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TRIBUNA / La escalera de las sanciones

Ángel Coronado reflexiona con ironia sobre el problema del agua en Soria y en España, desde el arroyo Villarejo, en Los Rábanos, hasta Doñana, Daimiel y Murcia. 

TRIBUNA / La escalera de las sanciones

Al ladrón se le cortaba la mano. Una barbaridad. Con orgullo podemos decir que ahora no. Eso es el progreso, señoras y señores. Pero mucho ojo, porque esa carrera cuesta abajo a la que llamamos progreso es también cuesta arriba para quienes la suben. Y tanto el que roba como el robado, es decir, todo el mundo, buenos y malos, altos y bajos, gordos y flacos nos pasamos la vida subiendo y bajando cuestas.

Se dice de los gallegos que no se sabe si van o vienen, o si suben o bajan. Y hasta los gallegos se ríen, porque todos, gallegos, andaluces, vascos, castellanos, catalanes y pieles rojas norteamericanos, nos pasamos la vida subiendo y bajando. Cuando dices no saber si un gallego sube o baja es el gallego el que no sabe si eres tú el que baja o sube, y por eso se ríe de ti como tú lo haces del gallego, que si bien sabes medir la risa, bien sabrás eso. Todo queda en risas y eso es lo bueno.

Pero a lo que voy no es eso. Yo quiero ir a las escaleras mecánicas del Súper en las que te cruzas subiendo cuando el otro baja, que a su vez, cuando baja, ve que subes. Y como el otro día me robaron y bajando por la escalera mecánica me crucé con el ladrón que subía, bien vestido, y como el ladrón me reconoció al tiempo que yo le reconocí, cuando llegué a la planta cuarta me di la vuelta corriendo para bajar a la tercera que a todo esto (pensaba), subiría (el ladrón) hacia la cuarta pero pensaba también que podría bajar hacia la tercera de haberse dado la vuelta igual que yo, pero al cruzármelo de nuevo pero al revés, que para el caso me daba igual, cuando subiendo llegué de nuevo a la cuarta me parece, la de caballeros recuerdo, no sabía lo que hacer. Pero en lugar de quedarme quieto como un maniquí, me puse a buscar entre los maniquíes, siempre tan bien vestidos, pensando que el ladrón, como me había pasado a mí, se habría quedado quieto pero más tiempo, para despistar.

Nos encontramos arriba, en el restaurante. Desganado. Aburrido. Me sirvo self-service  una ostra con una copita de vino blanco de Rueda, Verdejo. Al unísono él, otra y otra. Nos pusimos a charlar y le conté lo de ayer en la escalera, entre la cuarta y la quinta.

¿Le buscabas?, me pregunta.

Le buscaba, le respondo. Pero no le encontré.. Me comí la ostra. Me bebí la copa. Al unísono él. Me parece que tengo derecho a no ser robado, dije.

A no ser robado y a más, me responde. Buen amigo, pensé. Y al unísono él. Y a más tú también, añadí. Y nos fuimos al diccionario de la lengua.

Robar: varias acepciones. De la séptima se nos dice que, entre colmeneros, robar es sacar del peón partido todas las abejas, ponerlas en otro desocupado, y quitar de aquel todos los panales poniendo el peón en el potro, y dándole golpecitos hasta que pasen al vacío todas las abejas. Me sirvo self-service otra ostra con otra copita de vino blanco de Rueda, Verdejo. Y a más.

A no ser robado, buen amigo. Y a más.

Buen amigo: ¿Y a qué más?

Buen amigo (que también yo lo soy), repite: y a más?

Buen amigo, repito: ¿y a qué más?

Pues a esto: a que hay un arroyito entre Soria y Los Rábanos al que un ladrón le ha quitado al agua su, cómo decirlo, al agua en sí misma, le ha quitado su cantarina claridad y le ha puesto, le ha metido, le ha vertido caca. Y le busco. Y no le encuentro

Buen amigo, me dice, pues en Doñana, y al Guadalquivir, a sus pájaros y a sus bichos, han robado todo el agua. Y tengo otro amigo en Murcia que le pasa igual, justo en el Mar Menor

¿Agua y caca?

No, Agua pura, cabeza de Doñana, de Soria, del Mar Menor y de Extremadura, buen amigo. Agua pura de beber.

¡Qué barbaridad! ¡Qué barbaridad! Eso es mucho más grave, buen amigo. Pues ahora que lo dices yo tengo otro amigo en Ciudad Real, justo en Daimiel. ¿Y le han cortado la mano al ladrón? En Soria no. Me consta que tampoco en Daimiel.

¿A qué ladrón? Al de Doñana no. Creo que tampoco al del Mar Menor.   

Menos mal. Me temía lo peor. Porque ni al pocero de Seseña entre Pinto y Valdemoro le han cortado nada tampoco. Andarán todos subiendo y bajando las escaleras del super. Y me temo lo mejor, que de rositas sí, que de rositas no, que de rositas me voy.

Aquí también, digo tampoco

Como que no. En Doñana todo empezó así. Y mi buen amigo me lo contó. Un pozo de nada. El primero de todos. Lo cavó con sus dientes. Pobre. Fuera de la Ley sí, desde luego que sí. Un pozo, dos pozos, tres pozos… Y así hasta tropecientos mil y pico, buen amigo.

Se me enciende algo así como una bombilla en la cabeza, como a Tintín. Salgo corriendo y hago cola a la puerta de la Confederación.

¿Del Guadalquivir?

No. La Confederación del arroyo Villarejo (Santo Cielo, vaya nombre), tributaria de la Confederación Hidrográfica del Duero, tributaria de la Junta de Castilla y León, tributaria del MITECO, tributaria del Gobierno de la Nación a su vez tributaria de la Unión Europea en estas cosas del medio ambiente, que a su vez tributará. Salgo corriendo. Yo a los de ASDEN no les dejo solos. Y menos ahí. Y es ahí que me los encuentro. Nos abren la puerta y entramos todos en la Confederación Hidrográfica de no sé dónde, pero entramos.

Fdo: Ángel Coronado

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