motorizada de un discapacitado suicida circulaba en dirección contraria, esto es, subiendo hacia el alto de la Dehesa. Las manos del discapacitado, idénticamente igual que las manos de cualquier monarca en su carroza, saludaron al policía y, de paso, casualidad, también a mí, mientras que otras manos, las del policía, respondían al saludo como alegres alas de mariposa. A la derecha del discapacitado suicida, puntualizo, subía también, como ahora, un hermosísimo y ancho paseo algo elevado y bien protegido de la calzada hacia el mismo alto de la misma dehesa.

Sin saber a ciencia cierta a quién denunciar y sin exponer la escena en toda su crudeza, dejé pasar algún minuto antes de practicar la correspondiente denuncia. No bien entraba por la puerta del antiguo hotel Florida, advertí que la sillita motorizada del discapacitado suicida me seguía entrando detrás de mí, como persiguiéndome, como policía tras el caco ladrón.

Salí como pude de aquél entuerto y envuelto en la ira del discapacitado y en las disculpas entreveradas de compasión policial, de una parte, y de inoportunidad y desconcierto míos de la otra.

Ahora veo lo mismo pero de diferente manera. Acabo de leer en este medio dos artículos escritos por discapacitados, pero no solo eso sino tras varios años de matraca peatonalizadora sostenible, descarbonizadora resiliente, humanizadora cambioclimática y esperanzadoramente financiada, pero no solo eso, sino eso adornado con tremendos autobuses jurásicos, embudos que para chichotas de hacer chorizos los quiero, colorines de carnaval en cuaresma, murallas defensivas sin moros y cerros con ellos pero, eso sí, fuera de la cerca, y presuntas cosas de las que, como hace nuestro alcalde, que sus razones tendrá, más vale guardar silencio.

Y en silencio, esto es, diciendo justamente las cosas que lo rompen sin romperlo (acabo de leer un grafiti callejero que dice algo así como: “rompía las esquinas para no tener que doblarlas”) , acabo de leer esos dos artículos a los que antes aludía.

De todo ello se deduce o deducimos una especie de contradicción manifiesta que habla por sí sola, de lo cual deducimos también que vamos por el buen camino en el que decir lo que queremos pero callando, la mejor manera de practicar el arte noble de la palabra. Y como en una especie de conjunción estelar y planetaria de las que tan solo ocurre una vez cada millones y millones de años, está llegando el momento de otra forma de hablar sin pronunciar una palabra. Está llegando la hora de votar y a buen entendedor con pocas palabras bastan. Me atrevo incluso, de una forma comedida y no sin pedir disculpas de forma previa, a practicar el inocente y humano recurso contra el tedio, el recurso de la prudente y bienintencionada verborrea, brindando de paso a nuestro alcalde la mejor manera, y más barata, de prevenir un accidente de estremecedora gravedad.

Se trata de un ejemplo, pero hay más, en el que un punto concreto de nuestra ciudad puede ser testigo de un accidente fatal en el que, necesariamente un niño, en su caso solo un niño de corta edad, podría ser protagonista. Sea una fuente de las que brotan del suelo, suelo peatonal. Un día de calor en el que niños de corta edad usan de la fuente como los adultos de la cañita fresca, justo los papás y las mamás del niñito que corretea mientras se baña en la fuente y se baña mientras corretea, mientras lo de la cañita fresca, que también hay allí sitio para eso. Es el caso de que justo a la salida de la festiva e infantil fuente, irresistible tentación del inocente corretear del niñito, existe una salida estrecha ante un paso estrecho de peatones al cruce de una calle estrecha (el inicio de la Ronda de Eloy Sanz Villa) por donde circulan los coches a los quince o los veinte por hora prudentes pero letales dadas las circunstancias que parecen diseñadas por un asesino. Y lo peor, asesino solo potencial, porque de hecho solo puede decirse lo que esta licencia charlatana que padecemos, pretende. Digo potencial. Solo hace falta que ese niñito, de no más de un metro de altura, pero corriendo a la prudentísima velocidad de diez o doce kilómetros por hora, mientras papá y mamá, a cero por hora disfrutando de la cañita o dándole sentados a la inocente verborrea, salga corriendo despavorido a la calle para que no le coja otro amiguito que corre a la misma velocidad tras él. Dos por el precio de uno.

Se me olvidaba. Como en el caso de una muralla (muralla es para el niñito que ni ve ni se deja ver), a esa salida junto a la fuente juguetona se adorna con la muralla, algo más alta que los niños, de una ciudad infantil amurallada, acogedora, protectora de nadie sabe qué, con arbolitos y banquito corrido de entretenida verborrea de papases y mamases tan inocentes como sus niños que, lejos de bañarse, verborrean o comen pipas.

Se me olvidaba. Por allí pasan abundantes e inocentes conductores que pasan rozando la muralla a la prudente velocidad de quince o veinte por hora, aparte de algún imbécil que lo hace de vez en cuando a más de cuarenta.

Se me acaba el espacio y el tiempo. Lo dejo aquí. Ahora me fijo más en los pasos de peatones de una ciudad peatonalizada y se me ocurren algunas ideas para las que habrá de buscar espacio y tiempo

Fdo: Ángel Coronado

   

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