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TRIBUNA / La reconquista del Cerro

"Misería de la Ideología Urbanística", de Fernando Ramón, es el libro que Ángel Coronado no recomienda por varias razones. El libro está agotado y dice verdades como puños. Coronado lo relaciona en este artículo de opinión con el expediente del Cerro de los Moros.

TRIBUNA / La reconquista del Cerro

Cada minuto que pasa se parece más a una reconquista, una recuperación, nueva toma de posesión sobre algo previamente sustraído, en una palabra, robado. El problema está, según lo veo, en que lo sustraído, en otra palabra, robado, no es nada de lo que el mercado, en otra nueva palabra, la bolsa, el bolsillo, la pasta (que ya van tres palabras y basta), nada de lo que el mercado necesita para mercadear, en una palabra y ya van cuatro, la mercancía.

Por otra parte ocurre también que no existe ninguna ley que prohíba mentir. Bueno, mejor dicho, hay mentiras a las que la ley no puede meter boca, exactamente de la misma forma que no hay dientes que puedan comerse a mordiscos una cosa grande y redonda, como por ejemplo una sandía.

Cada minuto que pasa por el asunto del Cerro de los Moros lo trasfigura más y más a una reconquista. Queremos recuperar un terreno plagado de minas antipersonales, porque las mentiras inmunes a toda ley humanamente posible minan ese cerro a una por metro cuadrado, y como tiene unos treinta y pico mil metros cuadrados de superficie, amenazan otras tantas minas mentirosas en él.

Hay un libro que no recomiendo por varias razones. Está agotado y además dice verdades como puños. Las verdades como puños son también como minas antipersonales para los mentirosos. Hay muchísimos mentirosos por ahí, lo que hace que ese libro no sea comercial, no sea mercancía y por lo tanto no se reedite. Por eso de llevar la contraria me encantaría resumir ese libro en pocas palabras. Es un decir, pocas mal contadas. Sólo el título tiene ya cinco: “Miseria de la Ideología Urbanística”. Autor Fernando Ramón. Tema único: La ciudad come campo. No puede comer carne ni pescado ni verduras ni fruta. Come campo. El campo vale poco. La prueba es que pasar un día de campo no cuesta nada. Aire limpio, una fuente. Una felicidad barata, pero el centímetro cuadrado de solar en la plaza del pueblo vale más.

Detesto la palabra “pelotazo” y por eso prefiero decir que del centímetro cuadrado de campo al centímetro cuadrado de solar, media una mentira, pero no una mentira cualquiera sino de las que la ley, como lo de los dientes a la sandía, no puede morder. Y esa es la miseria de la ideología urbanística que Fernando Ramón expone en ese libro que comento. Luego hay mentirijillas del tamaño de una uva moscatel a las que la ley mete mano con fruición, pero la gran mentira, la gran cagada que te deja satisfecho de una vez, ¡ay Dios mío!, esa es la mina antipersonal de las que tantas habemus  en el cerro.

Y lo mejor, tan grande es la sandía que ninguna boca puede morder, tan fresca se queda la sandía por más que colmillos y dientes humanos quieran hincarla, tan rica y tan fresca para nosotros los humanos es, tan verdadera y rematadamente buena fruta, y sana y roja es, que tan solo por culpa de una mentira se pierde. Es tanto el amor por nuestra Soria, quiero decir, por la de Bécquer y Machado, la pura cabeza de Extremadura, la de Gerardo Diego y la vaca en el prado y la mantequilla y los corderillos con sus chuletillas y su Valonsadero y su San Juan y todas sus cosas que no son pocas (en esto que digo del amor por nuestra Soria es la sandía), que la sola idea de confesar que no, que a mí no me gusta la sandía, que a mí me gusta la pasta más que la sandía y que me dejen de gaitas, es tan grande ese amor que confesar una infidelidad al mismo rinde a cualquier soriano.  

Me gustaría decir: ande, señor alcalde, confiéselo de una vez, a Ud. Bécquer  le importa un rábano, Gerardo Diego una lechuga y a Machado (al “Machao” del inefable Rajoy) ni le conoce, que puede Ud. perder su honor soriano, andando por donde anda, por no manchar el de su “Machao”. Pero no lo digo. Y no porque dude de lo que afirmo, sino porque abrigo la esperanza de que alguna vez ocurra eso de que un código de leyes no escrito se cruce con las dos ramas del otro, la civil y la penal que bien escritas están, y en el fuero interno de nuestro alcalde, como en el de Saulo a caballo ante la divinidad (¡Saulo, Saulo! ¿Por qué me persigues?, o como a Tintín y Milú en la primera viñeta de su historia), se encienda una bombilla, una lámpara, una idea en su cerebro que merezca tal nombre. Y justo entonces, a voz en grito la sanjuanera, el sr. alcalde abandone la gran mentira y desmienta la gran verdad, la miseria de la ideología urbanística, la de Fernando Ramón, que también Fernando tuvo derecho a equivocarse al menos por una vez, y que alguien se atreva a tirar la primera piedra. Y pelillos a la mar y aquí paz y después Gloria.

Fdo: Ángel Coronado

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