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Madrid dedica placa a pintor soriano Maximino Peña

El Ayuntamiento de Madrid ha colocado hoy una placa en memoria del pintor Maximino Peña en la que fue su casa y estudio en la capital de España.

La placa se ha colocado este miércoles en el número 22 de la céntrica calle Arenal, donde el pintor de Salduero vivió y trabajó durante años.

Maxímino Peña (Salduero, Soria, 1863-Madrid, 1940 se trasladó a Argentina siendo muy joven para trabajar con su tío Felipe Muñoz Benito y donde comenzó a acudir al taller del pintor Blanco Aguirre, quien le recomendó ingresar en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid.

A partir de 1885 continuó su formación en Roma, donde frecuentó los talleres de Moreno Carbonero, Muñoz Degrain, José Benlliure y Joaquín Sorolla.

Desde allí envió el cuadro Carta del hijo ausente a la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1887, y obtuvo una medalla de tercera clase.

 A su regreso a Madrid, el pintor Casto Plasencia le invitó a participar en la decoración de la basílica de San Francisco el Grande y en las actividades del Círculo de Bellas Artes, y llegó a formar parte de la Junta Directiva.

A partir de entonces los encargos aumentaron y las recompensas en las Exposiciones Nacionales también, y logró medalla de primera clase con Cabeza de labriego en 1912.

Su producción fue amplísima, destacando en la utilización del pastel, en los paisajes del natural, apuntes y temas costumbristas.

Gracias a este incipiente bagaje y a su brillante expediente, la Diputación Provincial de Soria le concedió una beca de estudios en 1883, cuya prórroga durante cinco cursos hizo posible su pensionado de tres años en Roma.

La estancia en Italia le permitió profundizar en el conocimiento de la tradición y de ámbitos modernos visitando Florencia, Venecia, Nápoles, París, cerrando su ciclo formativo según los cánones vigentes en la cultura artística española del siglo XIX.

Cumplidos veinticinco años se instaló en Madrid, iniciándose un período de intensa creatividad cuyo principal objetivo era abrirse camino en el complicado panorama artístico.

La trayectoria estuvo pautada por su participación en exposiciones de carácter nacional e internacional, vehículo idóneo para alcanzar el reconocimiento, gracias a la consecución de premios y a la excelente acogida que le otorgaron los críticos Federico Balart, Francisco Alcántara y Rafael Balsa de la Vega.

A partir de 1910, disfrutó de notable fama como retratista, trasladándose entonces al que fue su estudio definitivo, un magnífico ático en la calle Arenal, idóneo para trabajar en uno de los géneros que mayores satisfacciones le reportó.

En él, había ido adquiriendo experiencia mediante la práctica del autorretrato y la representación de familiares y amigos, alcanzando cotas excelentes en los retratos de sus padres, Felipe Muñoz, Benito Aceña, dotados de elocuente profundidad sicológica y de relación estable con el medio al que pertenecen.

En buena medida, como consecuencia de esta dedicación abordó la pintura al pastel, dominando muy pronto la técnica de manera magistral, dotando a las imágenes de extraordinarios efectos de luz y color.

Su sabia habilidad, le llevó a realizar auténticas galerías de retratos para diferentes ministerios, ayuntamientos y otros organismos, principalmente en Madrid y Soria, siendo, igualmente, uno de los más solicitados retratistas de sociedad, consagrado por José Francés, en el amplio reportaje que publicó La Esfera en 1917, como maestro indiscutible del género y virtuoso de la pintura al pastel.

Durante los años centrales de su carrera formó parte de la Junta Directiva del Círculo de Bellas Artes y de las Secciones de Artes Plásticas del Ateneo, estrechó la amistad, iniciada en Roma, con Joaquín Sorolla y Mariano Benlliure, relacionándose con Joaquín Araujo, Alejandro Ferrant, José Jiménez Aranda, Adolfo Lozano Sidró, Aureliano de Beruete y Emilia Pardo Bazán, a quien retrató al pastel.

Su participación en exposiciones internacionales fue constante, presentando obras en Berlín, Múnich, París, Londres, Chicago, La Habana, Buenos Aires, realizando exposiciones individuales en las salas Vilches, Iturrioz o Cano de Madrid y Barcino de Barcelona, mostrando sus pinturas en su tierra, con motivo del homenaje que le brindó, en 1929, el Casino de la Amistad Numancia y en justa correspondencia a la atención que le habían prestado los escritores Pascual Pérez Rioja y Mariano Granados.

Pudo disfrutar de una entrañable vida familiar durante casi tres décadas, pasando largas temporadas veraniegas en Salduero y Santander.

En 1963, con motivo del centenario de su nacimiento se celebraron exposiciones en Soria y Madrid; Caja Soria le dedicó una Exposición Antológica en 1987 y dos años después lo hizo Caja Postal de Madrid.

En 1993 la Junta de Castilla y León, en colaboración con el Ayuntamiento de Soria, realizó la exposición itinerante Maximino Peña en Soria, Burgos y Valladolid, participando su obra en importantes muestras colectivas.

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