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El médico de la ciudad

Miércoles, 01 Octubre 2025 08:08

Ángel Coronado reflexiona en este artículo de opinión sobre la salud del urbanismo de la ciudad y qué médico está aplicando sus recetas. Pide que a Soria le salven de curanderos urbanistas, aplicados en poner en marcha ocurrencias.

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El médico de la ciudad

El urbanismo, en la época en la que nosotros estudiábamos, era una asignatura descolocada. Sin abandonar su reconocida importancia, se mantenía siempre en un discreto rincón. Las estrellas del firmamento magistral eran los grandes diseñadores. Era la casa (pero no su conjunto) lo que importaba. Y decimos “la casa” en su sentido más general. La casa, el edificio. Nos referimos tanto al más humilde habitáculo como al más imponente arefacto en altura y profundidad.

Entendíamos el urbanismo como una Ciencia antes que una de las Bellas Artes que, como la pintura, la escultura, la arquitectura o incluso el cine o la fotografía, se integraban en el ámbito de la estética con pleno derecho y en el más ortodoxo sentido vigente por entonces.

Pero ya en el terreno científico incluso, el urbanismo seguía de alguna forma igualmente descolocado ante las disciplinas esenciales de la física, la geometría o las matemáticas, exactas disciplinas en ese otro firmamento del saber.

Nos quedarían por indagar otros campos de las ciencias humanas entre las cuales la Medicina (se nos ocurre), podría ocupar dignamente un lugar indiscutiblemente destacado, y miren ustedes por dónde (se nos acaba de aparecer la idea justo ahora), al urbanismo no le vendría mal ser definido como la disciplina responsable de la salud del organismo al que llamamos ciudad.

Animosamente nos ponemos a escarbar en esta ocurrencia que, con toda la modestia del mundo, nos parece luminosa. Porque ya me dirán ustedes del mérito de coger un cartabón y una escuadra (y dibujar una cuadrícula pare representar tanto el barrio de Salamanca como hiciese no hace tanto tiempo el Marqués homónimo, y lo mismo aunque muchísimo tiempo antes Hipódamo en el ensanche de Atenas o, no sé quién, pero también a fuerza de escuadra y cartabón, el mismísimo Nueva York.)

¡Un momento!, antes de proseguir no podemos dejar de mencionar a Ricardo, a Ricardo Minguez, porque nada de lo que nos dice acerca de urbanismo anda descolocado, y desde luego nunca nos habla de cartabones ni de escuadras sino antes de remedios ante los males de un organismo vivo, que bien lo sabe Ricardo, eso es la ciudad, el pueblo, la villa, la urbe o megápolis, que da igual. El urbanista es el médico de la ciudad.

Y ahora ya podemos decirles aquí lo que dijimos a un amigo nuestro, dueño de un chiringuito antes veraniego que de ninguna otra estación quitando quizá la segunda parte de la primavera y añadiendo tal vez la primera parte del otoño. Nos decía nuestro amigo tener un chiringuito en el que servía cervezas fresquitas con tapitas de aperitivo reconocidas internacionalmente (decía) y bocadillos de jamón pata negra con tostaditas tumaca y pringue Malvasía, de la de Abejar. Eso en Soria. En Madrid lo de la cervecita igual, pero luego vienen los calamares fritos y el cocido.

¿Y el local? Preguntamos

Ciento cincuenta metros cuadrados de acera, respondió.

Y esa fue la ocasión en la que, ya entre nosotros, y con toda discreción, apareció la luminosa idea que antes hemos mencionado: Las sillitas y las mesas en medio de la calle son justa y puntualmente como los trombos que obstruyendo el tráfico de sangre por las arterias y las venas de la ciudad causan flebitis ante las cuales no hay mejor idea que la de acudir a un médico de urgencia.

Bueno, pues resulta que con esto estamos llegando al final de lo que en este montón de letras organizadas en palabras, frases y párrafos queríamos decir. En la profesión de la medicina, como en cualquier profesión, siempre hay intrusismo, como en todo barco siempre hay algún polizón (incluso en cualquier barco pirata siempre hay algún pirata menos malo, polizón aceptable en este caso), o como en el metro o en el autobús siempre puede haber algún viajero de gorra sin billete. Hay quien no siendo médico se pone a recetar medicinas, o no siendo urbanista se pone a organizar ciudades, lo cual es cosa mala. Doblemente mala.

De un lado porque a la ciudad le puede sentar muy mal las medicinas que el urbanista polizón le administra. Y del otro porque puede ocurrir que a la ciudad no aqueje sino un leve resfriado y requiera un simple analgésico para recuperar su felicidad, gozando por lo demás de buena salud, pero ese polizón obstinado, con mano de hierro es poco (porque tiene dos) pero además con uñas de gato, puede ocurrir, decía, que coja a la ciudad por los pelos, la tumbe en un quirófano y la abra de arriba abajo en canal como a una res en el matadero.

Por nuestra parte pensamos que la buena salud y la felicidad de cualquier ciudad entre cuyo conjunto contamos con Soria, no consiste ni pasa por grandes acontecimientos, todos a la vez (prisa suicida, ¿detrás de qué tanto corres?) sino por tantos como hiciesen falta. Rechazamos de plano eso de que todo a la vez y de todo un poco. Antes de poco un todo y solo cuando deba ser, pero nunca por merecimientos o culpas ni por éticas o estéticas, aunque también, sino sencillamente por el cumplimiento de promesas, por derechos y responsabilidades. Olvidémonos de los partidos en ese preciso instante. El Paracetamol solo entiende de flujos, humores, vísceras y secreciones. Todo fármaco tiene siempre efectos secundarios y el balance entre lo que cura y desarregla se impone. La estadística encuentra entonces su verdadero rincón. Ni el fármaco es elixir o licor de Fierabrás, ni el enfermo es liberal o conservador. Solo hay derechos y responsabilidades. Tal es el punto delicado de la cuestión 

Y ya salió el sermón. Lo siento, pero puestos en rezos, pidamos a Dios que nos libre de los curanderos urbanistas. Y dado el caso de andar bajo los supuestos enredos de alguno en forma persistente (como es el caso), dejaremos en claro que los rezos no pueden acabar con esa lacra y habrá que reparar la lavadora y cambiar el detergente lo antes posible. Vemos a Ricardo en bata blanca, en su laboratorio, atento a la tuerca floja y agitando las manos para espantar al moscón y a los mosquitos.

Soria pura, cabeza de Extremadura.

Fdo: Ángel Coronado

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