Seremos moros ¡Pero es nuestro!
Ángel Coronado jalona de datos históricos su defensa del Cerro de los Moros, en Soria, como propiedad de todos y no para el interés urbanístico de unos pocos.
Sobre el Congreso Antropológico en El Burgo de Osma
Recordando a José María Martínez Laseca
Seremos moros ¡Pero es nuestro!
Y de tanta lectura, por decirlo así, a poco se vuelve loco.
¡Miguelito, baja, es la hora de comer! Y Miguelito, dejando su libro en la mesa, dejaba de leer. Obediente comía para seguir leyendo, si acaso podía.
Ya de mayor, y para no volverse loco, dejó de leer para ponerse a escribir, y pródigo en escritura, escribió El Quijote.
En Méjico, siempre amenazado por el Popo, pródigo en temblores de Tierra y vómitos de fuego, el Popocatepel da miedo. Pero Hernán Cortés, pródigo en hazañas, le dice a Moctezuma que su rey le ha dicho no sé qué. Y Moctezuma, pródigo en no sé cuántos, le dice que sí. Hasta el Popo, pródigo él, dice que también.
Y en Filipinas. Magallanes murió en la refriega. Resulta que para entonces, en lugar de la redondez de la Tierra, nos encontramos de nuevo con los moros, con esa historia, la nuestra, de la reconquista. Y al punto de haber consolado al morito que lloraba la pérdida de su Granada, apenas cuatro días luego recién pasados, Magallanes muere llorando en la refriega de la nueva, recién iniciada, reconquista. Los cerros de Filipinas, pródigos en morisma, estaban llenos de moros como el hormiguero de hormigas. Y Magallanes murió en la refriega. Cerros de Filipinas, pródigos como la misma Granada, pródigos en morisma
Y así la Biblia, pródiga en historias, nos habla del hijo bueno, del hijo pródigo, cuando el hijo bueno no es el que se va sino el que baja, ¡Miguelito, baja! Es la hora de comer y esta tarde se trabaja. ¡Deja los libros! ¡Ven a comer!
Pródigo, el que nos da y al que no es preciso dar las gracias. Por lo que quiera que sea no es preciso darle las gracias. Si acaso, como al Popo, como a Hernán Cortés, y como a la misma Biblia, según se dé, temer. Pródiga cosecha en grano, pródiga tormenta en rayos y truenos, pródiga en calamidades aquélla peste, pródigo este hijo que se queda, hijo mío, Miguelito, baja, es la hora de comer.
Pan, rayos y truenos, conquista, muerte, el día glorioso de Hernán Cortés, su Noche Triste, trigo, vino, peste. Trigo, vino, peste, te lo juro, te lo prometo, ya veremos qué, volveré, ya veré, padre, Miguelito, ya es la hora de comer.
Del Cerro de los Moros digo ser pródigo. Y como Miguelito, como Hernán Cortés, lo queremos conquistar.
¿Por qué?
Porque sí.
¿Para qué?
Para que, pródigo, el Popo se calle, que callado y sin tantos humos, está mucho mejor. En un cerro de cuyo nombre no quiero acordarme…
¡Miguelito! ¡Baja!
¡No quiero bajar!
¿Por qué?
Porque no. ¡Estoy escribiendo! Y a Sancho le decía Sancho amigo. Y Sancho, pródigo en refranes, le decía: ¡Baja, Miguelito! Que para subir hay que bajar primero, que para esto y lo otro hay que hacer lo de más allá y esto lo primero, que si Barataria, que si baja, que si subo, Miguelito.
Y Miguelito no se quería bajar del Cerro de los Moros y bien que tenía razón. Y seguía dándole zapatazos al molino de viento y seguía dándole a la Sierra Morena y a los cerros de Úbeda y dándoles para el pelo a todos menos a Sancho, Sancho amigo, estoy escribiendo. Dándoles para el pelo. A todos, Cállate Sancho, Sancho amigo. ¡Alcalde! ¡Nos quieren robar El Cerro! Y es nuestro. Y si es preciso daremos vueltas a la Tierra y a morir en la refriega, Magallanes, amigo, marino portugués y amigo.
Y el alcalde, como la estatua del Sagrado Corazón del monte Urgull en Donostia, como el mismo Corazón Sagrado del Cerro Corcovado en Río de Janeiro, pródigo en silencios (que quien calla otorga y no hace más que otorgar de lo que tiene), a ver qué, como un menhir de la edad de La Piedra (que yo sepa, armas de destrucción masiva no tiene), a ver qué, como el convidado de piedra, nadie sabe lo que tiene.
¡Alcalde! ¡Nos quieren robar el Cerro! ¡Y es nuestro! Sancho, amigo, seremos unos moros, qué carajo, pero ¡es nuestro!
Fdo: Ángel Coronado