TRIBUNA / La mentira y la verdad
Ángel Coronado reflexiona en este artículo de opinión sobre la mentira y la verdad, dos caras de una misma moneda, que cobra más importancia en época electoral.
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TRIBUNA / La mentira y la verdad
Este par de cosas que parece orbitar por el mismo contenedor, ni nos miente ni nos dice la verdad sino que cada una transita por donde puede y por donde no puede hacerlo no circula sin que pueda saberse si se para o no se para.
El contenedor de la mentira no existe. La mentira necesita, para respirar, más de un contenedor. Incluso casi diría que por lo menos tres. La verdad no existe sin una muchedumbre de contenedores que jamás se podría contar. Y esto tan solo con respecto a los contenedores de una y la otra cosa consideradas ambas a la par, esto es, consideradas cohabitando en un solo contenedor, porque acerca de cada una de las cosas en sí, por separado, parece como si la cuestión de sus respectivos contenedores se esfumase. La mentira es una facultad de la que toda persona humana puede presumir, ya que los animales, que sepamos, no mienten, no pueden (ni por lo visto necesitan) mentir. Acerca de la verdad, la verdad, no sabría que decir aparte de guardarme (a solas) la mía y ponerme a buscar (con otro) la de otros.
El resultado es desalentador. Narciso (ensimismado y presumido) mintiendo. Algo falla. Hay narcisos ensimismados y mentirosos. Vaya si los hay, pero no todos, aunque todos lo seamos un poco o lo hayamos sido alguna vez. Pero algo falla-
Lo que me pasa con esto de la mentira y la verdad me pasa también con otras parejas, parejas de cosas que parecen cohabitar cuando no, cuando no cohabitan. Existen otras parejas que, sin embargo, no solo parece que cohabitan sino que de hecho lo hacen, y otras, por fin, que ni una cosa ni la otra. Éstas últimas, con mucho, son las más simpáticas y expresivas. Todo el mundo se refiere a ellas con frases jocosas, al máximo divertidas, del tipo de: “como sé que te gusta el arroz con leche, por debajo de la puerta te echo un ladrillo”. No cito más porque, conociendo otras como la de no sé qué del culo con las témporas o algo por el estilo, ninguna como la citada, la del arroz con leche, ninguna. Tampoco quiero perder el tiempo con parejas tan francas como la de la cara y la cruz. Y me refiero a ellas en plural por sospechar que habrá otras, aunque por ahora no encuentro ninguna igual. La existencia de la moneda, que tantas cosas nos impide y/o nos da, solo nos ofrece ese par inigualable de la cara y la cruz cuando se hace con ella, la moneda, el gesto inigualable también pero consumado, fatal, ineludible, de tirarla por los aires. Agradecida nos devuelve ese par inigualable de la cara y de la cruz, no sin antes, todo hay que decirlo, de que aquél que la tirase al aire hace tan solo un momento, desease recogerla con los dientes antes de caer de lado (no te humilles, dinerito mío) con su preciado don.
Hay mentiras piadosas porque, macizas, son pura piedad, otras son como verdades tóxicas porque, macizas, son puro veneno. “Ya verás cómo amanece, amor” le dice al desahuciado la Mentira. “Reza un padrenuestro, querido, que al rosario entero no llegas” le dice al desahuciado la Verdad.
Y es que no hay nada para entenderlo todo como no entender nada de nada. Acabo de leer algo con lo que cabe comentar tanto como cabe comentar sobre si cara o si cruz después de haber lanzado al aire una moneda pero no antes de haber recogido su preciado don. Me aposté con un amigo a que nadie (o casi nadie, porque tanto mi amigo como yo estábamos de acuerdo en que eso de la Mentira y de la Verdad habría que verlo despacio), a que casi nadie hablaría en este ruido electoral que nos traemos todos, tanto los que hablan como los que callan y también los que hablan de que nadie habla o de que muchos lo hacen, me aposté con un amigo a que nadie o casi nadie del universo de todos, es decir, del universo electoral o censo, hablaría de la guerra principal en la que ahora estamos, pero no solo nosotros, los del censo electoral, sino todo el mundo mundial y con ese mundo todos, incluso nosotros metidos en nuestra bolsa o censo electoral, metidos toda la humanidad en ese contenedor de la guerra en la que estallan las bombas y en la que gente muere. Me aposté con un amigo que nadie o casi nadie hablaría en nuestro pequeña cháchara electoral de una guerra a vida o muerte de la que toda la humanidad es protagonista, desde un escenario, primera fila de butacas, todo el patio y hasta el gallinero, todos en ese teatro, ya digo, a vida o muerte. No es el teatro Principal, ni el Palace ni el Teatro de la Tragedia, La Comedia o de las Elecciones Generales de ninguna Generalidad. Es el teatro de la Vida y de la Muerte.
Mi amigo no me aceptó el envite. Acordamos comprobar, contando con toda la información disponible, lo que la moneda que no se tiró al aire hubiese dicho de haberla tirado. Y la moneda nos agradeció el no haber salido nunca de su bolsillo porque acertamos de lleno entre mi amigo y yo.
Ambos decíamos ayer que a nadie de los que aspiran a representarnos le importa un pimiento pensar que justo ahora, de Verdad de la buena, vive un niñito en Ucrania, en El Yemen, o en el Sudán del Sur, o dígame usted, quien quiera que fuese usted, el lugar más peligroso que le parezca, que dentro del tiempo que dura el rezar un padrenuestro, decir cuatro verdades o cuatro mentiras en un mitin, o simplemente escribir o leer este comentario, ese niñito habrá muerto destrozado.
Fdo: Ángel Coronado