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TRIBUNA / Una cloaca sin más

Ángel Coronado incide en este artículo de opinión en uno de los asuntos que más titulares está dando este verano como las "cloacas" del Estado, con el comisario Villarejo como uno de los protagonistas.

TRIBUNA / Una cloaca sin más

No quiero hablar de Ferreras ni de Villarejo ni de inda. Uno, que se tropieza con la prensa sin querer. Tampoco de las cloacas, como si una cloaca no fuese de lo más saludable que cabe imaginar para cualquier persona, porque no me refiero a un grupo de personas en concreto sino a toda la humanidad. Gracias al trasero, natural y bienhechora cloaca, podemos mantener el tipo. Y a tipo mantenido se puede mantener la cabeza en su sitio para decir que no son Ferreras ni Villarejo ni Inda los únicos que tienen trasero sino que tanto ellos como usted y como yo lo tenemos igual, igual, que no queremos perder el tiempo en menudos detalles, que no, que siempre los habrá pero que ahora y aquí no importan ni pintan nada de nada. Desde tiempos inmemoriales, cientos de miles de años, millones, andamos cada uno a cuestas con nuestro trasero, nuestra cloaca, correteando con ella como si nada. Y ahora igual.

Algo pasa, sin embargo, con las cloacas, porque de hace pocos días a esta parte no se habla de otra cosa sino de ellas. Doy fe de que no se trata del trasero de nadie. Entiendo ese “nadie” de forma rigurosamente inclusiva. Junto a Ferreras, Villarejo e Inda es preciso incluir también a todos los reyes y todos los presidentes de todos los países del mundo, y también a todos los grandes de España y de cualquier país de la Tierra, también a todo el hemiciclo de las cortes y del senado, mejor dicho, a todos los que disponen ordenadamente sus cloacas en los asientos de los hemiciclos que hubo, que hay y que seguirá habiendo como sede del poder legislativo, ejecutivo y judicial, y por eso también nos referimos a los jueces y a los representantes del ejecutivo y de todos los demás. A todos, a todos, a usted también, amigo lector, a mí mismo al que cito por educación en el último lugar sin olvidarme tampoco de todos mis parientes y amigos ni del inefable Mariano Rajoy (sé valiente) y no te olvides de nadie,  y aunque me repita me repito señalando de nuevo al trío antes mencionado.  

Y ahora que lo pienso pasa lo mismo con las bestias. Gracias a la cloaca que por detrás, entre las patas traseras llevan las vacas, cerdos, ovejas, más o menos la gallina, a su manera los peces y a la suya las abejas, todas, todas las bestias por igual, malas o buenas, comestibles o no, gracias a sus cloacas, decía, buenas o malas cosas que nos dan.

Aunque me repita voy a volver al trío. Con Villarejo no sé qué hacer. El otro día pasé con el coche por un pueblo que se anunciaba “Villarejo” y me asusté. Con el nombre de Villarejo no sé qué hacer. Un villorrio pequeñajo, la España vaciada. Yo no sé, pero Villarejo, el comisario (no digo excomisario porque Villarejo sigue comisionando a tope), Villarejo goza, disfruta, comisiona como nunca, qué como nunca, más que nunca, de otra manera en algo diferente pero como siempre, sigue comisionando y es por eso que no le califico de excomisario sino de comisario, como siempre, comisario a secas.

¿Qué sería del Ferreras sin el Villarejo? ¿Y qué del inda? Y también, aunque habrá quien diga que pobre Villarejo sin cloaca, ¿qué de cloaca sin Villarejo?

Pues ahí voy. Eso digo yo. ¿Qué de cloaca sin Villarejo? ¿Y qué de Villarejo sin cloaca? ¿Qué de Pedro? ¿Qué de Juan?

Acabo de hacer una especie de ensayo en mi laboratorio porque acabo de hacer un descubrimiento porque acabo de contar con el dato que me faltaba para el ensayo ese porque hacía tan poco tiempo que ya tenía conocimiento de una de las dos incógnitas que necesitaba para el ensayo, que el conocimiento que acabo de tener de la otra incógnita, ¡pies para qué os quiero!, me ha empujado al laboratorio para eso y ya estoy en él.

Primer dato. Esta frase. Cito: (Elegir a capricho cualquiera de las publicadas y en las que Villarejo, dueño de todos los micrófonos ocultos del mundo, se olvidó de apagar uno. Vale Ferreras. Vale Inda.)

El segundo dato le viene al primero como anillo al dedo. Cito: Conocí a Villarejo como El Comisario. El Comisario del ático de Marbella del asunto aquél. Luego como una gorra con visera y una carpeta puesta de aquélla manera tan conocida que no hace falta decir más. Luego como una cabeza grande y sobre todo redondeada con varios parches o mascarillas negras y también redondeadas sin más, en el banquillo. Y luego, ya el segundo dato. El rostro en sí de Villarejo y sobre todo, como en un amanecer sin nubes el sol naciente, la boca.

Sobre la encimera de mi laboratorio un espejo justo enfrente, que me pongo a recitar la frase con el rostro de Villarejo y la frase de tal forma dispuestos conmigo y frente al espejo para la mejor ejecución del ensayo, que todo salió bien. Mirándome intensa y fijamente a la boca, sin pestañear, comienzo a recitar la frase indiscreta y delatora.

¡Oh maravilla! Al hilo de mi lectura la boca metamorfosea en dirección inequívoca a la del Comisario y acaba identificada con esa cloaca de la que tanto se habla en los medios y en las tertulias de por estos días. Por razones elementales de pudor evito entrar en detalles, pero ahora ya sé, tan cierto como también supongo que ustedes, a qué se refiere todo ese clamor de los medios en torno a las cloacas y en el que tanto valen los ruidos (chof, plof) como las palabras o los silencios.  

Fdo. Ángel Coronado

 

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