TRIBUNA / La España semiolvidada
Ángel Coronado reflexiona en este artículo de opinión osbre el término España Vaciada y la España semiolvidada que se quiere rescatar.
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TRIBUNA / La España semiolvidada
A la España vaciada le queremos poner otro nombre. Imagino estar en el paraíso y, como Adán, poniendo nombres, pero no solo a los animales sino también a las cosas. A la España vaciada llamaremos la España semiolvidada. Nada de la ESE o ESO, nada de acrónimos.
El acrónimo es el primer paso de una senda que se llama la Senda del Olvido. Y a la España semiolvidada la queremos rescatar. Y digo “semiolvidada” porque todavía recuerdo a ese viejecito junto a esa viejecita sentados al sol en ese pueblecito en el que todavía viven dos viejecitos al tiempo que nosotros escribimos cómo llenar a la España vaciada que no está vaciada ni muchísimo menos sino llena (es un decir) de quinientos mil viejecitos contados uno a uno, olvidados y al sol.
Además, la “España Vaciada” (vaciada con mayúscula) es una plataforma cuya diferencia con la “España vaciada” (vaciada con minúscula) es tan leve que se confunden. Del todo si hablas y casi del todo si escribes. Lo de las mayúsculas para los escritores. Para los que hablamos corrientemente, no. Viejecitos olvidados y al sol. Quinientos mil viejecitos olvidados al sol. A la sombra del olvido. Eso lo primero, porque de ahí en adelante se organiza la de Dios. Que si se llena de lobos, que si me la llenan de vacas, que si la lleno de gente pero tanta no, pero cuánta o tanta, si de golpe o poco a poco, si vieja o joven, si sola o no, si la luna o el sol y tente mientras cobro. Menudo jardín. Menudo terremoto. Dios tirita. Empiezo por lo primero. Una viejecita y un viejecito que no se olvidan uno al otro y olvidados al sol. Y termino así hasta los quinientos mil.
¿Olvidados?
No todavía. Semiolvidados.
Por el santo Cristo de los Remedios, a la España vaciada le quiero poner otro nombre. Y qué nombre mejor (imagino a nuestros primeros padres preguntando a Jehová): ¡que si la España semiolvidada es buen nombre, Jehová!
Jehová dice que vale. Yo digo que también. Luego calla. Callo también
Jehová se marcha. Me marcho también, y mientras camino me imagino preguntando a Jehová otra cosa, porque si Jehová no me pone delante de una jirafa no podría decirle a Jehová: ¡A eso lo llamo jirafa!
Me imagino preguntando a Jehová si me puede hacer un favor: no me pongas delante ni jirafas ni moscas, Jehová. Ponme delante otra cosa. Y ahora es cuando me doy cuenta de que Jehová me va a poner delante a esos quinientos mil viejecitos despavoridos de olvido y de abandono para que yo vaya y diga quinientas mil veces; ¡Olvido! ¡Abandono!
Y ahora es cuando me doy cuenta de que Jehová no me pondrá delante eso pero vendrá furioso, creo yo, furioso, y se me va a poner delante y me va a echar la bronca después de que yo, yo mismo, vaya y le ponga nombre a él, a él mismo, porque me ha dicho que se lo ponga a todo aquello que se me ponga por delante. Y se lo pongo: ¡Jehová!.
Pero es el caso de que justo entonces y sin darme tiempo de abrir la boca, Jehová va y me derriba del caballo para preguntarme que por qué le persigo: fulano, por qué me persigues, cuando yo no le persigo a nadie y menos a Jehová.
Pero en esto, vaya por Dios, que me ha derribado ya. Del golpe se me olvidó todo. Después de un golpe se me olvida todo. Y todo es esto: (de aquí en adelante a los quinientos mil, por razones de estricta economía procesal, los reduzco a dos, esto es, a estos dos los nombro embajadores de los otros cuatrocientos noventa y nueve mil novecientos noventa y ocho viejecitos. Democracia parlamentaria representativa). Y todo es esto, decía: dos viejecitos que no se olvidan entre sí, al sol de la tarde, ambos olvidados. Esto es todo. Y de otro golpe o del mismo se me olvidaron ambos. Se puso el sol y no volví por allí. De haberlo hecho hubiese visto el banco frío y vacío, el banco de piedra frío y vacío. No me lo explico, pero ya en la ciudad me acordé de AMFAR al pasar delante de su casa camino de la mía. Y mira que siempre lo dije: no pongas nunca, al menos en castellano, tres (y menos más de tres) consonantes juntas. No las podrás pronunciar. Pero van y me ponen tres. AMFAR, Federación de Mujeres y Familias del Ámbito Rural ( yo diría “Asociación” en lugar de “Federación”. Sin duda la razón de violar tan descaradamente la regla de formación del acrónimo está en lo absolutamente imposible de pronunciar FMFAR. A su cargo y, representativamente una viejecita). Y como en un relámpago me acuerdo de los hombres semiolvidados rurales y me veo delante de un hombre semiolvidado rural: y acto seguido le pongo el nombre a su Asociación: AHFAR (Federación de Hombres y Familias del Ámbito Rural, a su cargo y representativamente uno, un viejecito), y encima con “H” muda por no tropezar de nuevo con la misma piedra, borrico. No más de tres, borrico. No quiero escribir lo que no se puede pronunciar. No quiero agujetas en mofletes ni lenguas. Pasen tres y mejor con una muda, pero cuatro no, que consonante necesita “con” para sonar.
¿Con qué?
¡Con una vocal, borrico!
Y ya tranquilo me recupero de la caída y me monto jinete de un salto con mis AMFARES y mis AHFARES bajo el brazo como quien carga sin representación de ninguna clase con todos, los quinientos mil viejecitos bien recordados, bien abrigados, bien calentitos y contentos, recto hacia el Arca de Noé no sea que nos llueva.
Fdo: Ángel Coronado