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Automatización y empleo: cómo mantenernos relevantes

Martes, 10 Junio 2025 07:24

Francisco Carballo, director de Gravitad, aceleradora de startups tecnológicas, defiende en este artículo de opinión el valor que aporta el ser humano al proceso de automatización que está experimentando el mercado laboral. Dentro de cinco años, las máquinas serán más rápidas y precisas, pero seguirán sin saber por qué hacen lo que hacen. La capacidad de atribuir sentido solo la tenemos los humanos. 

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Automatización y empleo: cómo mantenernos relevantes

Camino al trabajo —o a la búsqueda de él— nos cruzamos con un enjambre invisible de algoritmos: la app que elige la ruta, el filtro que clasifica currículos, el robot que prepara pedidos antes de que suene el timbre. En la España de 2025 convivimos con esas máquinas sin darles importancia, hasta que un despido cercano nos recuerda el vértigo: “La automatización está devorando empleos”.

Llevo casi dos décadas convirtiendo ideas en negocios tecnológicos y estudiando cómo la tecnología transforma el trabajo. Prefiero hablar claro, con tres datos que bastan para situarnos: España empezó el año con un 11 por ciento de paro. Hay 4,3 millones de robots industriales activos en el mundo, con Asia incorporando siete de cada diez nuevos. Y la OCDE estima que el 5,9 por ciento de los empleos en España tienen alto riesgo de automatización total: más de un millón.

La automatización avanza, pero su impacto no es uniforme. Depende de lo que hacemos, cómo lo hacemos y cómo reaccionamos. Uno de los errores más comunes es confundir tareas con profesiones. La tecnología sustituye acciones repetitivas, no personas. Un contable ya no teclea facturas, pero sigue evaluando situaciones que requieren juicio. El otro error es pensar que más productividad equivale a menos empleo. En los 80, los cajeros automáticos parecían la sentencia de los empleados bancarios. Décadas después, el empleo aumentó, solo que con funciones distintas. La rutina automatizada abre espacio para el criterio, la creatividad y la empatía. Pero no ocurre solo: requiere decisión, formación y liderazgo.

He estado en fábricas donde brazos robóticos cortan piel sintética con precisión. Antes lo hacía una cuadrilla. Hoy, esas personas programan máquinas o diseñan prototipos. En logística, los algoritmos asignan rutas y los repartidores se centran en la atención al cliente. Estos cambios no son automáticos. Exigen formación rápida y liderazgo que entienda la tecnología como herramienta de las personas. Donde se optó por sustituir sin formar, el ahorro se convirtió en problema: si la máquina falla y nadie sabe arreglarla, el pedido se retrasa y el cliente se va.

Para seguir siendo relevantes no hace falta un máster, sino entrenar capacidades humanas: observar detalles que la hoja de cálculo no ve, hacer preguntas que descubren lo invisible, conectar saberes de mundos distintos y cuidar de otros con empatía. No se trata de genialidad, sino de práctica constante, formación accesible y voluntad. Aprender cada día algo útil, pedir feedback, probar y ajustar.

Pero el esfuerzo individual no basta si el entorno no acompaña. Hace falta una regulación que proteja derechos en el uso de la IA, como la que acaba de aprobar Europa. Se necesita una protección social adaptada, con financiación y tiempo real para reciclarse. Y urge una negociación colectiva moderna, con acuerdos sobre formación continua, flexibilidad y reparto del beneficio generado por la productividad.

Cuando esos elementos faltan, la brecha crece: los más formados mejoran sus opciones; los demás, pierden incluso el trabajo que dominaban. Por eso hace falta pasar del análisis a la acción. Puedes empezar hoy mismo: mira un tutorial sobre IA en tu sector, reescribe un texto generado por una máquina buscando más claridad, aplica una técnica de mejora en tu trabajo o escucha más activamente en las reuniones. Veinte minutos diarios bastan para dar el primer paso. Lo dicen la psicología del aprendizaje y la neurociencia de la motivación.

Y aunque este proceso es racional y técnico, también es emocional. Incluso quienes trabajamos con tecnología sentimos inquietud cuando leemos “automatización” y “despido” en la misma frase. El miedo es natural. Pero la respuesta no está en negarlo ni en alimentar el catastrofismo, sino en actuar con criterio. Habla con compañeros que ya usan nuevas herramientas, participa en foros, busca referentes digitales. La incertidumbre compartida se convierte en oportunidad.

Dentro de cinco años, las máquinas serán más rápidas y precisas, pero seguirán sin saber por qué hacen lo que hacen. La capacidad de atribuir sentido solo la tenemos los humanos. Nosotros somos los únicos que nos preguntamos para qué. Esa es nuestra ventaja definitiva.

Mi compromiso, como profesional, es traducir la jerga tecnológica a un lenguaje humano. Y como ciudadano, apoyar políticas que prioricen la recualificación y la transparencia. Invito a cada persona a asumir su parte: aprender algo nuevo cada trimestre y exigir que la tecnología se use para multiplicar, no para devaluar, el talento humano.

Cerrar este texto no es cerrar el tema. Es abrir tu agenda. Reserva veinte minutos hoy para dar el primer paso. Explícalo a alguien: contar lo que aprendes consolida tu conocimiento. En el futuro del trabajo hay espacio para todos. Las máquinas harán lo que odiábamos. A nosotros nos toca conquistar los asientos que requieren lo mejor que sabemos hacer: imaginar, conectar y cuidar. La automatización es inevitable. Nuestra irrelevancia, no. Y depende de nosotros que siga siendo así.

Fdo: Francisco Carballo es director de Gravitad, aceleradora de startups tecnológicas

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