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Eventos campestres a la luz de la luna en Quintanilla de Tres Barrios

Quintanilla de Tres Barrios ha disfrutado de dos eventos campestres a la luz de la luna: la tradición asentada de la Atalaya nocturna y una velada en el entorno del Salegar.

Crónica de Leopoldo Torre

Y nos dieron las diez y las once, las doce, la una y las dos.... Si bien no nos encontró desnudos al amanecer la luna. Hubiera sido un desenfreno inherente al propósito de la cita. 

Tras la resaca de las fiestas, con el ruido de la música tintineando en el cerebro, la mejor forma de despejar la mente es llevarse la juerga lejos del centro neurálgico de la población. Con la música a otra parte. Para descanso de aquellos a los que los decibelios les arrebató el sueño en las puñeteras noches festivas.

El contacto con la naturaleza se hace más excitante en plena noche con la luz de la luna enfocando las siluetas. El paisaje cobra intensidad en la penumbra y la música vibra con la cadencia celeste del orbe vislumbrando el manto estrellado. 

Dos eventos sirvieron para rotular de ensueño las dos veladas organizadas. Una a dos kilómetros largos del núcleo urbano, a uno de los puntos culminantes del término desde cuya altitud se divisa un horizonte pletórico de energía y de puntos lumínicos de hábitats en derredor. La ya asentada tradición de la Atalaya nocturna se está consolidando como una actividad cuyo aliciente engancha emoción y satisfacción por la singularidad del contenido. Larga caminata a la caída de la tarde hasta la torre vigía con un reguero de romeros que peregrinan al encuentro ambiental de la concordia, de la música en vivo y en directo. Para reponer fuerzas, la vianda satisface el esfuerzo realizada. Qué bien sienta la comida en el campo!!

El espectáculo está servido. Esta vez los teloneros serían Café Torero. Un trío que puso en acción a los asistentes. Con los ánimos encendidos, los espectadores se convirtieron en actores y fueron ganando protagonismo a la noche con un escenario delante de la Atalaya, la orquesta, y otro detrás, la fabulosa imagen de la puesta del sol. Un delirio el colorido arco irisado rasgando el horizonte y ganando altura a medida que los sones imperaban en el espectro. La naturaleza acompaña cuando lo precisa el momento. 

 

Repertorio de canciones para bailar, recodar y tararear. Los ochenta, nos noventa... Café Torero tiró de repertorio y las parejas salieron a bailar, a disfrutar del momento en el icónico escenario de la torre vigía bajo un espectro noctámbulo, lejos del mundanal ruido. Para descanso del vecindario..

Días después el escenario se trasladó a extramuros del casco urbano. Quinientos metros de distancia, en el entorno del Salegar, donde antaño las ovejas tomaban su ración de cloruro sódico para quitarse el sabor a verdín. Los asistentes degustaron  cada cual su cena de alforja, bebida gratis, donación de la Asociación Torderón. Un foco como luz incandescente. El resto quedaría a merced de la luna, que por entonces ya destellaba su esplendor. La música se encargaría de motivar el montante de bailar al son del popurri de canciones de renombre popular y época. Melódicas, ranchera, vals, pasodobles... Y por supuesto lo autóctono y genuino, la rueda y la jota como telón de fondo de unas veladas sui géneris en las que la concordia y la diversión tejen la maraña de la lúdica diversión y entretenimiento. El resto de la singularidad corre a cargo de la noche, con su lunita encarnada.

 

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