Ágreda celebra el centenario de Cándida Hernández
La residencia de Nuestra Señora de los Milagros, de Ágreda, ha celebrado el centenario de Cándida Hernández.
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Javier Navarro, diputado de la institución provincial ha asistido al acto de homenaje de una nueva centenaria, que hoy ha recibido por parte de la Diputación de Soria el acta con la fecha de su nacimiento y la placa conmemorativa.
El 25 de agosto de 1922 nacía en Muro de Ágreda Cándida Hernández Peñuelas, la segunda hija del matrimonio de Marciano y Juliana. Una familia trabajadora de agricultores y ganaderos, que ya tenían otra hija mayor, Eulalia y que 10 años más tarde cumplieron el sueño de tener un niño, Aurelio, que siempre fue el ojito derecho de Cándida.
Eulalia se fue muy pronto, pero Cándida tuvo la suerte de tener en su vida a su prima Eloísa y a su cuñada Olvido que siempre han sido como hermanas para ella hasta hoy.
Como había pocos chicos en la familia, Cándida y Eulalia ayudaban a sus padres en las labores de labranza, siempre bien cubiertas para que el sol no bronceara demasiado su piel.
“Si hay algo que caracteriza a Cándida es lo presumida que ha sido toda la vida”, ha recordado la familia Hernández-Hernández, quien no ha querido perderse una celebración tan importante.
La centenaria detalla como cuando eran jóvenes su madre las llevaba a su hermana y a ella a Tarazona a hacerse vestidos y que eran las que lucían más elegantes en las fiestas del pueblo.
A lo largo de toda la vida, ha preservado esa coquetería, siempre bien arreglada, conjuntada y con los labios pintados y bien peinada para salir a la calle.
El día de la fiesta se paseaba por el pasillo con varios modelitos pidiendo consejo a ver cuál le sentaba mejor.
Se casó un 12 de abril de 1951, con Martín Hernández, con 28 años. F
ormaban una pareja de película, él alto, rubio y de ojos azules y ella morena de ojos oscuros, ambos guapísimos.
Fueron unos avanzados para su época y se fueron a Barcelona a pasar la luna de miel. No perdieron el tiempo y en 5 años tuvieron 3 hijas: Mirna, Sero y María Luisa.
Se quedó con la espinita de tener un hijo varón, pero tuvo la suerte de tener muy buenos sobrinos que hicieron las veces de hijo cuando hizo falta.
Cándida describe como comenzaron a vivir en una casa que más que casa era un “caso” de lo vieja que estaba, pero con su esfuerzo en 1964 se mudaron a una casa ya más nueva y grande, con un corral amplio para el ganado y para la mula y una parte superior con espaciosas habitaciones y baño que, para la época, era toda una novedad.
Tenían presente el querer dar a sus hijas una vida mejor que la que ellos habían vivido en el campo y por eso las mandaron a estudiar primero al instituto a Alfaro y luego a Madrid y Soria respectivamente.
Su mayor orgullo siempre fue su familia, en especial sus 6 nietos: Gisela, Enrique, Amado, Noemí, Martín y Lara de los que siempre presumía que habían hecho buenas carreras: economistas, abogados, ingenieros y médicos y de que eran buenos mozos. Ha tenido la suerte de conocer a 11 bisnietos.
Todos los años tenía la alegría de que la casa se llenara en verano para las fiestas del pueblo, “¿Vendrás a fiestas este año, ¿no? Lo pasaremos bien, traerán buenas orquestas y vaquillas por la noche” desvelaba a todos los nietos cada vez que hablaban con ella cuando Cándida vivía en su casa familiar.
Y es que las fiestas eran el momento donde la familia entera se reunía, ella preparaba la casa limpia como la patena, hacía pastas en el horno para que no faltase de nada, tradición que pasó de madres a hijas y de hijas a nietas y “gracias a esos momentos contribuyó a que tuviéramos esos recuerdos tiernos de la infancia en el pueblo y una relación estrecha entre primos y hermanos”.
Tradición que siguen cultivando y que pasa ya a sus bisnietos. También todas las navidades daba el aguinaldo a sus nietos, augurando que sería el último año porque ya era muy mayor, “pero en eso gracias a dios se equivocaba”.
En 1987 se compraron un piso en Soria, donde pasarían sus mejores años, justo en el centro al lado de Santo Domingo, y a un paso de la casa de su hija, donde pudo disfrutar de su nieta Lara ya que el resto de los nietos los tenía en Madrid.
A pesar de tener muchos conocidos no le gustaba quedar con la gente ya que como buena ‘Chacurra’ era puntual de más y se presentaba a las citas una hora antes, con lo que prefería encontrarse a la gente en la calle, lo cual era fácil de camino al mercado o dando un paseo. Enviudó demasiado pronto, en el 1999 y gracias al piso de Soria pudo sobrellevarlo mejor que si hubiera estado sola en el pueblo, ya que tenía cerca a su hija, a su hermano Aurelio y a su cuñada Olvido.
A lo largo de toda su vida lo que ha caracterizado siempre a Cándida ha sido su increíble energía, persona vital donde las haya, no era capaz de estar parada ni de dejar que los demás estuvieran parados tampoco. Siempre limpiando sobre limpio, su mayor gozo era montar un buen zafarrancho con sus hijas. “Qué bien, ya está toda la ropa limpia y guardada en los armarios”, decía orgullosa al final de cada día.
Hasta los 94 años vivió sola en su casa. Siempre ha gozado de muy buena salud, a día de hoy puede enorgullecerse de no haber sufrido ninguna enfermedad grave y no tener que tomar pastillas, todo un récord con 100 años.
Los últimos años ha estado viviendo al cuidado de sus 3 hijas y de sus dos yernos, Amado y Miguel Ángel que la han tratado como si fuera su propia madre.
“Queremos rendirle homenaje por esos 100 años y sentirnos muy afortunados de haber disfrutado de esa madre, abuela y bisabuela”, ha resaltado la familia Hernández Hernández.