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Quintanilla de Tres Barrios celebra la tradición del día de la Atalaya

Domingo, 01 Junio 2025 08:46

Quintanilla de Tres Barrios ha celebrado un año más su tradición del día de la Atalaya, una de las mayor raigambre en este pueblo soriano.

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Crónica de Leopoldo Torre García (fotografías: VVAA)

De las tradiciones con mayor raigambre ancestral en la localidad, ésta pasa por ser, quizá, la de mayor consideración. En el pasado formaba tándem, junto al día de la Ascensión, de la segunda fiesta del pueblo. "Día grande de soler". Mayo, época prodigiosa en la que todo florece en la fecunda primavera y de mayor esplendor, es el que más tradiciones acoge en el calendario festivo. La fiesta irradiaba algarabía anímica entre sus gentes. Un alto en el camino de las labores del campo. En el ambiente preliminar de este día, antaño se tarareaba una coplilla, especialmente entre los escolares, alusiva a una semana casi de asueto a la escuela que decía: Lunes, letanía; martes letanión; miércoles, la Atalaya; jueves, la Ascensión; viernes, coció mi madre; sábado, no quise yo; y domingo, por ser domingo, la semana se pasó".

  El programa comienza de buena mañana. Décadas atrás los vecinos tomaban unas copas de aguardiente y pastas en la Casa Consistorial, costumbre que ha desaparecido en la actualidad. La primera etapa del evento se inicia con la procesión, que parte de la iglesia de San Lorenzo Mártir hasta la Ermita de Nuestra Señora de la Piedra, otrora de Nuestra Señora de la Fuente, tal y como aparece en el mapa de Coello (1860). La imagen de la Virgen y la de sus padres, el estandarte, la Cruz y el pendón, son portados en solemnidad por la Carrera de Abajo hasta el lugar de culto. En el trayecto, se reza y canta, al tiempo que el tañido y volteo de campanas no cesará hasta llegar a la Ermita, donde se oficia la ceremonia.

   Al finalizar el acto el grupo de asistentes se separa. Las mujeres entregan las viandas a sus maridos y regresan al pueblo. A partir de aquí los varones enfilan de nuevo en procesión con las insignias, el pendón o estandarte y la Cruz, hasta la torre vigía, distante un par de kilómetros. Parte del trayecto transcurre en devoción, se reza la letanía en latín, el Ora pro nobis, al tiempo que resuena el tañido de las campanas de la iglesia. Espacio para el culto, la oración y la solemnidad que tiene lugar al partir de la ermita y en el último tramo, al enfilar la recta final a la Atalaya. El resto del camino se hace distendido, con las insignias sin enarbolar y los participantes charlan sin guardar el decoro anterior. Mientras se ora, las campanas acompañan la ceremonia.

Alcanzada la cima, lo que sigue es un tiempo de asueto de un par de horas en armonía, concordia, hermandad, ... y un buen almuerzo. En el pasado, de talego. En cualquier caso, un yantar entre olores a carne asada y hierbas aromáticas. No falta el vino, que lo pone el común de vecinos, conocido en épocas lejanas  como "dar refresco". Así viene siendo desde tiempos inmemoriales, si bien se ha perdido la peculiar costumbre de beber vino en copas. Nadie sabe qué fue de ellas. Dos copas de plata utilizadas única y expresamente para esta ocasión, en las que todos los asistentes paladeaban el caldo en ellas que repartía el alguacil. A la gente forastera que acudía a la cita se les daba igualmente de beber, pero por la base de la copa. No se sabe el motivo ni la razón, es posible que nada tuviera que ver con la discriminación, sino con la pertenencia al pueblo.

Como si de un brindis exclusivo se tratase. ¿Motivo conmemorativo de alguna batalla ganada? Haberlas las hubo por este alfoz en plena reconquista del territorio del valle del Duero. Las hazañas bélicas de Fernán González y Gonzalo Téllez, hermanos, contribuyeron a recuperar y estabilizar el terreno. Es posible que el escudo de armas de los Sandoval (la rama de esta casa nobiliaria procede de  Sandoval de la Reina, Burgos), que se halla en el techo del altar mayor de la iglesia de San Lorenzo, tuviera ciertas vinculaciones.  

