Cuando las palabras no son ciegas
Juana Largo reflexona en este artículo de opinión sobre el valor de las palabras, que nunca son indiferentes.
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Cuando las palabras no son ciegas
La palabra, como ya sabemos todos, siempre ha sido una entidad que puede entenderse de manera que nos beneficia o nos perjudica, la palabra, algo tan estimado en tiempos antiguos y que, en los contemporáneos choca contra el motín permanente de los mandones y que puede resultar válido o inválido, en el siglo XXI parece que tiene un lugar secundario en relación a lo meramente icónico, pero por ello no conviene dejarla de lado, dado que siempre ha sido y es, por muy retumbante que esté el tema, el ser que nos construye y que, sobre todo, en las democracias, es básico o elemental y en nada indiferente.
De la palabra, algunas personas, ni saben nada ni quieren saber con arreglo a sus cálculos. Y es cierto que, en el mundo nuestro, predominan los cálculos antes que otras instancias, como pueden ser las razones.
Pero otras personas, no cavernícolas como las otras, sacan algo de la palabra, quedándose en el aturullo de las grandes voces de los medios, en la negatividad de lo funesto del machaqueo continuo de esos mentados medios, muchas veces de las tragedias de los programas informativos de los medios de comunicación en boga. Para ellas, el mundo es oscuro y caliginoso como noche de fantasmas y participan de esa depresión general que da un mundo que vocea para que, otras personas, sintonicen con esa negatividad. Y lo que pasa es que hay varios estratos. No solamente estos espacios que son producto de las fobias o del miedo o de la más perversa manipulación o instrumentalización del lenguaje.
Pues otras palabras pueden sacar una nueva visión de la realidad que levanta a los lectores del sofá y que tomen una decisión (aunque pueda ser de corto plazo de tiempo), como caminar con expectación y efusivamente, a dar un paseo por el parque más cercano y sentir satisfacción por ver todo lo que existe a su alrededor.
Las palabras pueden ser buenas o malas, nunca indiferentes, desde luego, según lo que se escuche o lo que se lea. Vamos aquí al más crucial mundo de la escritura. Y una persona de estas peculiaridades, puede leer algo: algún poema, alguna novela e incluso algún artículo que, de la nada prácticamente, en la cual estaba ese sujeto, como que somos permeables al negativismo de antes, ahora puede cambiar y hacer que una solución ventajosa no en el cálculo y sí en la necesidad de lenguaje, puede mudarse por la época con sus palabras, a la que pertenecieran o dejaran de pertenecer ese autor y ese receptor y haciéndonos conectar con todo lo que niega la absorbente realidad y, ahora, igual que una fórmula mágica, igual que un término vivificante, que te puede hacer respirar en ese supuesto parque al cual acudimos para oxigenarnos, llegando a conseguir que nos levantemos del sillón y decir:
-Este escrito me ha revitalizado. No se basa en la Nada…
Pues puede ser que se lea a alguien positivo y que, ese alguien, le haga bombear el corazón. El corazón salta y hay que moverse. Igual lo que ha leído lleva a ese punto de optimismo y de vida que antes no tenía, pues, este lector y pasa de lo amargado que se encontraba antes, y demuestra que, en ese antes, estaba desnortado, a lo dichoso y agradable. Esto puede pasar con los escritos de antes de la gran tecnología, y ponerse alguien a leer un libro interesante y resulta que les ocurre a los lectores especiales y, así no es lo mismo el lector que lee con el mismo baremo a Stephen King o a Proust. Uno es de palabras de miedo, aunque sean juegos de fantasía gótica de muchachas y muchachos, y el otro derrama sensibilidad o sensualidad a troche y moche y nos puede consolar más.
No es lo mismo leer a Juan Ramón Jiménez que a un autor de Pulp-Fiction. Como no es lo mismo García Lorca que Bécquer, sin desdeñar a ninguno, como no es lo mismo leer a Gil de Biedma que a Pemán.. No son todos los autores iguales. Y se puede dar cada uno de ellos en una escala de grados en los cuales tomamos a unos por preferidos o a otros no. Esta es una gran ventaja de lo que es la elección en nuestros tiempos de los supermercados… El efecto “supermercado” ha llegado a estandarizar también la creación y de hecho en muchos supermercados también se comercia con los libros…
Un autor puede “bajarte”, otro autor puede “subirte”. Por eso es que, los que saben, pueden elegir los libros de una manera selectiva en lo que les construye…
Y algunos nos dan textos inesperados y pueden llevarse la sorpresa los receptores. Pero los lectores, cuando somos creadores con el autor en cuestión, podemos extraer algo de mérito y que nos llene de espíritu y que nos diga “¡Aúpa!”... Depende entonces de autores y lectores, unos no pueden ser sin los otros, y puede existir una especie de pacto entre las dos partes que lleva la lectura a un buen fin. Ahora, o no solo ahora, en todos los tiempos, sucede tal cosa cuando un texto, después de leído, te puede levantar de tu postración en el catre, y del entorno agresivo. Y para llevarnos al parque a sentir la naturaleza puede servir ese pacto con el autor, algo portentoso. E indica que la vida no se ha terminado y que no solo hay libros estimables, sino también autores estimables, del mismo modo que lectores atentos y curiosos todavía en nuestra Edad en la cual la curiosidad parece ser que está dejándose de tener en cuenta para cambiarla por el malogramiento de algunas personas al querer “oler” lo que se cuece en todas partes, pero no por curiosidad, sino por chismorreo.
Cuando las palabras son ciegas no cabe esperar sino irritación y dolor, y pueden ser violentas las palabras de algunos autores, que, en vez de ser bellas palabras, echan para atrás. Cuando las palabras son luminosas, se abre una grieta de vida en la pared y puede entrar el frescor y el acogimiento de la luz y de la satisfacción. Que es lo que buscamos muchos lectores ahora, del gran cúmulo de producciones de las que tomamos alguna parte con la labor de la lectura y de su ebriedad…
Pues podemos llegar a embriagarnos de ese género de vida tan, o cada vez más, dispensador de los placeres altos como puedan serlos los de los libros que, en medio del barullo de las grandes superficies de librerías en el mercado, no deja de tener algún recodo a que compremos un libro y lo leamos y podamos decir que nos ha gustado y nos haga o nos pueda hacer movernos a alguna gran empresa por nuestra parte o simplemente a llegarnos al parque más cercano a nuestra casa y que los árboles, las flores y los pájaros, con las fuentes y bajo el cielo azul, nos hagan desahogarnos de la tensión medioambiental imperante en la cual da la impresión de que se ha desatado la “lucha por la vida y la selección de las especies” como si ese fuera el dogma de los nuevos catecismos hipermodernos, cuando no tenemos en cuenta que la selección de las especie y el darwinismo social de Spencer, son cuentos para personas lelas sin ningún fundamento en lo real, dado que la realidad es mucho más compleja que lo que decía Herbert Spencer y que la libertad, aun siendo en gran medida nuestras sociedades, ahora en la Tierra, bastante cerradas e idiotas, la libertad es el pivote en el que se asienta el balancín de nuestros juegos sociales y morales…
Fdo: Juana Largo