TRIBUNA / Los trincas
Ángel Coronado incide en este artículo de opinión en la despoblación y sus soluciones, en boca de todos, y que ha generado un viaje a Finlandia.
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TRIBUNA / Los trincas
No digo que sea malo irse al polo norte para ver qué pasa por allí con la despoblación. Malo no es, espabilado tampoco y raro sí. De lo contrario, bien cerca tenemos el Sahara, que a los de Argelia y los de Marruecos y los saharauis buena paliza despobladora les tocó (frío, calor da igual), porque los nuestros, los despoblados de las dos Castillas y los de Aragón, poco tienen que ver con el clima. A ver si nos dan algo. En el polo norte unos cubitos de hielo y en el desierto de arena unas gotas de sudor. De turista y con la tercera edad yo me apunto, pero no digo que sea malo irse a Finlandia o con los saharauis para ver lo que pasa con la despoblación. Me parece un pelo raro y poco espabilado. O más de la cuenta quizá…
Nos hemos pasado la vida diciéndole a Europa: ¡Europa! Que la despoblación no es solo cosa del norte frío, que también por aquí la tenemos bien templada. Y era porque los dineros se los llevaban los del norte, y a los del sur, tan ricamente sentados entre sol y sombra, que les den dos duros y a echar unos bailes. ¡Europa, que no es eso, que no y que no!
Bueno, pues nos iremos a Finlandia para ver lo que pasa por allí con la despoblación. Ya me veo diciendo a los esquimales que nosotros también pasamos frío entre sol y sombra. A dejarles “pasmaos” y a ver qué pasa, que mientras pasa el tiempo repoblaremos el campo con vacas y con cerdos, pero eso, y no de cualquier manera, de diez mil en diez mil cabezas a la vez para que las ocho personas que quedan cada diez mil metros cuadrados de despoblación se vayan enterando de lo que es la despoblación galopante y despobladoramente despoblada. Y eso antes de que los ocho que quedan hayan huido despavoridos de soledad y abandono.
Pero vamos a ver, señores, me digo yo, que ni soy esquimal ni tuareg ni de los ocho por kilómetro cuadrado templado ni tampoco de los que se van a Finlandia para ver lo que pasa con la despoblación. Suponga Ud. que la despoblación es la señora de una tienda que, como cualquier tienda, lo que quiere son parroquianos. Ponga Ud. un escaparate, mujer, llame Ud. la atención, regale, regale incluso caramelos, que para venderlos, y al doble de lo que valen, ya vendrá la ocasión a lamerle la mano y sin azúcar. Toca perder para ganar luego el doble, oiga Ud., y sin perder un solo parroquiano de los que todavía tenga, ¿me oye?, que ya le veo, cabezón, que ya le veo decir que sí a todas estas cosas de tan grandísima razón pero también, cabezón, le veo todo el rato haciéndolo al revés. En cuanto me descuido ya le veo con la cosa de las vacas o de los cerdos. Ya le veo con lo de los huertos de los veinte mil paneles solares renovables y sostenibles así por las buenas. Y cuando no le veo es porque se ha ido a Finlandia trincando presuntamente un viaje para ver la cosa de la despoblación. En cuanto puede, ¡hace Ud. lo contrario de lo que debe!
El otro día sin ir más lejos leo en la prensa que los ocho habitantes por cada diez mil metros de Cuenca rezan para que no les pongan encima los diez mil cerdos por granja, justo al lado. Sólo tres días antes, otros ocho coma tres por cada diez mil metros de otra despoblación estaban asustados porque un huerto, que no de lechugas, solar de no sé cuántos millones de megavatios me parece, todo el término municipal menos el camino, decían que menos el camino, menos mal, pobres, menos el camino y el río decían, menos el camino, el río y poco más de tres por cuatro que son doce metros cuadrados para el medio millón o más de pollos, granja intensiva, decía otro de un grupo diferente de nueve coma cero uno habitantes por kilómetro cuadrado de una despoblación hasta ese momento desconocida para mí, decía el pobre, y lo decía justo tres días antes de que, por fin leyese lo del viaje a Finlandia para estudiar la despoblación y me dijese que ya está bien, que ya estoy viendo a los ocho habitantes por hectárea marchándose de viaje a la nada por ese camino entre pollos y megavatios, pero no a Finlandia sino al fin del mundo, desheredados. Me impresionó imaginarlos en fila con sus fardos a cuestas por ese camino entre paneles megavatios, megawatios o megavoltios, que para el caso de la imagen desoladora da igual una cosa que la otra, exactamente igual.
Ya está bien. Pero ya está bien no está bien. Ya está bien que al Conde-Duque de Noviercas, al Señor de las veinte mil vacas juntas, alguien, además de los ocho coma pocos que quedan por cada diez mil metros cuadrados en la zona del Moncayo, ¡Ay!, el de la Corza Blanca, alguien, que yo mismo me voy a Bruselas para decirle a Europa que no. Que ni un céntimo para quien o quienes ahuyenten, asusten, espanten, desalojen, echen, ahuequen, ¡fuera!, ¿qué haces aquí? que viva la mierda, más digestato, que te zurro, vete, vete que te doy. Ni un céntimo más para quienes no se arrodillen, sí, ni un céntimo más para quienes no se arrodillen ante cualquiera de los ocho héroes, sí, héroes, de cualquier despoblado da igual, y ya de rodillas deje de farfullar eso de que te echo a ti para que vengan dos, o para que vengan cuatrocientos, te lo prometo, más de cuatrocientos, palabra del Señor, del Señor Conde-Duque. ¿Cómo eso de que te echo a ti para que vengan dos, pedazo de no sé qué? A ti sí que te ahuyento, asusto, espanto y desalojo. Que sobras más de lo que tienes.
Yo creo que los de Europa estarán de acuerdo en no sacar de su iglú a ninguno de los ocho coma esquimales que quedan por esos despoblados fríos del norte por cada diez mil metros cuadrados de hielo. Tengo alguna esperanza también de que los presuntos trincas de Finlandia se tropiecen con ese iglú y aprendan entonces a respetar y a no tropezar en los chozos más templados de por aquí, que solo a los burros sucede lo mismo dos veces y no creo, la verdad, que trinquen, aunque lo venga repitiendo todo el rato, que lo que quiero es que aprendan.
Fdo: Ángel Coronado