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Segundo premio del concurso de relatos breves de la dieta mediterránea

Marta Sarramián, mujer de origen soriano y riojano residente en Málaga, ha conseguido el segundo premio del concurso de relatos breves de la dieta mediterránea, organizado por la Fundación Científica Caja Rural, con un relato de estructura circular en el que se desgrana el desayuno tradicional del abuelo. El recuerdo que permanece se va desgranando en la mente de la narradora con un lenguaje cuidado. Puede leerlo a continuación

Segundo premio del IV Concurso de fotografía de la dieta mediterránea: "Harvest", de Liak Song Teo

SOPAS DE LECHE DE CABRA Y AZÚCAR 

Ayer. Estaba sentada en el regazo de mi abuelo, las piernas regordetas me colgaban y se tambaleaban nerviosas. Él daba vueltas con una cuchara a la humeante sopa que reposaba en su tazón de cerámica amarillo en el que acostumbraba a desayunar cada mañana. Del cuenco emanaba un calor humeante, como si los poros del barro estuvieran sudorosos. Mi abuelo lo agarraba fuerte entre sus manos, buscando calor en la gélida mañana. Su cuerpo, aunque encogido por el frío, llega a mis recuerdos como un tronco robusto y fuerte. Un roble que me protege. Por las paredes de la casa, se adentraba sigilosa la mañana con su húmedo aliento.

El olor a leche invadía la estancia. Leche pura y fresca de cabra recién ordeñada. En la superficie del cuenco dormitaba la nata blanca y amarilla, cuajada y cremosa, que cubría la leche, más blanca, más líquida y menos amarilla, entremezclada con los trozos de pan que danzaban en el cuenco con un movimiento suave y reposado. Olía a recién nacido. Con la pausa que trae el invierno, mi abuelo tronchaba pequeños pedazos de pan y los dejaba caer en la sopa, para después comérselos aún crujientes. Recuerdo el suave gruñido del pan al ser cortado.

Fue ayer, cuando mi abuelo soplaba su cuchara para darme de beber aquel caldo divino. Su mano izquierda tocaba mi cara, con el terciopelo que traen las caricias cuando van acompañadas de cariño, y con la derecha, acercaba la punta de la cuchara a mis candorosos labios. Los pocos dientes que tenía, alcanzaban a morder el pan crepitante y caliente. Música matutina. Ritual diario. Con cada crujido, una explosión y tras ella, el rastro de un chorro de leche fuerte y cremoso. Crujía la corteza, mientras la miga se derretía en mi boca y en mis papilas gustativas se instalaba el amor de madre que amamanta. Textura, a veces áspera de pura que era. Sabor a teta. Mi boca quedaba envuelta de un manto de nata. Después, llegaba el dulzor del azúcar, puro jugo que dejaba un último sabor, tímido, sutil y prolongado.

Sopas de leche de cabra que cada día antes de desayunar traía el cabrero, Bienvenido, a quien el nombre parecía haber sido asignado a propósito. Muy temprano, Bienvenido se acercaba a casa después de haber ordeñado sus cabras. Entraba con un grito rudo y vertía las palabras apresuradamente, solapando unas con otras. Con Bienvenido venía el chorro de luz y el calor de la mañana por fría que ésta fuera.

- “El pan vuestro de cada día, ya ha llegado”-. Y las paredes de piedra de la casa de mi abuelo parecían ponerse recias, contentas de su visita.

Bienvenido se quedaba en el umbral de la puerta, mientras mis pueriles ojos, abiertos como platos, le observaban absorta. Aquella corpulenta y tosca silueta se presentaba ante mí, como un ángel que inundaba la casa con un haz de luz tras él. Y yo permanecía en la penumbra, arropada por mi abuelo, mientras mi retina componía las mejores escenas de mi vida y en mi boca explotaban trozos de pan con leche y azúcar. Sabor dulce y sedoso.

Crepitar de mi primer recuerdo. Sopas de leche de cabra y azúcar en el regazo de mi abuelo y mis piernas colgando de pura alegría.

Ayer.

Marta Sarramián

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