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El pueblo despoblado de Peñálcazar ambienta una novela costumbrista

El pueblo abandonado de Peñalcázar ambienta la novela "Pan con vino y azúcar", escrita por la catalana afincada en Vitoria, Cristina Romea.

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Mónica, la protagonista de esta novela costumbrista, es una joven de veintiséis años que, en 1997, acude por primera vez a la consulta terapéutica del doctor Lluc. 

Desde hace seis meses dejó su ciudad natal, Zaragoza, para trabajar con su amiga Sonia en Barcelona. El hecho de alejarse de sus padres, en especial de su madre con tendencia depresiva, le causó su primer episodio de ansiedad. 

En su terapia, Mónica nos irá desvelando su historia familiar acercándonos a la vida de sus abuelos maternos. Sus costumbres y forma de ser, influenciados por una época de guerra y posguerra en zona rural fronteriza entre Castilla y Aragón, en Peñálcazar, formaron su percepción carencial ante la vida.

Las experiencias de sus abuelos marcaron el crecimiento de las siguientes generaciones, condicionando el presente emocional de Mónica. 

Mónica narra una visión poética y humanista sobre el pueblo de sus abuelos: Peñalcázar. La despoblación llegó a Peñalcázar en 1976 pero desgraciadamente los saqueos comenzaron antes.

Cristina Romea ha subido muchas veces para pasear por el hoy derruido pueblo de Peñálcazar.

Uno de ellos fue su amigo Koldo Garrido quién compuso este poema tras regresar de allí.

 

A Peñalcázar

Pueblo antiguo, en la colina yaces,

azotado por el frío, la lluvia y el viento,

de octubre a mayo, gris, triste, nublado,

el valle testigo del eco de tu lamento.

 

El lóbrego y yerto camino que a ti llega,

cubierta la vista por la bruma espesa,

retazos de vida que en tu cuneta asoman,

y en el rocío del alba apenas se expresan.

 

Las calles desiertas, heridas de muerte,

las piedras caídas, desolado paisaje,

guarda la hermosura de otros tiempos,

nostálgica imagen de mi viaje.

 

La torre plantada como el olmo del Duero,

altiva y distante, sin campana, ni gloria,

vigila la frontera, atenta mirada,

línea invisible entre Zaragoza y Soria.

 

Allí has quedado plantado, desguarnecido,

el suelo cubierto con tejas coloradas

que en otros tiempos, sólidas cubrieron,

los deseos de las gentes esperanzadas.

 

Se han quedado estancadas las aguas

y un árbol gobierna la olla oscura,

en el que de ladrones y estafadores,

la libertad halló lenta sepultura.

 

Y allí entre el gris de las caídas piedras,

un pedazo de mi alma apenas he dejado,

que vigila al fuerte viento, que no derribe,

 

el resto de la vida de un pueblo encantado.

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