CARTA AL DIRECTOR/ Apologías
Ángel Coronado resalta en esta carta al director la belleza de lo pequeño, como demuestra Valdelagua del Cerro y sus extraordinarias vistas al Moncayo.
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CARTA AL DIRECTOR / Apologías
No hago apología. Nada lo prohíbe, pero me da igual. No quiero ni alabar, ni defender ni justificar nada. No quiero defender ni justificar esa frase famosa que dice que lo pequeño es hermoso. Quiero alabar y defender y justificar que lo grande (un elefante, una montaña o un simple cerro, pueden serlo), con lo que me quedo como al principio. Y que no se ponga matón el elefante. Y que tampoco lo haga, diminuto, el virus cuando refresca un poco. Virgencita, que me quede como estoy, que dice otra frase famosa.
Eso de que lo pequeño es hermoso hay que verlo. Lo primero es lo de la mansedumbre quejumbrosa que quiere mover a compasión. Ni la mansedumbre ni la compasión dejan de moverse solas. Lo digas o no. Bravo, manso, compasivo, provocador, todo eso no es material de intercambio ni de comercio. No quiero hacer apología. No quiero decir sé bravo, manso, pega, presenta la otra mejilla, etc. Ser o no ser y ya está. Sí o no, y ya está. Solo que, antes de optar, hay que ver. Hay que ver si eso que veo es, a la vez, pequeño y hermoso, grande y feo, bonito pero malo, y así, sopesando y haciendo balances. ¡Para eso tenemos dos manos!
Y he visto una cosa pequeña y hermosísima. He visto en este periódico una cosa de una belleza extraordinaria. En un pueblecito soriano y pequeño de nombre Valdelagua del Cerro, perdido entre grandísimas soledades y hermosísimos paisajes y cerros, una idea luminosa se ha metido dentro de un acontecimiento que, a saber si grande o pequeño, recuerda las grandes gestas de la Biblia y de la Historia, una idea luminosa, decía, se ha unido a unas cuantas pocas cosas diminutas y de tan poca monta que no son nada, como si de tierra mojada fuesen. La Biblia, en estos casos, habla de arcilla nobilísima y de soplos sagrados. Tonterías, que si un pequeño espacio para una caravana, que si un pequeño enchufe, que si un grifo de agua clara, que si un limpio y eficaz vertedero, y tan poco más, que ya se me olvidaba lo mejor. Unas vistas a salvo de torpe mano capaz de mancharlas ni que, Dios lo quiera, las manche nunca. Sin más de cuatro euros en subvenciones. Y esa idea perfectísima se unió en Valdelagua del Cerro a las pocas cosas pequeñas y nobilísimas que se dicen y mira tú por dónde, hasta la misma Biblia dejó de ser allí, en ese pueblo pequeño pero gigante ahora, cosa solo de iglesia y de sagradas escrituras para convertirse también en cosa de política y de alcaldes, de alcaldes grandes, de alcaldes buenos, de alcaldes como Dios manda, de alcaldes que, lo diré desde la Soria del Cerro éste y de los moros, que ya quisiera para sí, en esto de los alcaldes y los cerros, ser Valdelagua del Cerro.
Fdo. Ángel Coronado