TRIBUNA/ Veinte mil vacas de viaje submarino
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TRIBUNA/ Veinte mil vacas de viaje submarino
Julio Verne pasa por ser el autor profeta de la ciencia. Hizo méritos más que suficientes para ello. Todo el mundo lo reconoce y sobre todo el mundo juvenil, al menos el que me tocó en su día, que no es el de ahora. Julio Verne fue siempre referencia, la que viene a ser eje principal en el que apoyarme para sostener lo que sigue.
La referencia a la que aludo no es la del profeta de la ciencia. Sus aventuras estaban tan lejos de cualquier realidad pasada, presente o futura, que Julio Verne no era ni científico ni profeta. Era el autor, sin más, de unos relatos fascinantes. Ni sus fatigosas descripciones de géneros y especies vegetales y animales, ni sus doctas y pesadísimas disquisiciones científicas, nos hacían pensar en el científico Julio Verne que vemos ahora. Simplemente lo pasábamos de página tras una rápida ojeada. Entre los tebeos del Guerrero del Antifaz y de Roberto Alcázar y Pedrín, junto a Julio Verne y Emilio Salgari (¡qué raro sonaba en éste la perfidia de los galeones españoles surcando el lago de Maracaibo hacia el mar abierto, rumbo a España cargados de oro y plata, codicia de los héroes de Salgari, piratas de tomo y lomo y sin embargo adorables!). Y qué decir del fascinante Capitán Nemo. Con solo saltarse las hojas de sus listas de taxones asomado a la ventanilla redonda del Nautilos en busca del animal más raro, que nunca era el último por cierto, el Capitán Nemo solo cedía en misterioso interés a otro héroe, silencioso también pero de otra clase, otro autor, otra cosa diferente pero en algo igual, capaz de causar pasmo. El Hombre Enmascarado, el tam, tam, tam de la selva. Lo dicho. El pasmo.
Julio Verne es ahora, para todo el mundo (excepto para la juventud que quizá ni le conoce no siendo en versiones adaptadas, cosa fácil de hacer quitando esas pocas hojas del científico pesadísimo que fue), es ahora conocido como el profeta de una ciencia que ya cuenta como antigualla nuestro cierto viaje a la luna, la navegación del batiscafo hasta el fondo de la fosa de las islas Marianas, la pérdida de miles de especies tanto vegetales como animales marinos y terrestres que en su época fueron recién nacidos para la ciencia gracias a él y a otros como él, o como basura cósmica los miles de satélites fallidos, artefactos obsoletos y averiados sobrevolando como pequeños astros que no saben lo que son: humanísima basura, pura chatarra de mierda y también auténticos y diminutos microsatélites que lucen exacta y precisamente como la estrella polar. Y es por eso que bien pudo escribir Julio Verne, de haberle tocado vivir ahora, un libro de aventuras titulado Las Veinte mil Vacas de Viaje Submarino. Porque no quiero ni pensar en que fuesen ochenta mil vacas, a vaca por legua, en lugar de veinte mil las que intentasen venir a Noviercas. Ni Julio Verne hubiese sido capaz de imaginar tal disparate.
Podrá sonar a broma, pero no lo es. Y si suena, no es mía la culpa. Hoy día la ciencia lo puede todo. Pero ese no es el caso. El caso es que veinte mil vacas ya es un disparate sin llegar a las ochenta mil, aunque la ciencia podría también llegar a eso, y a más. No es un caso de ciencia, señores. Se trata de otra cosa, señores. Se trata de que así nada de Soria pura. Soria sucia…, y que venga otro a rematar eso. Soria estercolero, y que venga otro… Se trata de llenarnos de mierda, de tratar a Noviercas peor que a cualquier otro pueblo, a Soria como no se quiere tratar a Navarra ni a ninguna otra provincia ni comunidad autónoma ni a ningún otro país, o tierra o mar o aire ni a ninguna otra cosa sino a Noviercas, Soria, Comunidad, etc. Se trata de un disparate, de un contrasentido al que hay que tratar con cuidado. Se trata de la muchedumbre de nuevas palabras (tantas como vacas) que nos invade, con esa jerga. Cuidado. El sentido de la jerga es desconocido excepto para quien, usándola, conoce su doble, triple o múltiple sentido. Dejaría de serlo si ese sentido fuese uno, de todos conocido. Vaya tontería, pero cuidado.
