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TRIBUNA / ¡Calimeria! ¡Felisa! ¿Qué nombre le ponemos?

Ángel Coronado reflexiona en este artículo de opinión sobre la democracia y su aplicación práctica en la sociedad.

TRIBUNA / ¡Calimeria! ¡Felisa! ¿Qué nombre le ponemos?

Hubo una vez un Señor, tan Demócrata él, que quiso introducir la Democracia en sus piezas componentes, considerando que algunas, en parte oxidadas, lo necesitaban. Pensó en primer lugar en esa institución socialmente básica denominada “familia”. Y buscando una para inocular en ella La Democracia, se le ocurrió ensayar con la suya. Y sin pensarlo dos veces, se quitó los calzoncillos y desnudito en pañales, se introdujo en la jaula doméstica del bebé con el chupete en la boca y en brazos del principio trinitario de la igualdad, la legalidad y la fraternidad, de la libertad también, Demócrata él, y además porque le daba la gana.

Para qué seguir. La propia naturaleza, incluso la razón y los mismos acontecimientos que siguieron precipitadamente a su ensayo, nos ayudan a no seguir contándoles a ustedes lo que pasó. Resumiré diciendo que de forma casi inmediata recuperó su lugar en la mesa del comedor y le ordenó a su mujer que le trajese el desayuno dejando el chupete en algún lugar de su casa de cuyo nombre no quiso acordarse para darle de lleno a las tostadas (con mantequilla y mermelada).

Ese mismo señor, reforzado en su ideal democrático gracias al ensayo anterior, y lejos de quedarse arrugado, quiso repetir el ensayo en otra pieza herrumbrosa diferente a la familia, o por lo menos en otra familia diferente a la suya. Pronto renunció a la idea. No quiso para nadie, y menos para cualquier amigo, los malos ratos que su ensayo le había hecho pasar en el hogar, en su propia casa. No pensó, cosa muy disculpable, en que no era del todo imposible que alguien, por raro que fuese, hubiese salido tan contento y democráticamente robustecido de la jaula infantil, pidiendo por favor su biberón y guardando con cuidado el chupete. A pesar de todo, desistió. Lo mismo le pasó pensando en su querido partido político y su sindicato del que, no por nada sino porque sí, lucía un carnet con el número cinco entre otros tres mil novecientos diecisiete más.

Pensó entonces en inyectar Democracia en algún otro colectivo diferente al de la familia y al del partido político. Rehusó por razones obvias repetir en algún otro partido diferente al suyo. Y rehusó también hacerlo entre el grupo de sus amigos. Le frenó la duda de si hacerlo de uno en uno eligiendo a quién el primero o el último (todos eran igualmente amigos y ningún escalafón cabía en ese todo compacto, compuesto, e igualitario. Eso por una parte, y por otra era imposible pincharles Democracia a todos al tiempo. La jerarquía se impone quieras que no en todo proceso de boca en boca y en los actos multitudinarios ya se sabe, sacas un pañuelo pidiendo la oreja y la plaza entera se hace volcán de orejas y rabos). Echado el freno una vez arrancó de segundas para frenar en seco de nuevo. No tenía más que un grupo de amigos y de ninguna manera se lo quería jugar a cara o cruz.

No bien hubo acabado aquél día de apuntarse a un gimnasio para suprimir un leve incremento de peso que venía experimentando desde algún tiempo atrás, cuando advirtió su afición a las tertulias. No tardaría en formarse otra parecida entre los gimnastas aprendices como él, pero no quiso esperar, Demócrata impaciente, a que esto aconteciese. Ya tenía otra tertulia en que los tertulianos, si no amigos, eran correctos y educados, campo virgen para inyectar en ellos la Democracia. En efecto, apasionado por los globos aerostáticos y los zepelines, era miembro de un club sin denominación oficial ninguna. Para acogerse a ciertas subvenciones de posible recepción estaban precisamente por entonces pensando en apuntarse a ellas y tenían ya hasta el nombre elegido para su club, nombre del que no quería acordarse tampoco. Su pasión por la Democracia, por El Quijote y por los globos aerostáticos no conocía límites. Pero dado esto, y dado también que las cosas de palacio van despacio, desechó esta idea justo cuando ya tenía la jeringuilla de la Democracia en alto para pinchar.

Dándose palmadas en la frente cayó del guindo como vulgarmente se dice. Cayó en la cuenta que desde hacía mucho tiempo era miembro de otro club, famoso, que no es que tuviese nombre oficial. El nombre oficial, que lo tenía, era lo de menos. Sumas fabulosas de dinero tampoco era todo, porque tenía más. Un palco que, según se dice, era fuente inagotable de negocios. A nuestro Señor todo eso le importaba una higa. Él era Demócrata y lo que necesitaba era precisamente eso, un club con nombre oficial para inocular en él La Democracia.

En esto que estalló el asunto de la copa del mundo ganada por el equipo mundial femenino de nuestro país, y oliéndose dificultades, nuestro Señor va y echa de nuevo el freno. Y ya no resiste más. Se nos abate. Según parece entra en depresión. Se le administran medicinas y se pierde su rastro en eso.

La vida es trajín, dice otro tertuliano también aficionado al fútbol, padre de familia y aficionado a la equitación, miembro del club de los amantes de no me acuerdo tampoco qué. La vida es trajín, pero cualquier arnero, criba o cedazo sirve para trajinar y no es aconsejable despreciar ninguno.

¡Vale!, ¡Vale!, salta uno que al punto es reconocido como réplica, gemelo, clon, oveja Dolly de nuestro Señor, la misma partícula nanoplástica de plástico replicado clonado que yace tanto en el fondo del mar como en el propio flujo sanguíneo de usted y del mío. Te lo encuentras, lo respiras, te lo comes e invisible te sigue el rastro como la cola de un cometa al cometa. Señor, Señor.

¡No vale! ¡No vale! Yo tengo mi arnero y además mi jeringuilla. Mi Democracia, ni que decir tiene. Solo me falta la vena en la que pinchar, grita otro nanoplástico que vuela por las más altas capas de la atmósfera que se tira en picado hacia ti.

Señor, Señor. ¡Óigame, Señor, Señor!

Moraleja inevitable: Señor, Señor, tu arnero guárdatelo y guarda tu jeringuilla y tu Democracia también, son tuyas, haz lo que quieras con ellas en el nombre de la libertad, que yo tengo conmigo las mías en el nombre de lo mismo y porque me da la gana, pero vente conmigo a buscar otras mejores, que ya encontraremos también el nombre.

Fdo: Ángel Coronado

 

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