TRIBUNA / Una cuadra de veintitrés mil vacas
Ángel Coronado incide en este artículo de opinión en un asunto que está dando muchos titulares estos días en la parcela política: las macrogranjas. Pero, a partir de cuántas cabezas se puede hablar de macrogranjas, se pregunta.
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TRIBUNA / Una cuadra de veintitrés mil vacas
Leo en la prensa un artículo sobre macro ideas. Al concierto de los rebuznos suceden los Stradivarius de la mano de Juan Sebastián Bach. Una cantata barroca. Un artículo de no sé quién. Se trata de una editorial del periódico digital “Público” del día 12 de diciembre de 1022.
La primera nota dice que el número de cabezas de una ganadería estabulada, para ser denominada “macrogranja”, no está definido en ninguna parte. Hasta podríamos hablar de una cuadra de veintitrés mil vacas y hasta este punto se trataría de una nota capaz de ser emitida por cualquier violín. Pero lo sublime, excelso, superior, incomparable, descomunal, extraordinario, extraordinario me parece poco, soberano, extraordinariamente soberano, es lo que sigue: lo que supera con creces cualquier calificación es esto: no estará definido el número de cabezas de una ganadería estabulada para merecer el título de “macrogranja”, pero como no hay ni siquiera granjas ecológicas de borricos, y menos macrogranjas de asnos, resulta que los burros andan por ahí sueltos rebuznando, como todo el mundo sabe, sin que nadie les ponga bozal. Y son precisamente los burros, mira por dónde, los que dicen, los que por lo visto dicen, los que por lo que me oigo a mí mismo leyendo ese artículo extraordinariamente soberano dicen, que a partir de las 10.000 cabezas de ganado la granja deja de llamarse así para ser bautizada con el extraordinariamente soberano nombre de MACROGRANJA. Y esto (lo digo absolutamente convencido), esta idea, la idea de que haya una determinada audiencia creyente de que un borrico haya podido definir la macrogranja de tal manera, solo puede haber sido emitida por un instrumento extraordinariamente soberano como es un Stradivarius. Hago mía esa idea y dicho esto, que nadie me acuse de plagio porque no puede ser y además es imposible.
Pero lo mejor todavía no está dicho. Para decirlo hemos de retroceder al concierto de los rebuznos, porque una cosa es un conjunto de borricos rebuznando y otra muy diferente la de un borrico tenor del que se da noticia. Y esta noticia (que no la intensidad ni el tono ni el timbre del borrico tenor) es la primera nota de un concierto, según decía, que hago mío y que por eso lo cuento.
Por lo visto, hace un par de años o así, el Partido Popular de Albacete bramaba en contra de una enorme explotación de ganado intensivo e industrial cuyo proyecto la situaba en la localidad albaceteña de Pozuelo. No se aclara si ese proyecto acabó siendo realidad o no, pero lo que viene al caso no es eso. Lo que viene al caso es la extraordinaria calidad de esta noticia justo en el día de hoy, día en el que el concierto de los rebuznos enloquece.
La tercera nota de este extraordinariamente corto concierto pero comparable sin más a una cantata de Juan Sebastián Bach es la noticia que sigue:
Ahora estamos en Murcia. Cieza. El Partido Popular se congratulaba por entonces de una modificación de la norma urbanística de la localidad que impedía la instalación en el municipio de otra enorme instalación de ganado intensivo industrial. El Partido Popular había ganado su batalla y salía de la contienda con las dos orejas y el rabo, y a hombros, del coso. Cieza.
Y ahora, por aquellos tiempos de hace dos años, tan cercanos y lejanos a la vez, otra nota-noticia del mismo concierto, del bueno, del que corre a cargo del Stradivarius, paradójicamente gracias al otro, al de la macrogranja de los rebuznos
Sin haber salido siquiera de la provincia de Murcia estamos ahora en Yecla. Su alcaldesa, del Partido Popular murciano, como una nueva y rediviva Juana de Arco, gana la batalla en contra de otra descomunal explotación ganadera intensiva, lo que vengo mencionando, lo habrán observado ustedes, sin pronunciar siquiera el nombre de “Macrogranja”, porque todavía estamos, recordémoslo, en esa indefinición, en esa lúcida indefinición, en esa prudencia en pronunciar el fatídico nombre que al parecer solo pueden pronunciar los Populares, porque dicha por otro, dicen los Populares, dicha por el señor Garzón, significa otra cosa. Me pregunto si ahora se procederá otra vez (un buen cachetito Popular sí se merecería, digo yo), contra la rediviva Juana de Arco. No quiero ni recordar el que tuvo lugar en Ruán. La hoguera. La inquisición. Siglo XV y a los diez y nueve años quemada.
Nunca sabremos si las cantatas de Bach son cortas o de tan así como son nos lo parecen. El caso es que aquí se acaba el concierto de violín. Es una barbaridad lo que vale hoy un Stradivarius. En un violín Stradivarius se cruza la cantidad estratosférica de su precio, con la calidad (infinita es poco) de su son, aunque solamente los borricos confundan calidad con precio.
Se me olvidaba decir que también es cierto que no hay nada como un ruido detestable para que cualquier sonido corriente pueda complacer a cualquier tipo corriente y en toda época corriente, no hace falta electoral.
Fdo: Ángel Coronado