En consecuencia, me introduzco cuidadosamente en esas nuevas palabras que, de tan nuevas, dicen lo que cada cual quiera, lo que quiera cualquiera, causa infame e infalible del engaño. Me introduzco en ellas como topo, espía, y en cualquier caso, siempre al servicio de mejor causa. Porque también, toda nueva palabra y con el candor propio de la infancia, inicia sus primeros pasos por la selva salvaje del sentido. Todavía jerga, con lengua de trapo y pasito a paso, esas palabras nuevas juegan y hay que enseñarlas a jugar, por más que hacerlo pueda parecer contrasentido. Dejarlas que jueguen, pero no que se maten jugando. Un amigo me contaba el otro día recordando buenos tiempos que su hijo, todavía de dos años pero mayor que un hermano recién nacido, le proponía matar al pequeño porque era un pesado llorando y que no le dejaba la teta de mamá ni dormir.
Me refugio en una palabra nueva que considero preferida. Es “resiliente”. Aventuré el otro día un sentido que sin duda aflora en ella de vez en cuando, como afloran los instintos asesinos en niñitos tan buenos como el pan. Decía que “resiliente” significaba que te jodas sonriente. Ahora pienso que “resiliente” es una voz que no existe. No puede ser. Ante lo de las veinte mil vacas no es posible sonreír de ninguna de las formas en que humanamente se puede. Y como no queremos llorar mientras se pueda, ni aún por nosotros ni tampoco por nuestros hijos ni por nadie, nos oponemos, no a esas veinte mil vacas una por una y todas así, una detrás de otra y cada una delante o detrás de su vaquero, como antaño. No sé si por desgracia o ventura, eso pertenece al pasado. A eso nadie se opuso ni nadie se opone ahora en concreto. A eso se lo llevó el tiempo. Parafraseando a Machado diremos que eso se ha ido, nadie sabe cómo ha sido. Antes se trata de oponerse a las veinte mil vacas de viaje submarino, a las veinte mil vacas de golpe, nunca delante porque siempre irían detrás de un solo vaquero, siempre detrás de un solo vaquero al que por eso mismo llamaremos el capitán Nemo de las veinte mil vacas de viaje submarino. De lo que debe tratarse no es eso. Tratamos de recuperar los veinte mil vaqueros que se nos fueron sin saber cómo. Ahora se trata porque se quiere, y se quiere porque se trata, de recuperarlos. Porque si no, si lo que se quiere y de lo que se trata es de traerse para Noviercas las veinte mil vacas detrás de su capitán Nemo, que se nos diga, oiga. Que al pan se le llama pan y al vino vino. Que te dejes ya de jergas. Que se nos diga que para repoblar Casarejos (es un ejemplo) hay que despoblar Noviercas.
¡Hay que destruir el acuífero! Que se nos diga. ¡Hay que dejar satisfecho a ese capitán Nemo que a su vez tendrá que dejar satisfechos, de paso, a sus tres o cuatro mejores amiguetes! Que se nos diga.
Y para eso, virgencita, que me quede como estoy, que me basta con eso, que no venga la bolsa que ya cotiza el agua y nos deje de cotizar. Virgencita, que me quede como estoy, virgencita, aparécete otra vez sobre la zarza y diles a los tres, cuatro, cinco pastorcillos, sorianetes o no, amiguetes de qué se yo quién y del capitán Nemo desde luego, que nuestra riqueza, de momento (luego Dios dirá), es nuestro acuífero de ahora, el que ya tributa en bolsa, para que nos tribute más y más, Virgencita, y ayúdame a propagar todas estas cosas por eso de enseñar, aunque sepas poco, al que sabe menos o al engañado. Al capitán, virgencita, déjalo en paz, que tampoco él tiene la culpa de que unos cuantos amiguetes… Ten en cuenta que Dios los crea y ellos se juntan…
Fdo: Ángel Coronado