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TRIBUNA / El alcalde de Las Aldehuelas

Ángel Coronado incide en este artículo de opinión en si existe o no la suerte del Destino y en el caso del pastor trashumante de ganado ovino de Tierras Altas.

TRIBUNA / El alcalde de Las Aldehuelas

A veces sucede que el Destino, al que suele llamarse ciego, tiene vista de lince. Como si fuese un campeón del ajedrez, hay veces en las que, seguro de sí, el destino dispone sus fichas de una forma que parece mentira. Es imposible salvar el jaque. Solo mate es poco. Se lo come todo, pero es que hasta los peones enemigos salen malheridos del envite. Al final solo queda el rey destinado a morir, valiente, pero solo él. Enfrente todo el ejército enemigo. En rigor, el Destino no gana la partida. Abandono. Boabdil abandona entre lágrimas y Fernando, machirulo, le dice que llore, que llore como mujerzuela lo que no supo, hombre, defender.

A nadie como a Fernando se le puso Boabdil a tiro, que desde Covadonga, mi amigo, todos los Alfonsos, sabios o analfabetos o guerreros, el Campeador, e incluso el Guerrero del Antifaz, le vinieron preparando el camino, que setecientos años y pico ya son años, Fernando, para que luego vengas con esas, machirulo, que no te olvides, que tanto monta como monta tanto. Que venga Isabel y nos lo cuente.

A nadie como al Destino se le vienen a la mano miles de soldados desconocidos que, siendo suya, le regalan la victoria, y los honores y todo, todo para él. Desde el leve aleteo de una mariposa hasta el devastador sunami universal en las antípodas del orbe, el Destino, machirulo, no asoma la cabeza. Pero justo al final, cuando solo queda un segundo para finalizar la triste historia, se alza y, eso sí, sabe decir con voz de trueno aquí estoy yo. Y se lo creen. Nosotros no.

No creemos en el Destino. Sonará bien. Pero nosotros somos sordos a ese tipo de músicas aunque a nadie le amargue un dulce. Para lo que sí tenemos orejas de lince es para eso, para justo en el último momento, que hay momentos machirulos en sí, aquí estamos  para decir muy alto y que todo el mundo nos oiga que ya no hay tiempo. El Destino acecha tenso, a punto de saltar sobre las gacelas que beben o las ovejas que abrevan.

Si son ovejas será el lobo que acecha.

Correcto. Si son ovejas, que ovejas son, el Destino no tiene aquí melenas de león sino colmillos de lobo. Son ovejas, nos referimos a las ovejas. Y si leones o lobos nos da igual. Nos referimos al mastín, o más concretamente, a la carrancla.

La carrancla sin el mastín es como el mastín sin la carrancla, una oveja sin más, señor mío.

Correcto, y aún más. Está el pastor, (Eduardo del Rincón), y está la valla, y están los prados de Los Campos  (entidad menor de Las Aldehuelas), y los pastores amigos, y están las mil ovejas, que sien ellas nada de lo dicho tendría sentido, en Alcudia, que si estuviesen ya en Los Campos pasaría igual, nada tendría sentido ni el Destino acecharía y tal. Y están los camiones con los motores rugiendo como leones para comerse a las ovejas sin hacerlas daño y regurgitarlas en los frescos prados de Los Campos, y estamos todo espectantes espectando, como en el circo, el circo romano que no el de ahora, de payasos, espectando la salida por el vomitorio de los gladiadores, espectando al gladiador siendo el Destino Nerón.

Correcto. Pero no confundamos a Nerón con el gladiador.

Correcto. Estamos de acuerdo. Una cosa es Nerón y otra es el gladiador. Nada de lo dicho sin Nerón. Tampoco nada vale sin el gladiador. Y puestos de acuerdo en esto se fueron a un bar de  tapas a tomarse unas cañas para ir haciendo tiempo. Estaba la tele puesta, los grifos de la cerveza y la espuma, la que se sale del vaso y moja impunemente la barra, no importa, y estaba la cajita de abajo para las servilletitas usadas. Usadas y rebeldes, campeaban por el suelo protegidas, bribonas ellas, por la barra reposapiés. Inexplicablemente, barra que no siempre, no me lo explico, se ofrece a servilletas y pies. No tenemos bares, que de tenerlos, la barra reposapiés lo primero. Y la tele dale que dale también.

Lo veía venir. Nerón es el veterinario, me dice como sin querer mi amigo.

Respondo correcto que correcto. Nerón es el Veterinario. A ver si levanta el pulgar imperial. Y de inmediato pienso en la otra incógnita. El gladiador. Y febrilmente, que siempre que persigues alguna incógnita lo haces febrilmente, pienso en la otra incógnita, no sea que el Destino se me adelante. Y febrilmente pienso en alguien que, tan de lejos, no distingo. Zoom rapidísimo se me acerca supersónicamente y se me planta enfrente. ¡Es el alcalde electo de Las Aldehuelas!, chillo. Chillo por dentro, en el pensamiento. Y logro ponerme de acuerdo, por dentro, en chillar callando y poniendo por fuera cara de póker.

¡Es el alcalde electo de Las Aldehuelas! chilla mi amigo como jugando conmigo al póker con esa cara tan propia que se le pone a uno en estos casos.

Nos despedimos muy serios. En estos tiempos electorales hay que tener cuidado con los amigos. Hay cosas que hasta en las mejores familias pasan y hay que andarse con cuidado. No hubiese estado de más, pese a todo, comentar algo inocente, inocuo, neutral, de sentido común, algo como que a nadie tan inocente como que al alcalde de un pueblecito de lo vacío se le pudiese ofrecer muchas veces (sino poquísimas), el privilegio de alzarse junto a Nerón, junto al veterinario, junto al mismísimo Destino, para discutir, hablar de cosas tontas, casi como de bar, en el bar mismo, incluso sin barra reposapiés ni servilletas, pero hablando entre los cuatro de cosas importantísimas.

Fdo: Ángel Coronado

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