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Relato ganador del II Certamen de la dieta mediterránea

La joven alicantina Carmen Galván Bernabé, con "El agricultor de sueños", es la ganadora del II Certamen de relatos breves sobre la dieta mediterránea organizado por la Fundación Científica Caja Rural (FCCR). El jurado ha valorado lo interesante que resulta el relato sobre la renovación generacional y los valores de la vida rural. Puede leerlo a continuación.

 

Accesit del IV Premio de fotografía de la dieta mediterránea. Felipe Gracia, con Nuestra base (Tarazona)

EL AGRICULTOR DE SUEÑOS

El cultivo de la tierra es como el cultivo de un sueño, primero se piensa en ello, luego se echa la semilla al aire y cuando esta queda presa entre el barro o entre el corazón y la memoria entonces el alma se desvive esperando que ese sueño, que ese árbol florezca y dé el primer fruto, del mismo modo que los deseos esperan durante años a ser cumplidos. Pero qué ocurre cuando los sueños cultivados durante tantos años quedan enterrados bajo tierra, escondidos, sin esperanzas de volver a germinar? A estos sueños tan solo les queda la esperanza de que alguien aparezca como agua en medio de la sequía y el verde vuelva a resurgir.

Tal vez eso es lo que ha ocurrido desde hace días en el viejo restaurante del matrimonio Blazquez-Sarabia, Manuel y Azucena, dos ancianos que hace décadas vieron como el pueblo donde habían nacido y criado a sus dos hijos entre las extensas tierras de Soria y la pesca en uno de los afluentes del Duero, se convirtió en una aldea prácticamente despoblada en la cual ya solo habitan cuatro matrimonios máss como el suyo y algún que otro anciano o anciana que vive en soledad.

Al restaurante que durante años habían regentado, cocinado en él los productos de la tierra que les rodeaba y que ellos mismos habían cultivado, lo cubría el polvo y el profundo chirriar de la puerta ya no permitía entrar en aquel lugar refugio de recuerdos y tumba de sueños. La chimenea, por donde cada día se podía sentir el aroma del pan recién horneado y ante el cual acudían los niños del pueblo a la espera de aquel suculento manjar, se había convertido en una masa negra de cemento y cenizas. 

Manuel cada mañana todavía salía a cultivar el pequeño huerto que durante tantos años había proporcionado las hortalizas más frescas de aquel pueblo rural, donde aún en la década de los años setenta quedaban restos de haber sido cabeza de la mesta, pero ahora el ganado hacía ya años que no aparecía por las calles del pueblo. 

Los olivos, que habían proporcionado el maravilloso y saludable oro líquido, estaban cubiertos de matorrales. Manuel, el agricultor de sueños, había decidido enterrar el sueño de cuidarlos, no tenía ya quien le ayudara, sus hijos vivían fuera de Soria y cuando él y su mujer ya no estuviesen, aquellos árboles formarían parte del olvido.

Pero desde hace días todo ha cambiado y los sueños que ya no germinaban han vuelto a hacer brillar las hojas lanceoladas de los olivos, y los trigales que durante años habían quedado yermos vuelven a tener el terreno recién labrado a la espera de ser sembrado. El pasado sábado las intensas lluvias de otoño casi inundan el pueblo, pero aquella lluvia ha traído algo muy distinto para el matrimonio Blazquez-Sarabia. Desde hace tiempo, las sendas verdes que siempre han atravesado el pueblo se han convertido en el camino de tránsito de multitud de ciclistas que buscan los sonidos tranquilos y mágicos de la naturaleza. Cuando el agua ya no dejaba rodar las ruedas gruesas de aquellas bicicletas, estos jóvenes ciclistas fueron a parar a las puertas del hogar de Manuel y Azucena; completamente cubiertos de agua entraron en calor a la luz de la llama de aquella pequeña chimenea rural tan típica en una casa de pueblo y la cual está adornada con fotografías en blanco y negro en las cuales se pueden ver un padre enseñando a sus hijos a pescar o una madre mostrándoles como recoger el trigo veraniego. Y sobre todo, fotos del bonito y antiguo restaurante completamente lleno de comensales. 

Manuel, aún recogió algunas hortalizas de lo que queda del huerto y Azucena a pesar de que sus piernas han perdido mucha fuerza preparó un caldo y una de sus exquisitas ensaladas que durante años fueron la envidia del vecindario.

Aquellos chicos llevaban tiempo soñando con un lugar donde respirar la plenitud de la naturaleza, un lugar en el que no hubiera que pedir permiso para sentir el aroma de la tierra recién mojada o donde cada fruta fuera tan fresca que pasara del campo a la mesa. 

Son tan jóvenes que nunca han conocido la vida en un pueblo como este, pero aun así la buscaban y por ello desde hace días la vieja chimenea del restaurante lanza de nuevo el aroma del pan recién horneado. Y el cartel de metal del restaurante Blazquez-Sarabia vuelve a lucir brillante; los chicos le han colocado algunas luces para llamar la atención de los viajeros de la carretera principal. Azucena al ver funcionando de nuevo la cocina de su restaurante parece que ha recuperado la agilidad de sus piernas y Manuel no deja de desenterrar los sueños que durante tantos años había cultivado pero había decidido olvidar bajo tierra.

¿Quién no ha cultivado sueños?, ?quién no ha plantado un árbol con la esperanza de que perdure más allá de su existencia? 

El agricultor de sueños tan solo pedía un único deseo, que sus logros no quedaran en el olvido y la naturaleza le concedió ese deseo, trayendo una noche de lluvia tormentosa a un grupo de jóvenes que volvieran a amar el campo como hace años lo había amado él. Ahora tiene a quien entregar su legado y Azucena por fin enseña sus recetas mediterráneas.

El restaurante parece un lugar de peregrinaje como en sus mejores tiempos. Al menos un pueblecito de la tierra del Duero no quedará despoblado

Autora: Carmen Galván Bernabé

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