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TRIBUNA / Acerca de lo común, que no es lo corriente

Ángel Coronado incide en este artículo de opinión en la búsqueda de lo común, que no es lo corriente, de Madrid a Soria.

TRIBUNA / Acerca de lo común, que no es lo corriente

A vueltas con el espacio de lo común. Se busca. “Se busca” suena mal. Se busca el espacio de lo común suena mejor. Gusta más. Pero si dices a secas “se busca” pierde un sentido para ganar en otro. Y “Solo se busca” queda corto. Buscar el espacio de lo común, que ya es bastante. Eso es, buscando el espacio de lo común, aunque seguramente no existe así, esperando a que algo común entre, como una estancia espera la venida de IKEA.

¿Cómo un pueblo espera la venida del Mesías?

No. Tampoco como un pueblo espera la llegada del Mesías, que nunca llega…, que lo común, como el Mesías, nunca llega… Por eso persigues al judío, nazi, más que nazi, y por eso el judío persigue a su vez al otro. Lo persiguió hace dos mil años en el Gólgota y lo sigue haciendo ahora en toda Palestina. Y a su vez es perseguido desde siempre, pueblo maldito. Nunca sabremos si perseguimos para no buscar o buscamos para no perseguir ¡Fuera de aquí! dijo el faraón. ¡A las cámaras de gas!, dijo Hitler. Y como nunca sabremos eso, todo el mundo miramos para otro lado, a la derecha cuando toca, y a la izquierda cuando el cuello se nos vuelve para el otro lado. Perseguimos para no buscar. Yo prefiero buscar aunque no sepa si lo hago por no perseguir, o solo porque me gusta en sí misma esa cosa. Busco el espacio de lo común, que no es, ya digo, lo corriente, qué quiere que le diga.

Y es que lo común nunca llega… Yo diría que lo común hay que buscarlo. No basta la espera. Distraídos a la espera pasa eso, se nos tuerce el cuello de un lado para otro… ¿Se tratará entonces de un mercado, de un mercado sin mercancía? ¿De un mercado sin mercaderes? ¿Sin precios? ¿Con valores, solo con valores? No me refiero a los valores de Bolsa, a las acciones, sino a … Busco sin saber lo que busco. “Yo no busco, encuentro”, dicen que decía Picasso. Ingenioso él. Genioso como él solo. Era un genio. Era el genio, el genio mismo. Aunque el genio, si fuera, si el genio estuviera o estuviese fuera de él, fuera de cualquiera, vagando por ahí, por el aire (acuérdate de Aladino, metido siempre en su lámpara), solo sería mal genio, quiero decir que algo tontiloco, descolocado, como si el genio fuese algo parecido a un virus, esa cosa que se pasa la vida buscando alguien para meterse dentro y alojarse allí. Porque si no la encuentra se muere. Y si lo encuentra te mata. Y es por eso que ahora lo advierto. La metáfora del virus no es buena, no cuadra.

Lo que pasa, creo yo, es que la culpa (por decirlo así, que de culpas no queremos saber nada), es nuestra. Porque hay virus buenos. Y tan ocupados estamos con los malos que a los buenos ni les damos los buenos días. Pero hay virus buenos. El genio es uno. A Picasso le infectó desde muy temprano un virus bueno. Se hizo con él. Lo dejó genioso y somos nosotros, los que a la vista del “genioso” le llamamos ingenioso queriendo decir que le vemos con el genio metido dentro. In – genioso. Así de claro. Y a nosotros nos lo llamamos también llamando tontos a los otros. Porque tanto como al genio, y para serlo nosotros también, necesitamos al torpe. Ninguneando siempre, si hacia adelante, pues adelante. Si hacia atrás, reculando. Y todo eso sin dejar de mover el cuello de un lado para otro…

¿Marionetas?

Exactamente, marionetas. Por eso buscamos el espacio de lo común, para dejar de ser marionetas.

Se busca el espacio de lo común. Yo no sé cómo buscarlo si no es partiendo de lo propio. Tampoco sé cómo buscar lo propio si no parto de lo común, pero ahora que lo digo, eso suena mal, pero que muy mal. Lo retiro de inmediato. Lo retiro. Buscar no es apropiarse, aunque se acerque. Apropiarme (o algo parecido) de lo común… Lo retiro inmediatamente. Caja “B” y esas cosas… Peligroso. Lo retiro inmediatamente y adelante.

Una escalera del metro es un espacio común. Me veo buscando (pidiendo más bien) algo propio sentado en un escalón del metro. Pero retiro también ese pensamiento. Ya me veo a la señora en su bolso. Ya me la veo mirándose al espejo de la caridad y anotando el precio en mi libreta. Ya me veo al alcalde de Soria echándose la mano al bolso peatonalizándonos y descarbonizándonos a todos, como una señorona repartiendo limosnas como esa señorona. Ya me le veo pidiéndonos a cambio… el voto. Ya me veo al señor de Odieta echándose la mano al bolso y paseándose por Noviercas como esa señorona.

Y me dejo de bobadas y me levanto de la escalera del metro, que ya estoy harto de limosnas. Y voy y me meto en el metro como una señorona más, como uno más sin más, procurando no anotar, eso sí, procurando no andar como una marioneta ni anotar cargo alguno en la libreta del otro, y algo temeroso de no poder cumplir con ese par de mandamientos sagrados.

Y adornado ya con esas flores, un inciso. Me gusta eso a lo que llaman reciprocidad. Me gusta la musiquilla del metro. Me gusta ver al señor que toca. Y me gusta sobre todo ver el espacio en el que, agradecido, depositas la moneda, que no es mi bolso. Que no es el suyo. Solo una oreja. Solo un violín. Me gusta depositar la moneda redonda entre la oreja y el violín.

Y es por ahí, me parece, que merodea esa cosa de lo común. Milagrosamente (que no me gustan los milagros, oiga), es por ahí que merodea esa cosa de lo común. Dar porque dan y aún si no diesen, que de un estuche vacío y unas notas en el aire sepamos hacer don.

Ya en Soria. No de paseo, de paso por El Collado. No es lo mismo pasear que pasar. No de paseo. De paso por El Collado. Y de pronto esa musiquilla. No son las campanas del reloj, no es el reloj de la Audiencia. Ni menciono a Machado ni me olvido de su oreja ni quiero ahora recordar su violín. Es el mismo señor/a y su bolso, su espejo, su clase de caridad y su consejo: no se lo gaste Ud. en vino, Sr. pobre. Nada de vino. Es el señor/a de paseo. Es el alcalde de Soria, es el de Odieta en Noviercas, es el podenco, el perro que muerde, el perro que quiere morder. El que dice del violín: ese violín no es tuyo. El que dice de la oreja: esa oreja no es la tuya. El que oye solo lo suyo lo que suena también para el otro.

Como si no, el podenco se para, huele, no hace caso del violinista (en Soria no hay metro y el violín suele ser acordeón) ni de las monedas en el estuche del violín vacío. Ahora es un paño de color granate tendido en el suelo y es el paño lo que al podenco interesa. Es el paño con las monedas. Le interesa. Merodea un poco, olisquea otra vez intermitentemente y sin más aspavientos levanta la pata. Una micción.

Las monedas brillan entonces, como agradecidas. Encontraron ellas, me digo, lo que busco.

Fdo: Ángel Coronado

 

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