Homilia por los afectados por la pandemia del coronavirus
El obispo de Osma-Soria, monseñor Abilio Martínez Varea, ha oficiado en la parroquia de El Salvador, de Soria, una santa misa en la jornada por los afectados por la pandemia del coronavirus. Así ha sido su homilia.
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Homilia en misa por afectados de COVID
Queridos hermanos:
Saludo con afecto a los sacerdotes concelebrantes, a todas las autoridades aquí presentes del ámbito civil y militar, judicial y académico, a los representantes de los organismos que tuvieron una implicación más activa durante el confinamiento, a todos los que os habéis acercado a esta parroquia de El Salvador para orar al Señor por los afectados por el coronavirus: por los difuntos, por los enfermos, por sus familias y, particularmente, por quienes durante los peores momentos de la crisis dieron lo mejor de sí mismos para que la mayoría viviéramos más tranquilos.
Con esta Eucaristía nos unimos a la iniciativa de la Conferencia Episcopal Española que ha querido que, como Iglesia diocesana, celebráramos una Eucaristía por todas las personas que han muerto víctimas de la covid-19 También encomendamos a nuestros difuntos que, no siendo víctimas directas del coronavirus, por el momento en que han fallecido, sus familias han experimentado un dolor similar. Damos gracias por todo el trabajo y el sacrificio realizado por tantas personas durante el tiempo de la pandemia y oramos de una manera especial por los mayores y las residencias de ancianos.
Me dirijo esta tarde con especial afecto a los familiares, esposos, esposas, hijos, padres y hermanos de todos los sorianos fallecidos en nuestra provincia por la epidemia y que habéis llorado su muerte: os expreso las condolencias más hondas de nuestra Diócesis de Osma-Soria, de sus sacerdotes, religiosos y laicos que hemos intentado estar en todo momento a vuestro lado. Contad con nuestra plegaria en la confianza de que el Señor conceda a vuestros familiares y amigos difuntos el descanso eterno. Ha quedado grabado a fuego en nuestros corazones la experiencia de no poder acompañarlos en los momentos últimos de vida, así como tener que postergar la celebración de un funeral en nuestros templos, con el adiós de la Eucaristía y de la comunidad cristiana.
Sabemos bien que la muerte provoca en nosotros muchos interrogantes, pero reviste una tragedia más honda la muerte inesperada de miles de personas a causa de una epidemia como la que estamos padeciendo. El Papa Francisco, el 27 de marzo, en la plaza de San Pedro, en una soledad y oscuridad que pesaban como una losa nos recordó: “Éste es el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás”. Y añadió: “No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor”.
Y lo necesitamos porque Dios responde a nuestros interrogantes y conforta nuestros corazones con el bálsamo de su Palabra. Por eso, queridos hermanos, a los que lloráis la muerte de vuestros seres queridos, permitidme una palabra de esperanza. La pasión, muerte y resurrección de Cristo es el camino de nuestra liberación y la certeza de nuestra futura resurrección. Todos, desde el bautismo, estamos incorporados a la muerte de Cristo, para que en nuestra vida se manifieste su victoria. El destino de los cristianos está indisolublemente unido al de Jesús con su muerte pero también con su resurrección. El cristiano que, día tras día, está en comunión con la muerte de Cristo, es receptor y trasmisor de esa Vida nueva que supera los límites de nuestro espacio y tiempo. Es cierto que en ocasiones estamos apurados, porque nos derriban una y otra vez, pero también es cierto que no nos aplastan: como Santiago, en todo esto vencemos por Aquél que nos ha amado.
Necesitamos recuperar el ánimo y la confianza en que esta situación terminará y, aunque cueste, la normalidad volverá a nuestras vidas; una normalidad que permita, sin barreras, encontrarnos con nuestros familiares y abrazarlos; una normalidad que permita recuperar algo de lo mucho perdido en estos meses. Son muchas las personas que lo han pasado y lo están pasando mal. Su vida se ha cubierto de un gris oscuro de tristeza que les dificulta la posibilidad de recuperar la ilusión y la esperanza. Por eso, todos necesitamos el apoyo de Dios y de nuestra fe en Él, y el apoyo mutuo de unos a otros para lograrlo. La pandemia nos ha hecho caer en la cuenta de la fragilidad, debilidad y vulnerabilidad del ser humano y de la nuestra propia. Hemos necesitado acudir a Dios llenos de esperanza sabiendo que dependemos de Dios Padre que nos ha creado. La fe no es algo inservible o superada por la ciencia y la técnica.
Y una palabra de agradecimiento por la entrega de nuestros sacerdotes que, en medio del dolor y con el mismo dolor de sus fieles, han sabido acompañar los sufrimientos de muchas familias durante este tiempo y han alentado al pueblo cristiano, desde la fe, a seguir confiando en el Señor. Nuestra gratitud también para los religiosos y religiosas de vida activa y contemplativa, cuya oración por todos y la entrega a los ancianos y enfermos a los que sirven con tanta generosidad, nos anima y consuela. Nuestra especial gratitud a los profesionales sanitarios, que arriesgan su vida en el servicio a los enfermos en los hospitales, en las residencias o en sus domicilios, para ayudarles a superar la enfermedad. Gracias por su buen hacer, por su profesionalidad y entrega. Un especial reconocimiento a todos aquellos que, desde la generosidad y el servicio, de una forma u otra, habéis colaborado y seguís colaborando para hacer más llevadera esta situación, solidarizándose con los más frágiles y necesitados, especialmente con los ancianos y los que viven solos. Si tuviera que nombrar a todos y cada uno de ellos, la lista sería muy larga. A todos gracias por vuestra generosidad. El Señor os lo recompensará.
Durante este tiempo hemos visto aumentar el número real de personas necesitadas. Muchas familias se han visto afectadas por un deterioro en su situación económica y social. Esta grave situación reclama de nosotros, como cristianos, una fe comprometida, solidaria y de comunión con las personas afectadas, una fe que nos lleve a compartir lo nuestro con los más necesitados. La caridad cristiana que, en nuestra Diócesis, se canaliza especialmente a través de Cáritas (que no ha estado confinada en ningún momento) y del Fondo diocesano de solidaridad, quiere hacerse presente en todos los casos de necesidad para poder darles una respuesta rápida. Desde la Iglesia, conscientes
de la limitación de nuestros medios, ofrecemos a todos nuestra colaboración para que los necesitados encuentren las mejores respuestas a sus problemas.
Concluyo con las palabras del Papa en el solemne momento de oración celebrado en Roma en el peor momento de la crisis: “Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas (cfr. 1 P 5,7)”.
Abilio Martínez Varea, Obispo de Osma--Soria