El libro que recoge la memoria histórica de las merinas y la industria de la lana
Saber más de la trashumancia es posible sin salir de casa. La editorial Rimpego editó el año pasado el libro “Merinas y la industria de la lana” con el propósito de recuperar, aunque fuera de forma sintética, la memoria histórica de la lana, su producción y comercio, y documentar la difusión del merino español hacia Europa, primero, y a las antípodas, después.
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El libro, escrito por el ingeniero técnico agrícola Manuel Rodríguez Pascual, es todo un compendio del fenómeno de la trashumancia, ahora que llegan a Tierras Altas de Soria los últimos pastores trashumantes de la comarca, los hermanos Pérez, de Navabellida.
Son 464 páginas, con 220 fotografías, 17 mapas y 9 ilustraciones, que resalta la importancia enorme en la economía española, entre los siglos XIV y XVIII, que tuvo la oveja merina y su producto fundamental, la lana.
El aprovechamiento de las cañadas ganaderas supuso notables transformaciones políticas, económicas y sociales, hasta cristalizar en una singular institución: el Honrado Concejo de la Mesta.
La trashumancia –movimiento estacional del ganado entre las sierras del norte y los extremos o “Extremaduras”– sustentó la vida de numerosas familias, generó un admirable corpus jurídico para dirimir los conflictos, trazó una sorprendente red de “caminos” –cordeles, cañadas y veredas– y modeló el paisaje de buena parte del oeste ibérico.
Durante cinco siglos, la lana proveniente de ovejas merinas que pastaban –durante el verano– en las sierras de León, Soria, Segovia y Cuenca, monopoliza los mercados europeos (Inglaterra, Francia, Flandes, Italia...), cotiza en la bolsa de valores de Ámsterdam, y constituye la principal fuente de divisas del reino.
Ni que decir tiene que este monopolio proporciona prosperidad, desarrollo y estabilidad al Estado, y contribuye a la consolidación de las incipientes estructuras administrativas.
La Guerra de la Independencia trajo consigo el traslado de merinos hacia otros países, su aclimatación en nuevas tierras y la mejora de la hebra.
A partir del año 1818, tiene lugar un hecho insólito: la “lana leonesa” –considerada hasta entonces la más fina, blanca y elástica– comienza a cotizar por debajo de sus rivales europeas.
Durante la segunda mitad del siglo XX, España no fue capaz de acrecentar la finura de sus lanas ni de robustecer los circuitos de comercialización.
Serían Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Argentina, Uruguay o Chile los que, a partir de nuestros merinos y realizando continuas mejoras genéticas, logran calidades extraordinarias; las que demandan hoy los países manufactureros: China, India, Japón, Italia...