Fobocracia y el viejo orden
Juana Largo reflexiona en este artículo de opinión sobre la agresividad que domina actualmente las relaciones sociales. El mundo está cabreado, resalta, aunque no siempre tenga razones para ello.
Los usurpadores
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Fobocracia y el viejo orden
“La pobrecita habladora”, lector que sigues estas Tribunas, está acostumbrada a hablar por ahí con mucha gente, acaso demasiada, pero está acostumbrada a encontrarse en las tabernas, en los centros de salud mental, en este arco de alteridades de una misma, e incluso con el diálogo que siempre creemos encontrar con las columnas de los medios de comunicación, e incluso en las redes, y, tras exponer servidora sus puntos de vista, ya sea engullendo un pincho de tortilla, ya sea al otro lado de una mesa de despacho, ya sea en la pantalla del ordenata, y tras exponer sus supuestas “razones” aquel o aquella con la que hablas, su parecer, está acostumbrada, digo, a ver traslucirse casi siempre, un nuevo mundo que, de nuevo que es, llama a otro orden que ha existido antes…
Me explico: que so capa de modernidad, ¿o no estamos en la modernidad?, como creía allá en el país de los gabachos Baudelaire, que siempre estaba tratando el tema de lo moderno y las autoridades francesas de ahora no están que digamos muy convencidas de la palabra “modernidad” y menos aplicadas a Baudelaire, que sigue siendo un maldito auténtico, bueno, que so capa de modernidad, como decimos, con un lenguaje, unas veces coloquial, otras veces científico, otras veces administrativo, otras veces claramente incordial y espinoso, etc., encuentra una siempre lo mismo. Aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Lo que no se sabe es hasta qué punto el medio geográfico influye en el medio social, porque, a veces, las respuestas de los dialogadores son tan visceralmente broncas, que una se pregunta que qué gran libro estarán leyendo por las noches hasta irse a la cama, si a Thomas Hobbes o al Anticristo, puesto que son tan radicales las contestaciones, tan sentenciosas y tan fatídicas, viéndole pues el culo al mundo, que a la que escribe esta sucinta nota y recuerda este mundo, la dejan pasmada de lo terriblemente duras que son esas respuestas. ¡Como para andarse con bromas!...
Muchas veces en la vida nos equivocamos, pero más nos equivocamos eligiendo a unas personas y no a otras para hablar y echar unas parrafadas. Y luego, que, ahora, el denominador común de todas las conversaciones, es Sánchez, el pobre, que lo quieren crucificar, lo están tomando de aparte de como pito de un sereno, por el chivo expiatorio de la izquierda para salir con todo tipo de improperios por parte de la derecha. No le dejan respirar. Y Sánchez, que digamos, no es de derechas, al menos de la vieja derecha, que es a lo cual nos referimos con esta Tribuna. Hasta el presidente de Castilla y León la tiene tomada con el Presidente del Gobierno de España, que es más que el otro, ¿no?...
Cuando acabamos esa educada exposición de puntos de vista y de pareceres, nos quedamos por lo general como entontecidos. En efecto, el contrincante o la contrincante, te ha soltado un “uppercut” verbal que te ha dejado grogui, y termina por consultarse una a sí misma que hasta qué punto está enfadado el mundo con el mundo, y bien es cierto que el mundo anda un poco revuelto, pero siempre se sorprende la que suscribe de la extraña violencia verbal de aquellos con los que se comunica. El mundo está cabreado, sí, señora, aunque no siempre tenga razón para ello. Que esté cabreado con Feijóo y con Puigdemont, se comprende, pero que esté cabreado con aquella con la cual solo hace falta intercambiar dos o tres palabras amistosas y agradables, eso no se entiende. Falta el dinero en España, eso lo primero, y falta más moral y más educación, esto es lo primero que te dicen…
Lo malo es que, después de con tan bellos y hegelianos argumentos, te quedes como si estuvieras desnuda o como si hubieras cometido un crimen de manera flagrante, sucede que te pones a pensar en qué ha estado el fallo, exactamente. Y vemos que el mundo está lleno de palabras técnicas, sicológicas o sociológicas o coloquiales y circunstanciales que parecen una cosa y luego terminan por ser otras. Esto es como lo de los dentistas, que aunque no seas de la compañía, te atienden igual, pero entras un paso en la casa y resulta que te das cuenta de que has entrado en la casa de los horrores, tal como la que le gustaba a H.G. Wells en su libro de “La casa del dolor”.
De lo que parece que es el máximo desarrollo social, de los técnicos en ciencias experimentales sociales, como de los parroquianos aparentemente inofensivos de las cafeterías, te llega un tufo como a que por aquí ha pasado Luzbel y que el mundo se ha revuelto y que, tras la fachada moderna hay otra fachada, que es la antigua, pues todo huele, tanto en pulsiones como en ideas e instintos a un orden que ya no nos sorprende y que es renovador de otro orden que es muy antiguo, el del Viejo Orden que se adopta como escudo de defensa frente al verdadero progreso… Necesitamos el miedo, el temor, el sentir que hay alguien que manda en todo esto, el sentir que es fuerte y que nos tiene protegidos, es un extraño problema freudiano, pero es así… Se tiene miedo al poder, al gobierno, pero no a ese gobierno que nos dice las verdades y que los de Manos Limpias están poniendo a remojo, lo cual nos conduce a una fobia a un gobierno legítimo y que no tiene nada que ver con el mundo antiguo. ¡Ahora se llama a rebato al Orden Antiguo! Necesitamos, en efecto, un nuevo Patriarca que nos calme las cosas en un antiguo status quo. Este es el leitmotiv de nuestro tiempo. No sé cuántos siglos feudales más atrás, pero parecen un montón.
Fdo: Juana Largo