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Opinión

Cuando una autovía retrata a la clase política

La presentación  de los Presupuestos Generales del Estado de 2015 ha llegado un año más acompañada de muchos adjetivos descalificativos para el rival y poca autocrítica de los principales protagonistas políticos (PP y PSOE).

Sabemos de su memoria selectiva, pero cada año, ciertamente, nos sorprenden más, cuando lo cierto es que la ejecución de la autovía del Duero uno y otro tienen mucho que callar. La A-11, llamada a vertebrar Castilla y León de este a oeste y a conectar Portugal con Aragón y Cataluña, se ha convertido en el último cuarto de siglo en una carrera de obstáculos, una auténtica letanía, por la falta de voluntad política suficiente para impulsar su ejecución en un tiempo razonable. Desde que en 1997 el entonces ministro de Fomento, Francisco Álvarez Cascós, abriese el expediente para ejecutar esta infraestructura, la autovía del Duero ha tenido mucho tiempo para ser una realidad, más cuando ha sido calificada de forma insistente por unos y otros como prioritaria y también ha sido postergada por unos y otros en favor del AVE a Galicia y al norte peninsular. Errores se han cometido muchos en este tiempo, como renunciar el Gobierno a la cofinanciación ofrecida por la Junta de Castilla y León, con el requisito que el tramo Soria-Aranda de Duero estuviese concluido en 2009.  Pero ya no caben más lamentos: es tiempo de retomar las obras de forma decidida y sin más interrupciones. Y terminar su ejecución en tres años en un trazado que, por lo demás, es de los más fáciles y económicos que se pueden encontrar las empresas de infraestructuras en España.

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