El deleite visual que se vislumbra desde la torre vigía abarca una extensa panorámica que se abre en derredor. Un "altozano" a mil metros de altitud.“La Atalaya de Quintanilla de Tres Barrios tiene un control excepcional de gran parte del trazado de la vía romana entre Clunia y Osma. Ofrece una gran visibilidad respecto a otras atalayas y un extraordinario control en su cuenca visual de las dos de las más importantes vías romanas de esta zona. En particular, la vía romana entre Clunia y Osma, de la que controla una gran longitud y también de la vía romana entre Osma y Tiermes, a la que visibiliza en el paso del río Duero, en todo lo ancho de la vega de este río". (Moreno Gallo, Isaac, La Defensa Telegráfica de la Frontera Califal del Duero. Atalayas y vías romanas en el siglo X. p. 109).

El regreso, con los ánimos más encandilados, es otro cantar, no deja de ser una copia a la inversa. Se sigue el mismo proceso que en la ida. Las campanas y su repique y volteo (trabajo encomiable el de los campaneros) siguen dando un matiz de formalidad al acto. En la ermita les esperan las mujeres y una vez en el interior se ensalza la Salve. Acabada la ceremonia, con todo el bagaje de imágenes e insignias, se regresa a la iglesia en procesión para depositarlos en la estancia. En el pasado, las mujeres esperaban en la Fuente, junto a la Ermita, a los romeros y aquí se celebraba una comida en hermandad. El papel primordial de las mujeres en todo este proceso continúa vigente. En la celebración de este día, mientras los varones disfrutan del ambiente en la torre vigía, ellas se reúnen en el Jaraíz del Alto (en contacto visual con la Atalaya) para almorzar, charlar de sus cosas y pasar la mañana.

El origen de esta tradición y el substrato que lo genera sigue siendo una incógnita. Tampoco se han hallado referencias documentales en los libros de la antigua Cofradía de Nuestra Señora de la Asunción que mencione el evento. Dos podrían ser las hipótesis, bien contrastadas. La de una jornada de convivencia solo para varones, ateniéndonos a la antigua separación de sexos, dentro del contexto de la segunda fiesta de la localidad. Pero, ¿el porqué de la elección de la Atalaya para la ocasión con toda la parafernalia que acarrea el acto? ¿Y por qué solo y exclusivamente para esta ocasión se bebía el vino en copas de plata?

La otra posible explicación llevaría implícitas ciertas connotaciones históricas o algún referente bélico ya mencionado. ¿La conmemoración de una batalla? La torre vigía se halla enclavada en la línea fronteriza del valle del Duero, escenario de cruentas batallas (vado de Cascajar, año 988) entre moros y cristianos en plena reconquista, combatiendo por la supremacía del territorio del alfoz de San Esteban, El Burgo de Osma, Gormaz, etc...

En este enfoque bélico se podría vislumbrar también cierta similitud con la partida de las mesnadas en la lucha contra el infiel. Oír misa de buena mañana, antes de la partida, la entrega de las viandas por las mujeres, el simbolismo del pendón encabezando la marcha, y el estandarte, vestigios de época del Medievo, Tampoco difiere mucho, aunque nada probable, de las tradicionales rogativas en súplica de agua surcando los caminos para reunirse en concordia en la villa de San Esteban de Gormaz o en la episcopal.

En cualquier caso, la culminación de la procesión en tal punto estratégico, el  asentamiento y el almuerzo, conforman una mezcolanza de posibilidades muy dispares. Y el entrelazado de lo religioso y lo laico o recreativo, que dificulta entender el verdadero motivo y origen de tan singular romería (al parecer, no recogida en el calendario provincial). La tarde de fiesta se completa con un programa de juegos populares, guiñote, música, etc. Ambiente y divertimiento.

  

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