Sanidad vigila las repercusiones sobre la salud de las temperaturas elevadas
La Consejería de Sanidad de la Junta de Castilla y León ha puesto en marcha este año un conjunto de actividades que tiene como objetivo prioritario prevenir los efectos indeseados por las altas temperatura y un sistema de vigilancia para la comunicación urgente de los fallecidos por dicha causa.
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Disponer de la previsión meteorológica permite, en consecuencia, prevenir sus efectos negativos y la Consejería de Sanidad ha elaborado una serie de recomendaciones, que deben ser especialmente observadas por la población en riesgo.
La Junta de Castilla y León dispone desde 2004 de una “Guía de respuesta ante el riesgo de olas de calor” en la que se recogen diversas actividades entre la que se incluye la estimación de la sobremortalidad y la vigilancia de las repercusiones que sobre la salud ocasionan las altas temperaturas en nuestra Comunidad.
Dicha actividad se ha efectuado en estos 15 años a través de un sistema que recoge información sobre la mortalidad y la morbilidad. La vigencia durante 13 años de este sistema ha permitido caracterizar pormenorizadamente la morbilidad asociada a temperaturas extremas en Castilla y León.
Además durante este tiempo se ha producido una transformación y mejora de los sistemas de información sanitaria que permiten obtener de una manera ágil y exhaustiva la información sobre la demanda asistencial originada por esta causa.
Estos dos hechos evidenciados en la evaluación del sistema durante este prologado periodo de tiempo nos llevan, en aras de la eficiencia y siguiendo las indicaciones del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, a centrar y limitar la atención de este sistema de información sobre la mortalidad asociada a las temperaturas elevadas, sin perjuicio de las que corresponda realizar en materia de prevención.
Los efectos de las temperaturas extremas sobre la salud de la población son conocidos y han sido estudiados en diferentes situaciones y países, y conllevan un aumento tanto de la mortalidad como de la morbilidad poblacional. La exposición a temperaturas elevadas produce efectos directos sobre el organismo, desde ligeras molestias al golpe de calor que puede evolucionar a un coma e incluso ocasionar la muerte. También puede producir descompensaciones de las enfermedades crónicas, como las cardiovasculares o las renales, empeorando el pronóstico de las mismas.
Una temperatura muy elevada produce pérdida de agua y electrolitos que son necesarios para el normal funcionamiento de los distintos órganos.
El impacto de la exposición al calor excesivo está influido por el envejecimiento fisiológico y las enfermedades subyacentes. Normalmente un individuo sano tolera una variación de su temperatura interna de aproximadamente 3ºC sin que sus condiciones físicas y mentales se alteren de forma importante. A partir de 37º C se produce una reacción fisiológica de defensa.
La mayor mortalidad y morbilidad asociada a las altas temperaturas se ve favorecida por diferentes circunstancias como la edad, las actividades que se desarrollan durante la exposición a las temperaturas altas, los enfermos con patologías crónicas, la toma de diferentes medicaciones u otras circunstancias socioeconómicas.
En algunas personas con determinadas enfermedades crónicas, sometidas a ciertos tratamientos médicos y con discapacidades que limitan su autonomía, los mecanismos de termorregulación pueden verse descompensados.
Las personas mayores y los niños muy pequeños son más sensibles a estos cambios de temperatura. Los primeros tienen reducida la sensación de calor y por lo tanto la capacidad de protegerse, existiendo un paralelismo entre la disminución de la percepción de sed y la percepción del calor, especialmente cuando sufren enfermedades neurodegenerativas. A ello se suma la termólisis reducida del anciano (numerosas glándulas sudoríparas están fibrosadas y la capacidad de vasodilatación capilar disminuida). La capacidad de termólisis menor ocurre también en la diabetes y las enfermedades neurodegenerativas.
El verano del 2003 fue considerado el más caluroso en Europa desde el año 1500. Este hecho produjo un exceso de mortalidad de entre 22.000 a 70.000 personas en Europa y en España un exceso de 3.166 muertes entre junio y agosto del 2003.
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