Me muero de ganas, Poldito
Ángel Coronado reconoce en este artículo de opinión el valor de regresar a los orígenes del chef Óscar García, que se traslada en 2026 desde Soria a El Quintanarejo.
¡Y ahora qué! ¡Soria Ya!
Me muero de ganas, Poldito
Cuando, sediento, dejas la jarra del agua vacía, miles de fuentes se ofrecen para llenarla de nuevo, y cuando alegre, te arrimas al cuerpo más de cuatro copas, Baco, Dionisio, la taberna de enfrente, abre sus puertas para que la bota o el pellejo se puedan reponer. Y muerto de ganas entras. (“Me muero de ganas, Poldito”. Leopoldo Bloom y Maruja, matrimonio recíprocamente infiel, personajes clave del “Ulises”, novela turbulenta, la más bruja y turbulenta del siglo XX. Gracias, Joyce.)
Pero a veces hay jarras, pellejos y botas que no encuentran fuente ni tasca de repuesto, y eso, con ser malo, no es ni mucho menos lo peor. Lo peor es que siempre hay alguien que aprovecha por su cuenta (pero no a cuenta suya), la desdicha de la jarra, del pellejo y de la bota. Parece mentira pero miren ustedes, esto es así. Siempre hay alguien que dice, sin serlo: ¡yo soy la fuente! ¡la tasca! Y cuando crédulo vas a beber, no puedes. Agua no potable, Y cuando empinas la bota, en la bota solo hay pez. Siempre hay alguien que te la pega. Que nos la pega, queremos decir. Siempre hay alguien, siempre de uno en uno, que cada uno por su cuenta sin mirar a otra parte que a su bolsillo pero diciendo siempre que mira por tu jarra, por tu bota o por tu pellejo, siempre hay alguno que parte y reparte llevándose siempre la mejor parte.
Bueno, pues en esas circunstancias en las que nunca pasa lo que todos esperamos que pase y en su lugar desesperamos, se produce el milagro, milagro al que aplaudimos con ojos, pestañas y dientes.
¿Y con las manos no?
Con las manos también, pero la verdad, se oyen tantos aplausos manuales cuando el desastre que venimos denunciando arrecia, que, la verdad, no queremos que nuestro contento se pueda malinterpretar. Algo nerviosos, eso sí, pero aplaudimos entusiasmados con ojos, pestañas y dientes. La verdad que sí. Y dado también que aplauso tan particular cansa y que a pesar de todo y al margen de la forma de aplaudir, todo aplauso puede interpretarse mal, pues la verdad, nos lo estamos pensando muy en serio para volver tan tranquilos al aplauso manual, al de siempre, pero ahuecando las manos para que suene más.
Pues aplauda usted como quiera y déjenos en paz, pero la verdad, es que me muero de ganas por saber a quién aplaude usted.
Pues bien. Ni sé quién es usted ni le conozco de nada, pero la verdad, me muero de ganas por decirle al primero que pregunte, que aplaudo a quien (cuando hay jarras y botas y pellejos que no encuentran su repuesto, y cuando resulta que esto, con ser malo no es lo peor, y lo peor es que nadie sino alguno, siempre de uno en uno sin mirar más que a su bolsillo etc., etc., etc., me muero de ganas por decir, decía), que aplaudo a quien, por las razones que fueren, razones que sí, faltaría más, corren por su cuenta, se te ofrece abriendo la puerta de su casa para que todos eso, que la Historia del buen comer y beber es ya de todos aunque no desde el principio, que desde aquél entonces original era suya, solo suya hasta que…
Pues beba y coma usted donde quiera, pero la verdad, me muero de ganas por saber dónde, porque a mí me gusta también beber y comer bien.
Pues mire usted por dónde, me muero de ganas por decírselo a usted. En el miso corazón de las tinieblas. Y no me refiero a la insondable novela de Conrad ni al siniestro capo del Congo Leopoldo, el segundo de los belgas, Congo que te quiero congo. Tampoco a Leopoldo Bloom ni a Maruja. No. No me refiero a eso. Hablamos antes del mismo corazón de lo Vacío en ese desierto al que Cristo nunca hubiese ido a meditar, al espacio y al tiempo de la desolación y el olvido, al otro lado de cualquier Geografía, fuera ya de toda Historia imaginable.
Siga, siga.
Pues mire: allí donde todo es espacio no existen los milímetros ni los kilómetros. Donde todo es tiempo no hay relojes. Allí es. Así que váyase usted a Vinuesa y coja la carretera que sube hasta lo alto de Santa Inés. Y es que me muero de ganas por llegar hasta el desvío de El Quintanarejo…
¡Oiga! ¡Oiga! Que mapa de carreteras ya tengo. No se muera todavía porque ya hemos llegado. Estamos en El Quintanarejo. Conozco El Quintanarejo…
Yo también, pero siga, siga, por favor.
Pues mire: vuélvase por donde vino y sin parar en Vinuesa llegue hasta Soria capital y, sin perder un minuto más de los que rotondas le obliguen, llegue como pueda hasta el propio corazón de la plaza de Don Bernardo Robles. Eso es todo, aunque falte todavía lo principal. Es necesario aguantar hasta donde se pueda la fuerza centrífuga descomunal que mana del cucurucho helado de metal. Alguien sin escrúpulos lo pingó como quien pinga el Mayo, helado de primavera, torpe golosina, aborto prematuro de navidad. Eso es todo. Luego huya, escape…, incluso a cuenta del vacío ese, el de la jarra, de la bota y el pellejo.
En El Quintanarejo se ha encendido una luz. Como una luciérnaga. Nada menos. Nada más. Son tan leves las luciérnagas que a veces ni se ven, pero tan numerosas que no se pueden contar. Solo es posible decir (vaya con la ocurrencia) lo que se dice del faro que luce toda máquina de tren puesto en marcha. Basta esa luz. El resto son vagones, los cien mil hijos de San Luis o las cosas que a millones, como vagones, se pueden enganchar al tren.
Nuestra más sincera enhorabuena para Óscar García, natural de El Quintanarejo, hijo pródigo que (no es trismo) vuelve a él.
Fdo: Ángel Coronado