Contra las ideologías que violan la naturaleza humana

OPINIÓN/ Carta pastoral

“Hombre y mujer los creó”

Escribía G. K. Chesterton en su libro Herejes: “La gran marcha de la destrucción intelectual proseguirá. Todo será negado […] Se atizarán fuegos por testimoniar que dos más dos son cuatro. Se desenvainarán espadas por demostrar que las hojas son verdes en verano”. Pues bien, parece que ese momento ha llegado. Vivimos en una época en que es necesario testimoniar y demostrar que el ser humano nace hombre o mujer, contra quien defiende que la identidad sexual es una construcción social impuesta; que sólo un hombre y una mujer unidos pueden llamarse familia, contra quien llama “familia” a cualquier tipo de unión; que existe una especificidad humana, contra quien considera al hombre un animal entre tantos y de todos el peor. En el seno de la civilización occidental han madurado ideologías que violan la naturaleza humana, atacan la institución familiar que renueva la vida y la protege cuando es más frágil e indefensa, y odian a la humanidad a la que tratan como si fuera un virus mortal, un cáncer destructor del planeta.

La ONU es la portavoz y la aliada principal de estas ideologías, la más temible por el poder y las competencias de que está investida y por los recursos económicos de que está dotada y que usa, a manos llenas, para sostenerlas y hacer que se extiendan. Particularmente, la ideología de género, la extensión de la legalización del aborto y la llamada “cultura gay” son hoy consideradas por la ONU batallas culturales y sociales prioritarias. Los principales protagonistas de estas batallas son las organizaciones no gubernamentales acreditadas ante la ONU con estatus consultivo, los países occidentales y las mismas instituciones que componen la organización. No importa de qué cuestión se esté tratando, siempre se encontrará un modo para incluir en ella esos argumentos, y cuando las posiciones de esos tres grupos coinciden los resultados son notables. Definiciones como “identidad de género” eran desconocidas hasta hace pocos años mientras que ahora aparecen de forma recurrente en cualquier documento o discurso. La afirmación de que a hombres y mujeres en edad matrimonial les es reconocido el derecho a casarse se reelabora incluyendo “hombres y hombres” o “mujeres y mujeres”, para reflejar, dicen, las circunstancias modernas.

Aunque no vinculantes, los documentos producidos por las agencias y comisiones de la ONU se convierten en instrumentos de presión sobre los gobiernos, tanto más fuertes si sus contenidos son recibidos por organismos como la Unión Europea que pueden transformarlos en directivas. Los países occidentales coaccionan a los países en vías de desarrollo que no quieren secundar esas exigencias de la ONU y los amenazan, como ya ha ocurrido, con sanciones y con la suspensión de las ayudas para el desarrollo. Desde hace algún tiempo, por ejemplo, el Reino Unido bloquea las ayudas a los países del tercer mundo si se niegan a cambiar sus leyes sobre la homosexualidad. En Estados Unidos, el ex presidente Obama y la señora Clinton coincidían en proclamar que la cuestión homosexual era una prioridad en la política exterior americana.

Quien defienda que la humanidad se divide en hombres y mujeres y quiera obrar en base a estas convicciones de sentido común debe saber que incurrirá en problemas legales; asistiremos cada vez más a un creciente número de casos relacionados con la libertad religiosa en los que la gente será citada a los tribunales y sufrirá amenazas legales por mantener firme su convicción de que en este mudo nuestro hay hombres y mujeres. Muchos por cobardía se callarán para no ser tildados de retrógrados o antiguos, pero hay quienes no deberían guardar silencio.

Gabriel-Ángel Rodríguez Millán. Administrador diocesano, Sede Vacante