Más que paz
Vacaciones en Paz es más que un programa solidario. Es toda una experiencia vital, de ida y vuelta, entre dos mundos, con los niños saharauis como protagonistas. Todos dejan lecciones de vida.
Una puerta al mundo
La resaca del botellón
Vacaciones en paz es un programa solidario que deja huella, no sólo en los niños saharauis que llegan a domicilios sorianos para integrarse en la vida del primer mundo, sino en las familias que los acogen con generosidad y responsabilidad. Todas coinciden en que la experiencia merece la pena. Paula Menéndez, Maribel Gañán y Carmen Aldea son tres mujeres que saben bien de ello. Acogieron con los brazos abiertos a Sohado, Hana y Aziz y éstos les regalaron una lección de vida.
Tienen una dignidad tan grande que no te cuentan sus penas y se adaptan a lo que tienen, apunta Paula. Maribel destaca la capacidad de adaptación y para aprender que tienen los niños saharauis. Carmen, que conoció los campamentos de Tinduf, resalta los contrastes entre los dos mundos. En España, resalta, exigimos mucho para vivir y ser felices, ellos no. Merece la pena ir, acogerlos y que nos paremos a pensar que hay otra gente que vive de otra manera, reitera.
Vínculo afectivo
El roce hace el cariño. Y la distancia -física y real- entre España y el Sáhara Occidental no es el olvido en el caso de estos ciudadanos solidarios. Paula, Carmen y Maribel recuerdan con emoción el vínculo afectivo creado con los niños saharauis. Siempre digo que tengo dos hijas, apunta Paula. Siempre digo que esta niña -por Sohodo, que se ha quedado a estudiar en Soria- no viene del Sáhara, sino de París, resume. Carmen recuerda que cuando llegó a Tinduf pensó que no aguantaba una semana. Pero los saharauis le trasmitieron que son felices con lo que tienen y te dan lo que tienen.
Para los niños, que se sorprendieron todos ellos con el agua que es un lujo en el desierto, es muy importante sus familias. Y llevar lo que puedan para el Sáhara. Con que poco se conforman, repite Maribel. Todas coinciden en que la experiencia merece la pena. Es, más que paz, toda una lección de vida.
UNA MIRADA AL PUEBLO SAHARAUI
Desde 1991 MUCHOS niños saharauis pasan algunos días de verano en casas de acogida de familias europeas y españolas donde intentan olvidar y paliar la situación infrahumana en la que intentan sobrevivir durante el resto del año. El fotógrafo soriano César Sanz tuvo oportunidad de reflejar esta otra vida de los niños saharauis, marcada por la precariedad, en uno de los rincones más olvidados de la Tierra y que un día -hace ya más de tres décadas- fue una provincia española más. En las imágenes, los niños aparecen, en pleno desierto, fabricando adobes, en la escuela, bailando, confeccionando trajes o jugando al balón en la arena. Y también su alegría, a pesar del abandono de la Comunidad internacional.
El día a día impresiona y cómo el pueblo saharaui sacan de la nada, algo de provecho. Y cómo son generosos con lo poco que tienen. El pueblo español se vuelca con los niños. Hay 50.000 en los campamentos de refugiados. No deberíamos olvidar la deuda que tenemos contraída con el único país árabe que habla castellano, dice Emilia Jiménez, presidenta de la Asociación Soriana de Amigos del Pueblo Saharaui.
LA INTEGRACIÓN DE LOS niños saharauis en los campamentos de verano en España ha sido estudiada por Serafín Aldea, profesor de la Escuela Universitaria de Soria. El aspecto más importante de Vacaciones en paz es el programa sanitario, que permite que todos los niños saharauis sean sometidos a reconocimientos médicos cada vez que vienen a España. Los niños acuden a revisiones de la vista (dañada por el tremendo sol del Sáhara), del oído, de la sangre, de la orina, etc. Cualquier anomalía detectada por los médicos permite diseñar un tratamiento idóneo. Además asegura que el niño saharaui llega a España queriendo ser un miembro más de la familia y con la intención de aprender a vivir en un país diferente al que tendrá que adaptarse. La integración depende mucho de la edad del niño, de su madurez, y es mejor si la localidad de acogida es pequeña porque los niños tienen más libertad.