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TRIBUNA / Para saber qué decir a nuestros nietos 

Ricardo Mínguez recuerda en este artículo al recordado humanista Nuccio Ordine. Sus sabios comentarios a los textos clásicos que él mismo seleccionaba, ha ejercido y ejercerá un valiosísimo magisterio para muchas generaciones sobre cuál debe ser el verdadero sentido de una vida que pueda llamarse digna.

TRIBUNA / Para saber qué decir a nuestros nietos 

(En recuerdo y homenaje a Nuccio Ordine, sabio profesor de buen vivir)

 En los años 80 del siglo pasado un político supuestamente “progre” y ministro del Gobierno socialista pregonó a los cuatro vientos que en España era muy fácil hacerse rico rápidamente. Sin duda que con ese reclamo pensaba en captar inversiones extranjeras en España, pero… Pero también con esas palabras fue el portavoz de la lógica que ha envenenado al mundo actual. Sólo una idea central: únicamente importa el dinero, el beneficio económico, el afán de lucro, la rentabilidad económica inmediata. La eficacia. El dinero, que, como nuevo dios, nos esclaviza y envilece.

En 1928 John Maynard Keynes, padre de la macroeconomía, predijo que la humanidad debería seguir padeciendo como males necesarios la avaricia y la usura durante cien años más para poder salir del túnel de la necesidad económica. Aún faltan cinco años para que se cumpla el plazo anunciado desde el púlpito y nada indica que aquel vaticinio lleve camino de cumplirse. Al contrario, los hechos prueban que esos males se han instalado en las sociedades aparentemente más avanzadas en una economía descontrolada que sólo atiende al beneficio inmediato por encima de las condiciones de vida  de los seres humanos y del equilibrio del medio ambiente a nivel planetario. Seres humanos que han pasado a ser meras mercancías y cuyo único fin en la vida es producir y consumir. ¿Es este el modelo de sociedad que queremos para nuestros nietos?

Las consecuencias de esta inhumana lógica, contraria a lo que ha sido el sostén del progreso de la humanidad, esto es, la histórica tendencia hacia una mayor igualdad de derechos y condiciones de vida, ha llevado al mundo occidental a esta crisis absoluta, económica y de valores, de acoso a todo lo común (lo público) como culpable del pretendido despilfarro, y de supresión de derechos y libertades de la población, con cada día mayores cuotas de pobreza y, sobre todo, con un nuevo mundo en el que la inseguridad acerca del futuro domina a la mayoría de los jóvenes: nuestros hijos y, si nada ni nadie lo remedia, nuestros nietos.

Los primeros, para quienes ya peinamos canas o ni eso, ya han pasado la etapa de la gloriosa juventud en que “todo se arreglará, queda mucha vida por delante” y sus cabezas las llenaban ilusiones sobre un mundo más justo y una vida privada sin preocupaciones por problemas de trabajo. Algo parecido a la juventud que muchos tuvimos la fortuna de vivir (una época en que, en general, se hablaba más del “ocio productivo”, de la cultura y la formación que de cómo hacerse rico). Perciben tempranamente que el mundo lo gobiernan la ambición y el egoísmo humanos y que su incorporación o residencia en el mundo económico y laboral les exigirá absoluta dedicación.

 Sin embargo, pienso que estamos a tiempo de que nuestros nietos puedan crecer y formarse de modo que den un giro total al tipo de sociedad mercantilista, injusta y creadora de desigualdad que sus padres padecen, y, por ello, creo muy importante que les inculquemos el amor a lo aparentemente inútil e ineficaz: la cultura, la literatura, la música clásica, el arte en todas sus manifestaciones, el conocimiento en general, el gusto por el estudio. O, dicho por sus consecuencias, aprender a disfrutar de la belleza de las cosas más sencillas y aparentemente inútiles pero verdaderamente valiosas: “una puesta de sol, un cielo estrellado, la ternura de un beso, la eclosión de una flor, el vuelo de una mariposa, la sonrisa de un niño”. Porque son estas cosas las que nos acercan a los demás, a la solidaridad de los hombres.

Es en esta línea que quisiera rendir un emocionado homenaje al recientemente fallecido profesor de Literatura Nuccio Ordine (con sólo 65 años, en plena fase creativa), autor de un inmenso librito que, hace ya diez años, me atrajo por su título:  ”La utilidad de lo inútil”. (Estupenda la reseña de Ángel Coronado en El Mirón de 20 de julio,”Sobre lo inútil”). Se trata de un auténtico manifiesto en defensa de los saberes que son un fin en sí mismos, las disciplinas humanísticas y científicas que, en última instancia, nos ayudan a ser mejores. Es un pacífico grito contra el imperio del beneficio económico incluso en el mundo académico, contra el utilitarismo, el dinero y la eficacia económica como criterio y único fin de nuestras vidas. A través de una magnífica selección de textos de autores clásicos que en todas las épocas vieron el peligro de esta filosofía de medio pelo que sólo ha llevado al retroceso  de la humanidad con el renacer de las fuerzas del fanatismo (brazo auxiliar del verdadero poder), nos hace comprender el inmenso valor del saber, del conocimiento: “el saber constituye por sí mismo un obstáculo contra el delirio de omnipotencia del dinero y el utilitarismo”.

Como dice en la valiosa introducción, “la hegemonía actual del mercado supone un progresivo riesgo de eliminar cualquier forma de respeto por la persona. Transformando a los hombres en mercancías y dinero, este perverso mecanismo ha dado vida a un monstruo, sin patria y sin piedad, que acabará negando también a las futuras generaciones toda forma de esperanza… Pero ¿qué podrá ayudarnos a entender, en medio del infierno, lo que no es infierno?...La única oportunidad para conquistar y proteger nuestra dignidad humana nos la ofrece la cultura, la educación… en cualquier caso, los clásicos y la enseñanza, el cultivo de lo superfluo y de lo que no supone beneficio puede ayudarnos a resistir, a mantener viva la esperanza”.

Pero es que, como nos recuerda Abraham Flexner en un artículo de 1937 incluido como apéndice (“La utilidad de los conocimientos inútiles”), “la búsqueda de estas satisfacciones inútiles (poetas, artistas y científicos) se revela como la fuente de la que deriva una utilidad inesperada”.

 Sus tres obras, “La utilidad de lo inútil”, “Clásicos para la vida” y “Los hombres no son islas”, se resumen en un lema: lean a los clásicos. Leamos a los clásicos, solos o  de la mano de Nuccio Ordine, para ser mejores, para intentar dejar un mundo mejor a nuestros nietos. Y despertemos en ellos el amor a su lectura, al saber, al conocimiento  gratuito, al arte, a la literatura, a la belleza en fin. Y si en las escuelas no es posible, hagámoslo en casa, busquemos la forma de hacerles llegar ese amor que les hará realmente personas ricas y libres.

Fdo: Ricardo Mínguez Izaguirre

 

                          

                                                                                                      

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