TRIBUNA / De profesión sus labores
Ángel Coronado reflexiona en este artículo de opinión al hilo de la profesión sus labores, la inconsistencia del mito feminista, el fenómino de "las Cigarreras", la brecha salarial y la evolución que ha experimentando el trabajo y el propio consumo del tabaco en la historia.
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TRIBUNA / De profesión sus labores
Es curiosa la comunidad de trabajo en torno al tabaco por ser de las pocas (¿la única?) comunidades de trabajo compuesta mayoritariamente por mujeres. Se suele citar esta cuestión como ejemplo de inconsistencia del mito feminista, que demuestra cómo no es cierto que la mujer sea relegada del valor remunerado del trabajo para dejarla en “sus labores”. Labor: sea ésta la clase no remunerada de trabajo. La profesión del ama de casa, como su nombre indica, y copada (no mayoritariamente sino de forma completa) por las mujeres, no es otra que la denominada de ”sus labores”. Y aunque a veces vayamos a por pan, nunca encontraremos a profesional masculino ninguno con el carnet de identidad rezando de “sus labores” como profesión. Casi todas lo tuvieron. Muchas lo mantienen y algunas y algunos lo tendrán.
Decimos en consecuencia de lo curioso del caso de “las Cigarreras”. Y encuentro que no se trata de un ejemplo en el que apoyar tesis alguna en contra del llamado feminismo, sin decir que dicho movimiento deje de tener sus luces y sombras. El caso de “Las Cigarreras”, según lo entiendo, no es contrario al movimiento feminista sino que, al revés, lo confirma y lo refuerza.
Y lo veo así por la particular circunstancia en la que fumar, el uso que los nativos americanos hacían del tabaco al tiempo en el que los conquistadores españoles pudieron verlo, no era sino una costumbre, una tradición doméstica con fuertes connotaciones mágico religiosas y medicinales, propia de aquéllas gentes acerca de las cuales se carecía de todo conocimiento hasta el punto de no saber a ciencia cierta si se trataba de seres humanos o de animales (se trajeron por entonces algunos nativos a la corte para que expertos en la cuestión dictaminasen). El tabaco, como el oro, cruzó el Atlántico en galeones y en dirección de vuelta, no bien descubierto el nuevo continente. Pero mientras que éste, bien conocido desde antiguo y listo al uso, no así el tabaco. El oro, es un decir, no interesa. Ni tampoco, a su manera, la patata, el pimiento o el tomate. Pero al tabaco le cupo hacer su propia senda de uso, de aprecio, de puesta en precio. Porque al final, de algún precio tendremos que hablar, eso por descontado, que no es precio del que tratar sino que trataremos de su aprecio.
Del oro, recién llegado, digamos que directamente y en principalísima proporción, se dirige a las guerras de dominio y de religión y a la construcción de la llamada octava maravilla del mundo mundial, al monumento-monasterio-palacio del rey del mundo Felipe II en San Lorenzo de El Escorial. Del segundo, del tabaco, solo quedan señales, una huella en alguna senda ya olvidada o tardíamente superpuesta en otra bien conocida y marcada. Y en esto de la superposición aparecen “Las Cigarreras” como conjunto bien organizado y reivindicativo superpuesto al movimiento general obrero que, a raíz de la primera revolución industrial de finales del XVIII y de todo el XIX, caracteriza la historia occidental moderna. Es el hombre quien, reducido a máquina de trabajar, reduce la distancia que con respecto a la mujer venía de antiguo. Sus respectivas sendas se cruzan entonces y es en ese cruce de caminos que surgen “Las Cigarreras”. El resto de caminos no interesa. Yo fumaba y lo dejé.
¿Y qué pasa durante todo el tiempo que corre desde principios del XVI hasta finales del XVIII con el tabaco? ¿Qué pasa con el tabaco durante el primer tercio de nuestra era?
El tabaco, siempre doméstico hasta que dejó de serlo y a diferencia del oro, se mete en las casas pero no en los bolsillos ni en las cajas ni en las bancas (que antes a los bancos se les llamaba bancas), sino entre las cortes de los reyes, en los castillos y en los palacios, en las grandes casas y entre gentes principales. Y por allí, entre ayudas de cámara y otros seres, más cortesanas que pajes, más damas que caballeros, surgen rapes, pipas, cigarros y cigarrillos que consumen, señoras y señores lectores, tabaco que consumen los señores masculinos y también, cómo no, algunos señores femeninos, que fumando, y más por aquél entonces, una señora fumando era, mejor y antes, un señor.
Luego ya, el tabaco, como tantas cosas, se socializa y todos ahora tenemos coche, lavadora, lavaplatos y pitillo que fumar. Pero no todas, porque hasta hace dos días como quien dice, ellas, las mujeres, fumaban poco, más bien poco. Cada vez más, pero poco a poco. Me invento los números. Los cito como idea, pero apuesto que números más precisos no contradicen ésta. Antes de la primera guerra mundial solo fumaban un cinco por ciento de las mujeres occidentales y un cincuenta por ciento de los hombres. Después de la segunda digamos que un diez por ciento ellas y nosotros a nuestro cincuenta por ciento intacto. A finales del siglo XX nosotros bajamos al cuarenta o al treinta y cinco y ellas suben al veinte. Hoy estamos empatados al veinticinco por ciento por igual, con tendencia conjunta y a la baja.
Cosa curiosa. Solo en las cortes, castillos y palacios, pero que se sepa, o al menos que me suene según se ha dicho. Pero no en los palacios episcopales ni en los conventos y sacristías, o al menos no a las claras, que no pondría la mano en el fuego tampoco por algún papa, obispo, cardenal, o cura, que a hurtadillas y escondidas…..
Bueno, pues hay quien dice que no. Que lo de la brecha salarial entre los hombres y las mujeres no. Que pase, quizá, lo de la historia del tabaco y lo del movimiento de “Las Cigarreras”, y que pase lo que sea en el mundo no occidental ni occidentalizado, pero que nada de brecha salarial.
Pues no lo entiendo, la verdad. A no ser que se quiera decir que cuidado. Que de la brecha que fue ya no queda nada y a este paso seguirá la brecha, pero al revés, a favor de las señoras, que fumando acaso, y en su coche de camino al despacho, le digan adiós al señoro peatón hacia su casa, sus labores de profesión, y que ya en casa, en clave seductora y cadenciosa, lenta, fumando, cantando eso de fumando espero, a la dama que yo quiero…..
Yo no lo creo así. Aunque lo diga la Constitución que Dios guarde. Aunque lo digan los Derechos Humanos que también guarde Dios. Que si no lo dijesen…, que nos guarde Dios.
Fdo: Ángel Coronado